miércoles, 15 de abril de 2015


17-2-02

     Rencuentro con el día. Y aún está ahí, sobre la impresora, virgen, el relato formado en columnas de una realidad que solo de forma muy extraña parecemos compartir con los demás. Mientras corría -Diagonal arriba, Diagonal abajo: ¡la diagonal del loco!- contemplaba Clonista la vida bullente de una mañana soleada y fresca y le parecía que la realidad de todos y cada uno de los que habían coincidido en el largo paseo era muy distinta. Eran ellos los distintos, es obvio, pero igual de distintas, tuvo Clonista para sí, eran sus realidades. No se refiere a las famosas circunstancias del yo, sino a la radical separación que había entre todos, como una especie de desconfianza, de recelo, de animadversión incluso. Se extrañaban unos a otros. Pertenecían a tribus distintas que, en cualquier momento, por este o aquel incendiario, esta o aquella paranoia, pueden volverse unas contra otras con inculcados instintos asesinos. Seleccionamos la realidad, es verdad. Y prueba de ello es esta clónica forzosamente incompleta. En cierto modo es un juego pseudohistórico: acertar qué quedará, en verdad, de cuanto aquí se seleccione. La selección individual de la realidad, no obstante, no necesariamente ha de coincidir con el consenso academicista que aplica una pauta valorativa muy distinta y muy tinta de intereses no siempre confesables. La subjetividad del relato histórico es tan evidente que bien pudiera pasar incluso esta clónica por uno de ellos, a pesar de la sesgada selección arbitraria que la fundamenta. Las imágenes que ilustran -aunque tan a menudo deslustren- las informaciones son un hermoso ejemplo de la arbitrariedad antes mencionada. Ver a Solana, el mister Pesc europeo, en animada charla informal con Powell y otros mandatarios, haciendo abstracción de la capacidad dramática de modificación de la realidad de tantas personas como tienen, resulta casi insultante. Y es una exageración, qué duda cabe. Igual van camino de una reunión y uno de ellos ha pisado una mierda de perro, le han dicho que lleva la bragueta abierta o se ha manchado la camisa de café y los demás celebran el suceso. Pero los caminos de la realidad son infinitos para confundir y para orientar, para engañar y para prometer, para confesarse y para ocultar. Hay mucho de máscara laboriosamente confeccionada -accionada con fe de carbonero- en esto de la realidad. Aunque a veces el rostro no engaña, como ese semblante despejado y transparente del padre de la niña del velo, a quien le horroriza que las mujeres se despeloten en las playas, que vayan desnudas “como animales”, y quien es posible que o bien renuncie a la saludable talasoterapia o bien obligue a las mujeres de su familia a bañarse en albornoz. Frente a la primera página -fotografía incluida- del mínimo suceso velar, por ahí yacen, sin embargo, doblemente sepultados en su esquinita de prestado, esos 200 muertos en enfrentamientos tribales en  Congo, esta vez, entre las etnias hema y lendu, quienes se disputan, al parecer, unos no especificados recursos naturales. La vieja historia de los terrenos y un daca esta fanega o muevo aquella linde, aunque quizás todo lo mueva y añasque alguna mina de diamantes o una expectativa petrolífera. En fin. Cuesta trabajo hacerse a la idea de la simultaneidad de la barbarie: Clonista pergeña esta clónica y alguien, como en Filipinas, salta por los aires. Con todo, es excesivamente estrecho el espacio que alberga la realidad, y se la quiere hacer entrar con calzador e indiscriminadamente, como los breves y los sueltos que se amontonan en columnas que dejan pasmado y sobrecogido al lector, como quien lee la lista de pasajeros de un avión que se ha estrellado y teme que algún familiar hubiese tenido la mala fortuna de haberse embarcado precisamente en ese vuelo hacia el último destino. Enseguida, no obstante, aparece un anticlímax que le reconcilia a uno con “lo mejor de la realidad”, o con lo más extravagante, e incluso a veces con lo más sórdido o lo más peregrino; pero siempre “lo más”. La realidad prensada, sea cual sea, siempre corre el peligro de ser tintada por el fantasma amarillo que recorre sus páginas. Ahí están los suplementos, como los cócteles vitamínicos que toman los atletas, para tratar algún tema “a fondo”, aunque a veces parecen publirreportajes de la industria cinematográfica americana, como es el caso de la historia del Nobel Nash, tan intensamente real porque su personaje halló otras dimensiones de la realidad y se alojó en ellas durante casi treinta años. El resto, menudencias y salpicón de variedades, incluida la crónica metafísicofílmica de A F-S, El Señor de las críticas, siempre en primer plano monopolizado. Y poco más.

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