20-2-02
Febrero va
yéndose que es un contento, un drama o la inercia del desistimiento. Un día
empuja al siguiente, y la repetición exasperante y milimétrica de las conductas
nos vuelve ciegos incluso para nuestra propia destrucción. La vida por fuerza
ha de ser invención, como la propia realidad, pero es sintomática la falta de
imaginación y de curiosidad que, a fuer de honestos, estamos obligados a
reconocer que nos limita. Zombies agnósticos solemos ser, porque no exhibimos
la mirada velada del trance, pero vamos igualmente dormidos por la vida.
Recibimos los estímulos de la realidad, que se presentan como indicios de la compleja
existencia de ésta, y somos incapaces de aceptarlos, y en algunos casos incluso
de reconocerlos. Lo mismo sucede si esa realidad es la trazada en la prensa
diaria. ¡Cuántas palabras no quieren convencernos de la sustantividad del viejo
sueño que representan! Aparecen, alardes tipográficos incluidos, como murales
que se quieren imperecederos, monumentos de la objetividad y criadas eficientes
de la Historia; pero el observador que va buscando el meollo de la realidad, el
corazón sintiente que le dé sentido, se entretiene en descifrar las trampas que
le tienden con su solemnidad y, a menudo, su zafiedad. “ETA mutila a un joven
socialista”, leemos, y la primera página no se llena de sangre. Frente a la
muerte, una mutilación casi es un mal menor, podría pensarse. El horror, en
aquel allí tan dividido entre unos y otros, estos y aquellos, no mueve a la
acción, sino a la palabrería vana de quienes viven lejos de allí, lejos del
miedo diario que impone el fascismo; y el silencio, los silencios, son
cómplices, y les dan oxígeno social a los asesinos. Aunque más desahogo les
proporciona la ambigüedad de la derecha nacionalista, cuya exaltación mesiánica
siempre será incompatible con la pluralidad democrática. Frente a la pierna
perdida, reformas legislativas. Leyes contra pistolas y bombas. Y más palabras.
Y un solo pueblo en guerra civil no declarada, consentida por una minoría mayoritaria,
y sufrida por el resto. Y el lector, instalado en su rutina, se ve sacudido por
la onda expansiva y sumido en un desconcierto aún mayor que el de quienes
quieren ver claro en los propósitos, planes o estrategias de quienes matan cada
vez con mayor cobardía. Tal y como trabaja la banda mafiosa, resulta
escalofriante pensar que quizás alguien cercano a la víctima haya pasado la
información que ha llevado al resultado mencionado “ut supra”. Páginas
adelante, un superviviente de otra mutilación, la de los perros a los que, en
una perrera municipal de Tarragona, les serraron -¡serraron!- las patas
delanteras, exhibe su presencia de extraño canguro diminuto. Pues eso. Y entre
las noticias-mojamas destaca la manifestación de putas en Madrid, reclamando el
reconocimiento político de su oficio y una reglamentación, como se pretende
hacer en Cataluña. Los ministros europeos se niegan a reconocer que la
prostitución sea un “trabajo”, y, escudándose en ello, lo dejan todo tal y como
está para que las mafias sigan proliferando y la inseguridad sea un perverso
gaje del oficio. Clonista debería preguntarse si esa drástica reducción de la
realidad, esa miniaturización forzosa a que la somete, tan ridícula a veces,
puede llegar a tener un sentido, por mínimo que sea. Quizás, en buena lógica
perversa, debería reproducir, en apostilla, la misma figura que compone la
prensa; pero mucho se teme que la realidad, por extensa que sea, siempre halle
su sentido en la intensión de la síntesis. El día se cierra con la singular
intención del Pentágono usamericano de sembrar de noticias falsas las agencias
de prensa y la propia prensa, en todo el mundo. Como si tuviéramos poco con el
enigma diario de la fábula noticiera, ahora viene el Pentágono a forjar, a
golpe de invención geoestratégica, una realidad imaginaria cuya aceptación,
supuestamente, sirva a los intereses usamericanos en todo el mundo. Por aquí
seguirá Clonista, pero mañana. Si febrero se va yendo tan rápidamente, con no
menor rapidez lo hacen todos y cada uno de sus días, como éste.
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