lunes, 22 de junio de 2015

22-4-02

     El resultado de las presidenciales francesas dice mucho sobre la construcción individual de la realidad. El tremendismo del desengaño ha llevado a los fabricantes de la realidad a titular la noticia en términos de elefantes y moscas: “El ultra Le Pen aplasta a Jospin”. El multiperspectivismo enriquece, sin duda, pero también deforma. A Jospin, sostiene Clonista, le ha aplastado la fragmentación de la izquierda, que le ha hecho una cama impecable, petaca incluida; además de los errores propios, por supuesto. En cualquier caso, la dispersión del voto siempre acaba beneficiando a la derecha, sea moderada o ultra. Por otro lado, la realidad concebida como secuencia publicitaria y sucesión de programas televisivos expertamente programados para evitar desprogramaciones ideológicas por parte de las sectas de izquierda, se ha impuesto de modo incontestable. Finalmente, el derecho a la diferencia también ha triunfado, en la primera vuelta: se ha votado con absoluta libertad, para correr el riesgo de perderla. Clonista recoge esa realidad sembrada por el juego desidentificador al que se han librado los partidos para copar el centro y gobernar desde él, y no le extraña en absoluto lo que ha pasado; a su modo, con su escasa perspicacia, ya lo dejó anotado hace meses: que Zapatero fuera el líder más valorado y el PP le sacará seis o siete puntos de ventaja al PSOE no podía significar sino que a los votantes del PP les encantaría que Zapatero fuera su líder, algo que casi les parecería hasta natural. En fin, politólogos tiene la santa iglesia democrática que nos aluviarán con finos y esclarecedores análisis de perogrullo a los que prestaremos solemne atención, siquiera sea por la rechifla de los lugares comunes, las obviedades y alguna que otra cita de relumbrón. Sharon retira parcialmente sus tropas después de haber aplastado -él sí que literalmente- varias ciudades palestinas, de haberlas reducido a escombros, y tras haber creado el mejor caldo de cultivo de los suicidas que seguirán escogiendo, fanáticamente, bares, tiendas, colegios, autobuses, oficinas, mercados y otros lugares públicos donde devolver parcialmente tanta tragedia como han sufrido. A Clonista no se le escapa que unas elecciones, dada la necesidad de estímulos de una sociedad en permanente disposición de dejarse sorprender, son terreno abonado para sorpresas cuya trascendencia -he ahí el caso de Mafiosconi- son incapaces de prever quienes las provocan. En fin, continuará. Con todo, aún hay una ficción cuya sola enunciación sonroja: el electorado. Hecho sujeto de facto, ¡cuántas necedades no se dirán sobre lo que ha decidido, hecho o dejado de hacer; y cuántas más aún sobre sus posibles intenciones! He ahí el bello negocio estadístico de CiU: paga el consuelo de una encuesta que le da vencedora en las elecciones autonómicas, y lo grita a los cuatro vientos con el ánimo de que tres despistados derrotados retomen la pista de una ilusión que ha degenerado ya, entre su electorado, en ilusismo. Reducir la realidad a una dimensión manejable es uno de los principales trabajos de quienes se acercan a la prensa escrita. Si por el camino la razón acaba medio vestida de jirones, ¿a quién le importará? Mal camino, le parece a Clonista, éste de dar en moralista trasnochado accidental. Mejor destaca, con todos los honores, la segunda rectificación en toda regla de aquel editorial indigno sobre la sordera de encargo. El diario tiene algo de paralizador, de “no se preocupe, que nosotros velamos por usted y nos encargamos de todo, no tiene que molestarse para nada”. De ahí la pereza con que Clonista recorre tantas noticias que no se dirigen a él, sino que se le imponen con la rotundidad  apodíctica de algunos hechos. El pobre Guelbenzu, ilustrado larriano, arremete contra el tópico de que la literatura "ha de ser divertida". Esfuerzo baldío el suyo, de verdad. 

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