21-1-02
Los
lunes, además de día infernal y maldito, son un agobio de horas encadenadas en
la prisión educativa, en el incorreccional. ¿Sobre qué realidad puede uno
meditar cuando el peso del vacío lo ha laminado? Abierta la ventana plural de
los mundos taraceados, ¿qué se descubre sino la cantinela repetida del día a
día sin sorpresas? Extraño modo el que tiene la realidad de manifestarse. Día a
día parece como si su existencia dependiera de que las variaciones sean imperceptibles.
Y cuando se produce el notición, la bomba informativa, el suceso descomunal,
desmedido, usualmente atroz, nadie se cree que sea cierto, y se vive como una
alucinación, un sueño o la repetición fantasmal de un recuerdo olvidado. Así,
bien se la han jugado a los argentinos, con ese cambio que les va a robar la
mitad de sus ahorros, mientras que las grandes y medianas fortunas han evadido
sus dólares a confortables y numeradas cuentas suizas como las de Menem. Por
otro lado, y aunque será mañana la portada de toda la prensa, ¡qué conmoción
tan enorme el conocimiento de que la madre de Santomera ha estrangulado a sus
dos hijos con el cable del alimentador del móvil! En el siglo veintiuno, un
suceso del menos uno y aun de más allá. Así somos, también. A su modo, pasa lo
mismo en el País Vasco: la discrepancia ideológica se resuelve mediante el
asesinato ritual y propicio a la mayor salud de los inmisericordes dioses del
nacionalismo funesto. ¡Vivir en un territorio con dueño! También Pujol, que ya
se va y deja un maniquí-jefe-de-planta-de-El Corte Inglés, a gusto de su señora
y de sus hijos, ha gobernado Cataluña al más puro estilo andaluz terrateniente.
¡Para que luego digan que la inmigración no ha dejado su impronta indeleble en
el país! A lo lejos, acorralado, Arafat tiembla ante la emboscada del genocida
Sharon. ¡Ay, cuántos adeptos tiene la contagiosa religión del terror! ¿Son
realidades dentro de la realidad? ¿Realidad comprehensiva, pero una? A estas
horas, frente al ordenador, en el caos de tiempos del globo, dormidos y
despiertos, moribundos y torturados, escondidos y acechantes, estafadores y
altruistas solidarios, ¿con qué sangre colada no escribirá la naturaleza
su terrible venganza ciega? Ni el
consuelo de la filosofía, ni la filosofía del consuelo bastan para amortiguar,
que es un iluso guarecerse de la muerte, el desconsuelo pronto a transformarse
en impúdica ataraxia.
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