22-2-02
Ayer ya nos
avisaban de que hoy a las 20' 02 h se producía el gran capicúa esotérico del
que cabía esperar, a gusto del consumidor, cualquier cosa: parabienes o
sobremales. En el caso particular de Clonista, una atenta doctora le informaba
de la posibilidad de haber sufrido o estar sufriendo una ligera hepatitis, en
principio no relacionada con sus escasas reservas de ferritina. ¡Mire Vd. que
dar en maratoniano a los cincuenta! Por lo demás, y dejando de lado la negra
perspectiva desalentadora que supone oír noticias inquietantes sobre la
maquinaria corporal, la realidad de un viernes, horita y media de natación, sauna e hidromasaje incluidos,
tiene una dimensión levemente distinta de la de cualquier otro día de la semana.
Cierta bonhomía se instala en el córtex y se está dispuesto a admitir que las
retorcidas maquinaciones de los consejos de redacción para cortar un vestido
ajustado a las expectativas de los lectores es, por mera rutina, lo más
parecido que hay a la realidad. Un mosaico que a Clonista le agradaría algún
día ver hecho mural, para tener una percepción simultánea de la totalidad.
Leyendo a Manguel, concretamente el capítulo dedicado a Borges, descubre Clonista
que un diario es, a su modo discreto, un aleph. “Sentí vértigo y lloré” se dice
en el cuento. Lo mismo podría decir Clonista, si no fuera porque los
trampantojos le han escarmentado y endurecido. Que se comulgue con la realidad
tal y como ésta sale de la prensa churrera es una petición descabellada,
descerebrada, que solo cabe en la mentalidad más ingenua. Ahí está el Pentágono
para demostrarlo. Y ahí está lo que ha oído hoy Clonista y mañana leerá: se ha
reajustado la evaluación del IPC y ¡ale hop!, por arte de birlibirloque,
contables gubernamentales, de la misma escuela que los de Enron et alii, han
conseguido que una realidad evidente, la subida generalizada de precios, se
haya desvanecido hasta casi desaparecer. No son cosas de la realidad, que la
pobre con ser tantas cosas no es nada, salvo lo que unos y otros nos empeñamos
en poner en ella para vestirla, disfrazarla o, en el peor de los casos,
desfigurarla. Hoy no es el día apropiado, tan lleno de relajación fin de
semana, para aventurarse en la “epopeya bastante grande” de trasladar la
realidad íntegra de un día a esta clónica. Eso tienen las clónicas que
persiguen un imposible: el comentario excedería con creces el propio texto, y a
su vez necesitaría una apostilla ulterior para incluir la circunstancia
personal de Clonista y las implicaciones consiguientes. La realidad tras de la
que va Clonista es una y no solo la imagen esquemática de ella que ofrece la
prensa, pero, al cabo, esa unidad se le aparece de una dimensión tal que se
vuelve inaprehensible y, por supuesto, inextricable, indescifrable e
ininteligible. Ahí queda eso, que debe ser tanto como no decir nada, es decir,
el resumen de una tertulia radiofónica, lugar de lugares comunes donde los
haya. Y aquí permanece una portada con un psiquiatra comprado por un
narcotraficante; un malentendido
consolidado en Colombia a fuerza de tiros y muertos; la propuesta de
Sharon de crear muros de la vergüenza o guetos; un destejer antiterrorista al
que no tardará en suceder un tejer terrorista, porque la ideología del pa güevos, los míos tiene esas cosas,
que la vuelven eterna, como pasa con algunas discusiones sobre galgos y
podencos; un enfrentamiento entre policías nacionales y policías municipales,
que habrá hecho las delicias saineteras de los cacos que se hayan dado el
gustazo de contemplar la reyerta; la muerte por degollación de un intrépido
reporter americano en Pakistán; la incompetencia en asuntos exteriores del
pentagonarca Bush; el acólito fiscal general del estado -todo con las
minúsculas de su condición alfombraria y
esterillante- a quien no le ha quedado más remedio - y menos aún tras haber
sido humillado por sus subordinados para dar audiencia al represaliado fiscal
que vio pruebas convincentes para procesar al reverenciante ministro
Piqué- que dar la luz verde al procesamiento
de otro ministro, Matas, quien quiso jugar con ventaja fraudulenta en un
proceso electoral; los socialistas mediterráneos se quejan del centralismo
inversor del PP; y en las hojas dedicadas a las críticas de cine un anuncio
aséptico de la recreación que hace Russell Crowe de la enrevesada existencia
del Nobel John Nash. Leída la crítica correspondiente, porque cada uno se
orienta en la realidad prensada a su modo, el ínclito, paradigmático y
pontifical A.F-S despelleja el tostón y lo reduce en un sofrito crítico a la
mínima expresión: efectismo mediocre y pretencioso. Lo bueno de las críticas es
que ya sean buenas o malas raras veces disuaden de ir a ver una película, y a
veces, cuanto peores son, más incitan a verla para tener argumentos propios y
compartirlos o no, a posteriori, con los críticos. Habiendo leído el reportaje
sobre el Nobel, no obstante, a Clonista le cuesta mucho creer que la tosquedad
de Crowe sea capaz de expresar siquiera una milésima parte de los conflictos
que asediaron al matemático y le cambiaron la vida; cuesta mucho, insiste. Los
medios de comunicación a las masas se han incluido en la realidad con carácter
espectacular, de modo que incluso ya ha aparecido una sección que hubiese sido
inimaginable menos de cincuenta años antes: comunicación. Ahí se entera Clonista
del pesar y la vergüenza -anulada por la decisión de hacerlo público- con que
el New York Times ha reconocido que había publicado un reportaje falso sobre la
esclavitud de menores en África. La fuerza social de las empresas comunicadoras
es ya de tal magnitud que pronto de la realidad tal como creíamos que era no
quedará ni la sombra. Si los estados se parecen cada vez más a gigantescos
parques temáticos -y ahí está el inverosímil Fórum de las culturas 2004 para
demostrarlo-, las empresas de comunicación acabarán “dictando” la realidad, tal
y como lo vio El Roto en su inspiradísimo dibujo-opinión ya comentado días
atrás. ¡A punto ha estado de escribir Clonista meses atrás! En esa misma
sección, Vicente Verdú, siempre tan atento a los ultimísimos movimientos
sociales y a los análisis de los mismos, define las lovemarks, las marcas
comerciales que crean apego y que intentan seducir al cliente, no convencerlo.
Los diarios, a su manera -que es una manera editorial y de nómina de
colaboradores- también operan con estrategia de lovemark. Entre las migajas de
realidad, porque lo que sucede se ordena jerárquicamente, nos guste o no, Clonista
se fija en muchas de ellas, muy a menudo sin saber por qué, como, a guisa de
ejemplo, el relevo de Josep Millàs, presidente de Òmnium Cultural, de 72 años,
por un candidato renovador, Jordi Porta, de 66. Sin comentarios. Un cronista,
que no clonista, Jacinto Antón, le daba relieve al contraste conformador de la
realidad: Barça-Roma -encuentro futbolístico televisado-: millones de personas;
charla sobre los Apaches: 21 personas. Sin embargo, conviven ambas y es preciso
que sea así. Y quizás mejor que sea así. ¿Cuál puede ser el destino de una
clónica como ésta, sino la lectura íntima de una minoría dispuesta a empuñar el
flagelo o las tijeras? Clonista considera que ha de insistir en lo de la
división jerárquica de la realidad.
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