14-2-02
Supone Clonista
–quien acaba de alcanzar su nombre propio– que la realidad también es que
llegue la noche y no haya encontrado ni un puto momento en todo el día para
saber de qué va la desconcertante película de la realidad en cuestión, y ello
por las obligaciones familiares, deportivas, profesionales o por simple
agotamiento. Quizás contribuya al falso lamento presente esa suerte de
impasibilidad, de acorazamiento de que el espectador, lector arúspice y
paciente, se reviste para soportar el paso de los días, ajeno al reflejo del
espejo o al incesante bombardeo de quienes nos quieren convencer de que esto
que vivimos es the real thing, the real stuff. Cada día clonicado en
este modestísimo laboratorio le persuade más a Clonista del carácter de sueño
fantástico y arbitrario de la realidad, de su insustancialidad, de su
intangibilidad, de su marcesibilidad y de su maleabilidad, entre otros rasgos
desgarradores. Ahora mismo, que vuelve desde el domingo 17, tiene todita la
impresión de que está intentando resucitar un cadáver hediondo. Un diario jamás
resiste la prueba del tiempo. Desde el día siguiente a su publicación, todo lo
consignado en él es ya auténtica Historia. Si leemos simultáneamente un ejemplar
de anteayer y otro de hace cien años enseguida advertiremos, dentro del inmenso
bloque de ámbar en que se conservan las dos diferentes realidades, que son
intercambiables, pues poseen una misma condición, la del pasado irrevocable.
Incluso la propia guerra contra Sadam Husein, ya parece haberse librado aun
antes de ser declarada. Como el Núremberg de Milosevic, aunque ahora no
aparecen por el juicio quienes con sus contemplaciones permitieron su sueño
genocida. Linz coincide con algo ya clonicado aquí: el político ha de decir que
algunos problemas no tienen solución, como el terrorismo, por ejemplo, o el
foso de las desigualdades sociales o el alcoholismo juvenil o la ignorancia
colectiva o la rapiña de los bancos o cualquier otro de la lista que cualquiera
convertiría en interminable. Una investigación sobre la sexualidad de los
zapateros comunes -insectos, por supuesto-, resulta esclarecedora sobre la
pugna entre sexos para asegurar la continuidad de la especie. La tentación de
la extrapolación es grande, y quizás no haría justicia a la de la especie
humana. Y aún Botín repartiendo lo propio entre los suyos para asegurar la
dinastía. Todo muy chato.
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