7-3-02
Extraño producto la realidad, y lo
consumimos, sin embargo, con fruición. Y claro, sospecha uno, tras revelarse
como consumidor especializado, que no debe ser infrecuente que nos acaben dando
gato por liebre, que haya rebajas, saldos, género averiado y hasta en franca
descomposición. El campechano ¿y esto cómo se come? sería el equivalente del ¿y
esto cómo hay que entenderlo? Porque igual que se necesita cierta urbanidad
para desempeñarse con corrección en una mesa, la realidad precisa a menudo una
suerte de manual de instrucciones para manejarla correctamente, para usarla sin
que el juguetito se nos estropee a las primeras de cambio. Es ingenuo
preguntarse si toda la realidad es de consumo, como lo es hacerlo sobre
tantísimas otras cosas que, en apariencia, deberían no tener nada que ver con
esa actividad alienante y fundacional. Por ello mismo, el bosque ilustrado a través del cual nos
llega el producto, con su exceso de tinta y su escasa vergüenza, se nos ofrece
con la obscenidad de quien ha estudiado previamente a sus lectores y ha hecho
los cálculos precisos para darles lo que supuestamente demandan o necesitan, y
por lo que éstos han de estar agradecidos. Hay una cierta relación de vasallaje
entre el lector y el diario, aunque disfrazada de autonomía recíproca. La
soberbia, no obstante, basta para desfigurar las máscaras de la cortesía
hipócrita y hacer aflorar el vértigo del poder en quien es consciente del mucho
que ostenta y ejerce. En las estanterías de la realidad hay hoy mucho género
del día anterior, y, como suele pasar, el olor a rancio comienza a extenderse.
Es novedad pasada la victoria deportiva de un Deportivo de La Coruña -por más
que cierto malentendido espíritu federal o gazmoña corrección política quieran
hacer correr la especie de A Coruña o
Lleida por el tradicional Lérida- que
le amarga la noche a quien cumplía cien años. Esa alegría también se vivió en
muchos otros lugares donde la impotencia del Real Madrid, el otro contendiente
de la final, se saludó hasta con cohetes. ¡Une tanto el odio! Bioy Casares
tiene dicho que sólo nos ponemos de
acuerdo contra alguien. Buena culpa del descrédito de la realidad como
producto de consumo la tienen los hacedores
de la misma, los fabricantes. Sólo hay que observar al rey de Marruecos y su
monarquía absoluta para darse cuenta de los servilismos innobles a que obliga
el juego de la política. Quienes
observan desde lejos el floreo de declaraciones sobre vecindades y amistades y
capítulos de inversiones y desplantes electorales y xenófobos, amén de
espionajes chapuceros, ¿cómo pueden comulgar con la rueda granítica de que eso
sea no tan solo una realidad, sino, además, acuciante? El capítulo de las varas
de medir es el que nunca aparece en los libros de estilo de los diarios; ni
tampoco el de llamar a las cosas por su nombre. O sea, que sin nombre apropiado
y sin la vara, ¿cómo se pastorea ese rebaño de trampantojos que nos embuten en
los ojos como colirios de credulidad?
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