martes, 7 de abril de 2015

8-2-02

     El exceso nos pierde. También el exceso de realidad prefabricada, dictada. No tanto medios de comunicación de masas, cuanto medios de comunicación a las masas. Suerte de que las masas, en términos absolutos, viven de espaldas al cuarto poder y ni aun siquiera la televisión es capaz de crear un estado de opinión en este país. ¿O no perdieron los socialistas el poder y “tenían” la televisión? ¿Vivimos con déficit de realidad? A este paso diario -que devora las semanas como los partidos políticos las estadísticas- es probable que acabe preguntándose el Clonista lo obvio, si existe la realidad. Después se embarcará en la nave del deseo, tal vez la nave de los locos y, finalmente, arribará al puerto levitante del sueño. Desde él es posible que la realidad gane muchos enteros, e incluso que toda ella aparezca en su totalidad, no como ahora la percibe: fragmentos de apocalipsis, por ponerle título torrentino. Los viernes son días solitarios. A última hora de la tarde hay una realidad de empleados solos que llenan los cestos del supermercado con comida preparada, caprichos de gourmet de pueblo -calorías basura a espuertas-, y a quienes se les adivina el derrumbamiento de su dinamismo, una suerte de cansancio mecánico que les vela la mirada, les endurece el rictus y hasta les aja el terno que tan flamante comenzó el día. No llevan periódico bajo el brazo. Y se intuye en su mirada el consuelo de un televisor ante el que se quedarán dormidos, vencidos por el esfuerzo del éxito. También el Clonista  ha dedicado el viernes a la intendencia, que, a su modo, es relación con realidades humanas y comerciales. Y en ningún momento, entre merluzas, berenjenas, cigalitas, cabezas de rape y mandarinas se ha acordado de quienes ahora sí se acuerda, como el coronel venezolano que ha desafiado a Chávez, o el repugnante Sharon acordando con Bush la continuación de sus asesinatos de estado, que no guerra, pues es imposible por la desigualdad de los contendientes; también se le  ha quedado la copla razonable del ministro de Blair pidiendo que los inmigrantes, antes de serles concedida la nacionalidad acaten, por así decirlo, y cumplan la constitución, es decir, que dominen el idioma del país y acepten su ordenamiento jurídico, aunque choque con las creencias que  llevan consigo al país de acogida; ¡y cómo no se le iba a quedar grabada a fuego la salvaje acometida de dos pit-bulls a una empleada de Correos que hacía su reparto tan tranquila, ajena a lo que se le vino encima! No sólo al dueño debería denunciar la sufrida cartera ante la justicia -los perros le han desfigurado la cara con sus mordiscos-, sino también a las autoridades que permiten la tenencia de esas mortíferas armas blancas imprevisibles en manos de vecinos negligentes, y lo toleran con una indiferencia rayana en el desprecio. Y el Clonista sabe de lo que habla, porque fue perseguido por un rottweiler mientras corría por el parque de L’escorxador y nunca antes se había sentido tan humilde e indefenso conejillo, y no de indias, en su vida, pues supo que, si le cazaba, aquel perrazo conocía exactamente la ubicación de la yugular. Tanto fue su pavor que, a cada entregada repetición del suceso el rottweiler fue creciendo hasta acabar como los caballos tras el paso por una comisión de la CEE, es decir, convertido en un camello, según chistecillo de burócratas que le oyó el Clonista  a Manuel Marín. O sea, que la experiencia personal activa la representación de la realidad, pero la distancia inserta en la recepción del hecho una frialdad que frustra la solidaridad, en este caso.  Tal vez la lectura solitaria del periódico sea el error. Quizás deberíamos leerlo en grupo, socializar la lectura del mundo. Hay que pensar en ello, y nada mejor que retirarse a los brazos de Morfeo para hacerlo en el dilatado umbral por el que se accede a su seducción abductora.

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