14-4-02
En unas
horas la situación de Chávez ha dado un vuelco. El ejército, ante la
insurrección de una buena parte del mismo, favorable a Chávez, ha dado órdenes
al nuevo presidente, el empresario Carmona, de suspender el decreto que
disolvía el Parlamento elegido en las urnas. Clonista se resiste a inmiscuir en
esta crónica noticias de fuentes ajenas a la escogida por él, pero, sin que
sirva de precedente, añadirá, para completar el relato, que Chávez ha sido
restituido en su puesto. Parte de su posterior discurso a la nación ha sido una
amenaza sin velo contra quienes han querido
-y durante unas horas lo consiguieron- defenestrarlo y quién sabe si
eliminarlo, vía carcelaria, sacárselo de encima, vía expulsión -sin duda a
Cuba- o la tercera vía, el famoso artículo uno de cualquier golpe militar que
tenga la decidida voluntad de triunfar, es decir, asesinarlo. En la comedia de
indecisiones que se entrevé, los bolivarianos han reído los últimos, de
momento. No parece que tras la huelga general todo quede en este final de
opereta. Clonista seguirá atento. Hoy, domingo, la relativa calma del panorama
real forma parte ya del ritmo de consumo de lo real. No le extraña a Clonista
que la vida privada de cada quisque sea antitética de la recogida y plasmada
-antes bien modelada- en los diarios. Y el exceso abrumador de noticias exige
un tiempo de descompresión del que Clonista
no ha tenido la oportunidad de disfrutar. No llevará tan lejos su desquite como
su amigo José Luis, quien renunció abiertamente a dejarse informar, pues fue
consciente de la alienación en que vivía, interesándose hasta la pasión por
asuntos que poco o nada tenían que ver con su existencia, y para la que
representaba -su apasionamiento informativo- antes un estorbo y un engorro que
una ayuda o un complemento; pero hoy ha experimentado, por primera vez, el
alivio que le supondrá llegar a la noche del 31 de diciembre de 2002. Malo, se
dice, porque no hay como desear una meta para que se haga insoportable el
camino hacia ella. Aquí habría de figurar un elogio del camino, de la vida como
viaje, etc., y a su modo esquemático queda, ¿no? Hoy, escribía, es un día en
que la realidad aparece átona, destensada, relajada, navegando al pairo.
Incluso la masacre llevada a cabo en Yenin tiene menor cuerpo de letra que lo
ocurrido en la hija patria
bolivariana. Y el grosor de la letra es el índice de densidad de lo real,
convencionalmente. Clonista sabe que es un recurso engañoso, aunque muy
valorado por los profesionales: ¿Y esto, en qué cuerpo? Y en ello anda el
consejo de redacción enredado en cábalas y comparaciones hasta que se haga la
luz. Con alborozo habrán acogido millones de mujeres en este país la crisis
matrimonial entre el fútbol y la televisión, aunque la presencia de hasta tres
y cuatro televisores en las casas -más cuantos menos libros haya en ellas, está
claro- habrá evitado muchas y duras situaciones conflictivas. Clonista no
andaba lejos de la verdad cuando censuró el editorial de su empresa creadora de
realidad relativo a las sordas americanas. Hoy, con discreción de tirón de
orejas privado, aparece una crónica en la que sordos españoles defienden su
condición, y una mujer comienza por decir que se alegró muchísimo cuando supo
que su hijo sería como ellos. ¿Mostraba aquel editorial nuestra incapacidad
para juzgar las realidades que se aparten de la aceptada por nosotros, de la
valorada y tenida por normal, con
todas sus consecuencias? Esta misma clónica de la realidad, ¿cuánto no
diferiría de cualquier otra escrita por un sordo o un ciego, pongamos por caso?
El plural, realidades, lleva muchas semanas imponiéndose de tal modo que la
anomalía lingüística es que exista el singular. Como el hermoso anales -tan al
caso en esta clónica-, enseres, exequias o víveres. A tal repertorio reducido
habría de añadirse realidades y suprimir, de una vez por todas, que exista tal
cosa como realidad, o dejarla para pasto de parlamentarios en sesiones
plenarias de señorías cautivas. Y ello en proceso inverso del que les llevó a
los judíos sefarditas a abominar de Dios, por oírlo plural, y sustituirlo por
su Dío singular. Y de la Segunda República ni acordarse, como quien dice.
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