domingo, 19 de abril de 2015

20-2-02

     Febrero va yéndose que es un contento, un drama o la inercia del desistimiento. Un día empuja al siguiente, y la repetición exasperante y milimétrica de las conductas nos vuelve ciegos incluso para nuestra propia destrucción. La vida por fuerza ha de ser invención, como la propia realidad, pero es sintomática la falta de imaginación y de curiosidad que, a fuer de honestos, estamos obligados a reconocer que nos limita. Zombies agnósticos solemos ser, porque no exhibimos la mirada velada del trance, pero vamos igualmente dormidos por la vida. Recibimos los estímulos de la realidad, que se presentan como indicios de la compleja existencia de ésta, y somos incapaces de aceptarlos, y en algunos casos incluso de reconocerlos. Lo mismo sucede si esa realidad es la trazada en la prensa diaria. ¡Cuántas palabras no quieren convencernos de la sustantividad del viejo sueño que representan! Aparecen, alardes tipográficos incluidos, como murales que se quieren imperecederos, monumentos de la objetividad y criadas eficientes de la Historia; pero el observador que va buscando el meollo de la realidad, el corazón sintiente que le dé sentido, se entretiene en descifrar las trampas que le tienden con su solemnidad y, a menudo, su zafiedad. “ETA mutila a un joven socialista”, leemos, y la primera página no se llena de sangre. Frente a la muerte, una mutilación casi es un mal menor, podría pensarse. El horror, en aquel allí tan dividido entre unos y otros, estos y aquellos, no mueve a la acción, sino a la palabrería vana de quienes viven lejos de allí, lejos del miedo diario que impone el fascismo; y el silencio, los silencios, son cómplices, y les dan oxígeno social a los asesinos. Aunque más desahogo les proporciona la ambigüedad de la derecha nacionalista, cuya exaltación mesiánica siempre será incompatible con la pluralidad democrática. Frente a la pierna perdida, reformas legislativas. Leyes contra pistolas y bombas. Y más palabras. Y un solo pueblo en guerra civil no declarada, consentida por una minoría mayoritaria, y sufrida por el resto. Y el lector, instalado en su rutina, se ve sacudido por la onda expansiva y sumido en un desconcierto aún mayor que el de quienes quieren ver claro en los propósitos, planes o estrategias de quienes matan cada vez con mayor cobardía. Tal y como trabaja la banda mafiosa, resulta escalofriante pensar que quizás alguien cercano a la víctima haya pasado la información que ha llevado al resultado mencionado “ut supra”. Páginas adelante, un superviviente de otra mutilación, la de los perros a los que, en una perrera municipal de Tarragona, les serraron -¡serraron!- las patas delanteras, exhibe su presencia de extraño canguro diminuto. Pues eso. Y entre las noticias-mojamas destaca la manifestación de putas en Madrid, reclamando el reconocimiento político de su oficio y una reglamentación, como se pretende hacer en Cataluña. Los ministros europeos se niegan a reconocer que la prostitución sea un “trabajo”, y, escudándose en ello, lo dejan todo tal y como está para que las mafias sigan proliferando y la inseguridad sea un perverso gaje del oficio. Clonista debería preguntarse si esa drástica reducción de la realidad, esa miniaturización forzosa a que la somete, tan ridícula a veces, puede llegar a tener un sentido, por mínimo que sea. Quizás, en buena lógica perversa, debería reproducir, en apostilla, la misma figura que compone la prensa; pero mucho se teme que la realidad, por extensa que sea, siempre halle su sentido en la intensión de la síntesis. El día se cierra con la singular intención del Pentágono usamericano de sembrar de noticias falsas las agencias de prensa y la propia prensa, en todo el mundo. Como si tuviéramos poco con el enigma diario de la fábula noticiera, ahora viene el Pentágono a forjar, a golpe de invención geoestratégica, una realidad imaginaria cuya aceptación, supuestamente, sirva a los intereses usamericanos en todo el mundo. Por aquí seguirá Clonista, pero mañana. Si febrero se va yendo tan rápidamente, con no menor rapidez lo hacen todos y cada uno de sus días, como éste.

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