30-1-02
Que los
diarios maquillan la realidad está fuera de toda duda. Que ese maquillaje
constituya una labor de taracea de difícil credibilidad, también. Pero hoy
destaca, entre el fárrago de obviedades elevadas a recuadro, columna, artículo
y publicidad, una declaración de principios de Emilio Guevara sobre su antiguo
partido, el PNV -pues por escribirla ha sido expulsado de él- y sobre los
mínimos éticos de la dedicación política. En resumidas cuentas, Guevara viene a
decir que militar en un partido hoy, en España, significa exclusivamente
asentir y renunciar a una opinión personal crítica. Esa es su experiencia, y la
de todos cuantos observan la vida partidaria desde la atalaya de una
independencia de criterio que no se aviene con el régimen de ordeno y mando que
impone el juego de las mayorías y las minorías. En este país sobran obispos.
Este es, aún, un pueblo vestido de sotana y armado de hisopo para bendecir
cualquier cañón que dispare sus irrebatibles argumentos. ¡Que tanto miserable
alguacilillo tenga poder para marcar con sus orines el espacio de lo real!
Viene a decir Guevara que la falta de libertad en el País Vasco está por encima
de cualquier otro problema. El gobierno del estartrequiano,
sin embargo, con el cura del trabuco al frente, debe seguir sosteniendo que lo
que les falta a tantos concejales que se van, hartos de que juegue con ellos
ETA al pim pam pum sin que a casi la mitad del pueblo vasco le importe lo más
mínimo su drama, son cojones u ovarios. La realidad oficial es el anuncio
publicitario de Euskadi como lugar turístico casi paradisíaco. La realidad real
es el miedo, el silencio, el recelo, la venganza, el odio, las extorsiones y
los asesinatos. Y al otro lado, un Papa que nunca termina de agonizar del todo
y que incita a la rebelión contra las leyes de la República que afectan al
divorcio, pues predica la insumisión de quienes habrían de aplicarlas. A veces
tiene uno la sensación de que el verdadero milagro es el de que se haya impuesto
la razón como método para organizar la sociedad y la convivencia. Son muchos
sus enemigos, y algunos papapoderosos, pero es la única compensación, el único
alivio que puede sentir un europeo cuando contempla el fundamento racional de
sus sociedades -con todas las excepciones que se quieran-, frente al fanatismo,
el pensamiento mítico o militarizado que rigen en otros rincones del planeta.
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