6-3-02
Belene es
no sólo el nombre de la vergüenza, sino el sino de la realidad prensada:
aparecer en un hueco para el que encajaban las dimensiones de su fotografía,
porque la noticia más parece un pie de foto que otra cosa, y desaparecer de la
memoria de los lectores al día siguiente, cuando ya ni resuene el eco del ¡qué barbaridad! que subraya, preceptiva
y sonoramente, la visión del desvalimiento de turno. El niño sudafricano atado
como un perro a una valla a la entrada de la casa familiar, solo, junto a otro
perro y unas gallinas. Los montajes periodísticos hacen desconfiar de cualquier
realidad transmitida; pero si fuera verdad, ¿tendrá el mismo éxito mediático que la adúltera amenazada con la lapidación en
Nigeria? Lastima observar que el ejemplo confirme la complacencia del primer
mundo en sí mismo, pero la visión hace escasas fechas de El asesino de Pedralbes, de Gonzalo Herralde, equilibra la balanza.
Parte de nuestra mejor tradición es
Lázaro de Tormes, faltaba más. Lo que retiene Clonista, con todo, es la
fugacidad de lo real, su identidad temporal, cuando lo suyo más pareciera que
fuese una cuestión de índole espacial. Imágenes, dadas o formadas, que se
desvanecen como si fueran auténticos fantasmas de nieblas matutinas que no
soportan el poder disolvente de la luz del sol. Existe, pues, un desamparo, una
pérdida, un vacío que provoca la información y que, llevado al extremo, puede
generar una angustia considerable. Porque la adicción a la información es otra
forma de drogadicción, aunque supongo que poco estudiada. Igual esta clónica
puede acabar convirtiéndose en algo parecido al diario del doctor Jeckyll,
quién sabe. Hasta el presente, Clonista no ha puesto el acento en él, salvo
algunos ligeros detalles biográficos que justifican este o aquel retraso, este
o aquel abatimiento, esta o aquella desidia, etc., pero quizás convendría que,
poco a poco, acabara levantando acta del modo como la realidad prensada
modifica o no su propia realidad vital, en el supuesto de que ambas sean
distintas, que es la percepción común del asunto. Nadie que abra un diario y
recorra el paisaje noticiado tiene la sensación de que toda esa realidad
ordenada es su propia realidad. ¡Hay que
ver cómo está el mundo! ¡Qué cosas pasan por ahí! ¡Qué cosas se leen! ¡Hay
gente para todo! ¡A quién se le ocurre! ¡Pero cómo se atreven! ¡Estos
americanos! ¿En dónde has dicho? ¿De verdad? ¡No puede ser! ¿Y eso por dónde
cae? ¿Pero todavía gobierna...? y
expresiones semejantes son la prueba inequívoca de la distancia sideral que hay
entre la realidad colectiva y la individual. El pequeño mundo de la vida
propia, la circunstancia de corto vuelo de cada individuo, aun afectada por el
amplísimo marco de la realidad toda, sin menoscabo, se impone con la inmediatez
y la potencia formidable de los sentidos. Habrá, sin duda, seres como aquel
prosolemne, protoobvio y archipedante Julio Anguita -tan íntimo de Aznar-, que
vivan epicentrados en la Historia y desde ella levanten una voz marmórea
pretendiendo que sea una marea de diagnósticos infalibles y recetas milagrosas;
pero, por lo general, los ciudadanos de a pie, como este Clonista, que luchan
por llegar a fin de mes y sufren el trabajo como una condenación bíblica,
suelen, solemos, acabar siendo engullidos por esa inmediatez del radio corto.
En ese radio está, por ejemplo, la vergüenza de la reunión de los jefes de
gobierno europeos en Barcelona como si fuesen unos apestados a los que hay que
separar del resto de los ciudadanos por una zona de seguridad que los aísla.
Como seres de excepción, quienes ordenan la realidad no pueden estar dentro de
ella, sino en un Olimpo artificial protegido por vallas y policías.
Juan hay que vindicar el Derecho a la Pereza y que sea subsidiada.
ResponderEliminar¡Que los ángeles de San Isidro nos asistan...! Una lástima que pereza rime con "cara de hereje"...
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