lunes, 4 de mayo de 2015

6-3-02       

     Belene es no sólo el nombre de la vergüenza, sino el sino de la realidad prensada: aparecer en un hueco para el que encajaban las dimensiones de su fotografía, porque la noticia más parece un pie de foto que otra cosa, y desaparecer de la memoria de los lectores al día siguiente, cuando ya ni resuene el eco del ¡qué barbaridad! que subraya, preceptiva y sonoramente, la visión del desvalimiento de turno. El niño sudafricano atado como un perro a una valla a la entrada de la casa familiar, solo, junto a otro perro y unas gallinas. Los montajes periodísticos hacen desconfiar de cualquier realidad transmitida; pero si fuera verdad, ¿tendrá el mismo éxito mediático que la adúltera amenazada con la lapidación en Nigeria? Lastima observar que el ejemplo confirme la complacencia del primer mundo en sí mismo, pero la visión hace escasas fechas de El asesino de Pedralbes, de Gonzalo Herralde, equilibra la balanza. Parte de nuestra mejor tradición es Lázaro de Tormes, faltaba más. Lo que retiene Clonista, con todo, es la fugacidad de lo real, su identidad temporal, cuando lo suyo más pareciera que fuese una cuestión de índole espacial. Imágenes, dadas o formadas, que se desvanecen como si fueran auténticos fantasmas de nieblas matutinas que no soportan el poder disolvente de la luz del sol. Existe, pues, un desamparo, una pérdida, un vacío que provoca la información y que, llevado al extremo, puede generar una angustia considerable. Porque la adicción a la información es otra forma de drogadicción, aunque supongo que poco estudiada. Igual esta clónica puede acabar convirtiéndose en algo parecido al diario del doctor Jeckyll, quién sabe. Hasta el presente, Clonista no ha puesto el acento en él, salvo algunos ligeros detalles biográficos que justifican este o aquel retraso, este o aquel abatimiento, esta o aquella desidia, etc., pero quizás convendría que, poco a poco, acabara levantando acta del modo como la realidad prensada modifica o no su propia realidad vital, en el supuesto de que ambas sean distintas, que es la percepción común del asunto. Nadie que abra un diario y recorra el paisaje noticiado tiene la sensación de que toda esa realidad ordenada es su propia realidad. ¡Hay que ver cómo está el mundo! ¡Qué cosas pasan por ahí! ¡Qué cosas se leen! ¡Hay gente para todo! ¡A quién se le ocurre! ¡Pero cómo se atreven! ¡Estos americanos! ¿En dónde has dicho? ¿De verdad? ¡No puede ser! ¿Y eso por dónde cae?  ¿Pero todavía gobierna...? y expresiones semejantes son la prueba inequívoca de la distancia sideral que hay entre la realidad colectiva y la individual. El pequeño mundo de la vida propia, la circunstancia de corto vuelo de cada individuo, aun afectada por el amplísimo marco de la realidad toda, sin menoscabo, se impone con la inmediatez y la potencia formidable de los sentidos. Habrá, sin duda, seres como aquel prosolemne, protoobvio y archipedante Julio Anguita -tan íntimo de Aznar-, que vivan epicentrados en la Historia y desde ella levanten una voz marmórea pretendiendo que sea una marea de diagnósticos infalibles y recetas milagrosas; pero, por lo general, los ciudadanos de a pie, como este Clonista, que luchan por llegar a fin de mes y sufren el trabajo como una condenación bíblica, suelen, solemos, acabar siendo engullidos por esa inmediatez del radio corto. En ese radio está, por ejemplo, la vergüenza de la reunión de los jefes de gobierno europeos en Barcelona como si fuesen unos apestados a los que hay que separar del resto de los ciudadanos por una zona de seguridad que los aísla. Como seres de excepción, quienes ordenan la realidad no pueden estar dentro de ella, sino en un Olimpo artificial protegido por vallas y policías.

2 comentarios:

  1. Juan hay que vindicar el Derecho a la Pereza y que sea subsidiada.

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  2. ¡Que los ángeles de San Isidro nos asistan...! Una lástima que pereza rime con "cara de hereje"...

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