sábado, 28 de marzo de 2015

3-2-02

     ¡Sobre qué realidad ni qué ocho cuartos puede uno ponerse a considerar cuando ha quedado sepultado bajo el peso inmisericorde de unas correcciones sisifales! ¡Valiente domingo! Al margen de la escasa liberación que ha supuesto ir hora y media a jugar al tenis con las criaturas, ¿qué se le ha quedado al Clonista en el archivo mental de cuanto el diario, hojeado deprisa y corriendo para volver a su esclavitud consentida, le ha deparado hoy? Apenas la sensación de estar escribiendo al dictado ajeno, de ni siquiera preservar un mínimo de individualidad cuando su recuerdo le dicta lo que escogió de una lectura apresurada. Sabe que Arafat sigue exhibiendo su sonriente inclinación a dialogar hasta con las piedras, aunque anda con pies de plomo a la hora de perseguir a quienes hasta no hace mucho eran sus aliados; sabe que el Congreso de Usamérica teme que Bush y cía se harten de eliminar papeles comprometedores por lo de Enron -anagrama de Nerón, por cierto...-; sabe que una insulsa y relamida boda real -¿por qué a la realeza le privan tanto los disfraces militares; qué atavismo guerrero gobierna a los jóvenes príncipes de las onerosas monarquías europeas?- se ha visto deslucida por el recuerdo de la dictadura de Videla: ¿será eso, también, la globalización?, lo será, sin duda; sabe que Arzalluz se rebela contra la imagen de todopoderoso de las vidas y las haciendas vascongadas aduciendo su condición de diana -y no enamorada- de sus chicos descarriados; sabe que los obispos se han indignado y han arremetido contra el párroco exarmariado de Valverde del Camino, y sabe que una “turista en el arte” de cierto renombre arremete contra la superchería del último arte moderno, poniéndolo en entredicho. ¡Ahí está la realidad, en ese “entredicho”! Porque lo que queda entre las palabras, imposible de asir, imposible, a veces, de entender, es la realidad, precisamente, y no es ironía el adverbio. Lo peor es que nos sea imposible de decir, claro, porque palabras no faltan, ciertamente. En fin, supone el Clonista que un amable disparate como Encuentro en París, con un William Holden lleno de vis cómica y cierto torso forzado, es también una buena muestra de la imprevisibilidad que debería definir lo real y que esta clónica se empeña en desmentir, con su cansino trotar por los fragmentos de un apocalipsis que no acaba de objetivar su maravillosa y estrambótica epifanía. Ahí queda eso.

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