miércoles, 29 de abril de 2015

2-3-02

     Es tradicional pensar en la realidad como un lugar, el antiguo “ahí” del “está ahí” que señoreó los usos coloquiales y articulados de la reflexión poco tiempo después de la concesión de la democracia -en lenguaje políticamente correcto sería “después de la conquista de la democracia”; pero ser Clonista ignaro, poco o nada avisado y, en punto a la reflexión, tan romo como la propia palabra lo representa, no significa que haya de ser necesariamente un ingenuo de tomo y lomo-; y por eso nos sorprende, cuando nos damos cuenta de ello, su carácter dinámico: la realidad se escapa de nuestras manos casi con tanta rapidez como el tiempo. No se trata de que se transforme, sino de que desaparece. La capacidad de retentiva de Clonista es mínima, lo cual es un impedimento notable para desarrollar su labor, puesto que hablar de clónica equivale a hablar de memoria, tanto en su sentido de archivo como en el de prospección y como, sobre todo, en el de creación. Por este último sendero, el de la auténtica desrealización imaginativa, es por el que nos es más fácil transitar a todos, en parte porque es una exigencia de los medios de comunicación a las masas: ni siquiera lo explícito es capaz de detener la proyección imaginativa con que hozamos y nos defendemos de lo real. Sí, reconocer la realidad es en gran medida defenderse de ella. El carácter fugaz de la misma tiende a dejarnos huérfanos de espacio y, por lo mismo, nos empuja a tratar de retenerla, de inmovilizarla. Qué jirones de la realidad acaben conformando la de cada uno es el desafío de cada cual, porque, al final, la convención común cae del lado de los juegos de poder y se revela como una ficción más cercana a la propaganda que a la imposible verdad. Clonista teme haberse perdido: esto es lo que tiene meterse en vericuetos para los que no se lleva el calzado adecuado ni se tiene la preparación física necesaria. Más sencillo es comprobar cómo el nepotismo pujoliano acaba saliendo a la luz, que los capitalistas se robaban unos a otros -infelices-, cobrando intereses del 300% con los que sólo unos cuantos de ellos veían engrosar sus cuentas paradisíacas, o que los obispos españoles propongan la canonización de Isabel la Católica, la patrona de la limpieza étnica, cuya fiesta pondrían en el recuperable día de la raza, se supone. Pero el día de hoy tiene un suplemento de realidad que le ha tocado muy de cerca: el arte del aforismo, a propósito de un libro de tales publicado por Cristóbal Serra. Eco, versado y poético, cataloga (y dialoga con) la historia del aforismo, amplísimo terreno de miniaturas. Se echan de menos las raíces egipcias, judías y griegas de los aforismos, pero un suplemento literario es lo que ha de ser: una invitación al descubrimiento, y poco más. Con una costilla contusionada por un golpe contra la mesa de mármol cuando, en escorzo imposible, besaba Clonista a su señora, la simple respiración indica ya el centro de interés de lo real. Si sumamos un entrenamiento bajo la lluvia intensa, por poética que resulte la imagen del corredor de fondo dando vueltas a una encharcada pista solitaria de atletismo, el resultado es un desfallecimiento que aleja lo real a una distancia rayana en la inverosimilitud. Por eso la fotografía del flequiministril Cabanillas bien puede ser lo que parece decir: “¡y cómo coño voy a saber yo por qué a ustedes les va tan mal en la vida!, ¡y a mí qué hostias me importa! No me lo explico, además, porque la voz que porto va a misa y es la buena nueva: en España emppieza a amanecer: ¡Aznar, Aznar, Aznar!, dicho sea como preámbulo gestatorio y bajo palio, en reconocimiento, todo hay que decirlo sí, de una evidencia histérica, digo histórica.” Ayer, en un capítulo del libro de Manguel, la realidad dobló su apuesta y venció: en l977 los militares argentinos contrataron a la empresa usamericana de relaciones públicas Burson-Marsteller para conseguir girar la opinión pública de su país y del mundo respecto del exterminio sistemático de ciudadanos argentinos que llevaron a cabo durante una de las dictaduras militares más atroces que ha sufrido el continente americano. El propagandista de lujo que encontraron, más de veinte años después, fue nada menos que Vargas Llosa, antiguo filoizquierdista y actual neoliberal sin complejos. O sea, que la afición a reescribir la Historia no es sólo estalinista, por supuesto; aunque la existencia misma de la Historia, como disciplina humanística exenta de la Literatura, resulta en nuestros días algo tan risible como el carácter científico de la Economía. Ya decían bien, ya, cuando a López Rega lo llamaban los sufridos argentinos, con intuición esclarecedora, El Brujo. Ricardo Piglia, también argentino, advierte, además, que la literatura se opone a la realidad. Con eso se cierra un pequeño bucle que ha marcado el día de hoy de manera vertiginosa. Justo al lado, en columna discreta, porque debe de ser de buena educación mediática, se airea el pasado “oscuro” de Pablo Iglesias: un padre demente a causa del alcohol y de la sífilis y una hermana prostituta. ¿No es de novela, eso que se opone a la realidad? McCourt sabe de qué va. Clonista se ve cada día que pasa más vecino de la literatura, un poco con un pie aquí en, la clónica, y otro poco con el otro allá, en la fábula.

2 comentarios:

  1. De la clónica a la fábula media la esdrújula realidad, en efecto, y no hay manera de poder fijarla en el tiempo, que no sea atraparla inútilmente en una jaula de la que acabará escapándose como un Godzilla furioso. El pulso reflexivo del intelector es una minoría que no puede enfrentarse a la vorágine consumista del chisme mediático. Para eso estamos también, Juan, procurando que ese paso de la realidad a la ficción sea digerible y hasta bello.

    Un abrazo.
    Manolo

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  2. Que no es poca procuración, la verdad... Se trata, el de la clónica, de un combate en el que uno se mete, sabiendo que va a salir vencido y batido,molido, como si las aspas del molino le volteasen ciento y una veces hasta perder incluso el sentido de la orientación...

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