15-1-02
Contado
en los diarios, parece una historia de historieta: ¡la galleta asesina acaba
con el presidente de Usamérica! El rostro tumefacto por los golpes sufridos en
el acto de desvanecerse es un claro ejemplo del poder del azar. La escena, con
todo, dispuesto el presi a ver su
partidito de fútbol usamericano en la tele con su aperitivo de galletitas
saladas, resulta tan vulgar como lo hubiera sido la muerte que le rondó. Su
mujer -una santa y sabia mujer- leía en otra estancia. Igual sucedió que lo que
se le atragantó fue su amistad íntima con el estafador de Enron, quien recibió
la inestimable ayuda de los auditores de Artur Andersen. Esa sí que es una
realidad al margen de la de todo el mundo, una realidad de excepción: la de los
grandes ladrones que dejan tras de sí un dramático reguero de damnificados, o
la de los pícaros que se aprovechan del poder, de su poder sobre los políticos,
o en connivencia con ellos, para saquear los dineros públicos o privados.
Alerta con los Alierta, Rato y compañía de Alí Babá, más el archifamoso ecónomo
de Valladolid. Pícaros de altos vuelos, sí, pero habitantes de una realidad en
la que la sola mención del divino dinero –siempre estafado o robado- es de
malísima educación, como si estuviera manchado de mierda, la del dicho popular:
oro del que cagó el moro y plata de la que cagó la gata. Esos mismos ladrones
son los que, políticamente, se asustan de la invención de colocar máquinas
expendedoras de preservativos en los institutos de enseñanza media. La idea es
deslumbrante. ¡Lástima que los lavabos ya no puedan convertirse en refugio de
amantes adolescentes para polvos gimnásticos!, pues andan todos cerrados para
evitar que los destrocen. Al fondo, como una promesa de mejor realidad, una
película del hijo de John Cassavettes. El cansancio del cuerpo tras el
entrenamiento en montaña sí que impone una realidad durísima: la del
agotamiento y la búsqueda del descanso.
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