sábado, 6 de junio de 2015


6-4-02

     En los fines de semana se ha convertido ya en una costumbre que la clónica se retrase hasta solaparse con el día siguiente. Ayer la causa fue la dedicación artística y la salida al cine para ver Gosford Park, de Altman, película medida donde las haya, con un extraordinario ritmo lento pero intenso y unas interpretaciones magistrales, todas, arriba y abajo, amos y criados. Sorprendía ver a Kristin Scott-Thomas transmutada en Marlene Dietrich, y se agradecía el rescate de los silencios expresivos, tan de capa caída en el cine de los últimos tiempos. Quizás no sea otra la magia del cine que su capacidad para imponerse como auténtica realidad sumergiéndonos en la nada de la oscuridad, convirtiéndonos en el ojo cosmológico que todo lo escruta. Ningún otro arte es capaz de conferir tanto poder al receptor. Y el cine es, sobre todo, fragmentación, retales bien cosidos. Espejo objetivo de la realidad nuestra de cada día, pues; ficción de un continuo que no existe sino en el recuerdo. En ese caos de pedazos más o menos grandes y de naturalezas variopintas, Clonista sabe que se ha de poner orden, que las empresas periodísticas son las primeras en hacerlo, pero que, después, cualquier lector ha de establecer su propia jerarquía. Y ahí es donde Clonista se resiste a entrar en el juego, porque la ludopatía también afecta a nuestra ¿simple? relación con lo real, sin que el azar ande de por medio. Homo ludens donde los haya, Clonista se vería incapaz de establecer esa jerarquía de lo real cada jornada. Seguramente porque, desde la propia vida personal, casi nada de lo conocido a través de la prensa toca tan de cerca como para convertirlo en un suceso íntimo, relevante. Sin duda, prestado al deleznable y absurdo juego por una vez y sin que sirva de precedente, lo esencial de la realidad del día de hoy es la aparición de un número de la revista Poesía dedicado a Arthur Rimbaud. La noticia resume el contenido de la revista y destaca la huida compulsiva de un escritor visionario, un vidente a quien, agotada su visión, la Literatura se le volvió una carrera de vanidades estúpidas. El angelismo notabilísimo de su rostro adolescente contrasta con el rostro duro, anguloso y despiadado del mercader maduro que buscaba fortuna en la aventura y aventura en cualquier huida, hasta que la enfermedad lo redujo: la pata quebrada y en casa. Esa es la gran noticia de la realidad del día de hoy. Por cierto, ¿cuándo novelará alguien los terribles amores entre Verlaine y Rimbaud, y otro alguien se atreverá a llevarlos al cine? Bien, claro. La segunda, menos espectacular que la primera, es la adulteración de los vinos de marca con cien años de antigüedad. De esa realidad exquisita -tan alejada del humilde vivir de Clonista-, extrae éste, sin embargo, una expresión  poética, la parte de los ángeles, que envidia y se le clava en la memoria como un hallazgo que hubiera deseado personal. Esa parte no es otra que la evaporación que sufren las viejas botellas de vino, las cuales pueden ser rellenadas con vino que, preceptivamente, ha de pertenecer a otra botella que sea de la misma casa y del mismo año. Por ahí, en ese relleno, es donde se verifica el fraude, pues en vez de malgastar una botella de cien años para cubrir las evaporaciones de otras botellas, se utilizan vinos más recientes para tal menester. A Clonista se le escapan los flecos legales del asunto, pero está de acuerdo con el viticultor procesado: Los millonarios que compran estas botellas saben que han sido reacondicionadas, pero que son excelentes. Estafar sería vender vino de mala calidad, hacer pasar por Burdeos lo que se ha cosechado en otra región. En el fondo, qué más da, si ese problema sólo puede afectar a la minimísima parte de la población que puede permitirse el lujo de pagar 2.500 euros por una botella de vino. Lo importante seguirán siendo los sorbos angelicales, la ebriedad divina. Frente a ambas realidades, una biográfica y la otra léxica, de idéntico furor creativo, ¿cómo es posible que una trivialidad como que Arafat y Zinni hablen del Estado palestino, con la que está cayendo -¡con los que están cayendo, propiamente dicho!-, se encarame a ese lugar preeminente de lo real; o que lo haga la miseria dialéctica del PP al cuestionar la honestidad intelectual de los reparos del PSOE a la nueva ley que posibilite ilegalizar partidos políticos; o la mera constatación de la validación de la sentencia que condena al mamarracho fascistoide de cristiano nombre y verbo luciferino, tan dado a las pelotas y a las construcciones fraudulentas? Si acaso alguna noticia hubiera de competir con aquellas dos reseñadas, sería la del fraude de las cuentas en paraísos fiscales del BBVA. Como suele leerse al destaparse noticias de este calado: habrá que estar atentos a las próximas revelaciones, pues, al parecer, el Gobierno habría podido hacer chantaje al BBV para promover una fusión con Argentaria más ventajosa para ésta que para aquél, o como Clonista ha oído de refilón a algún tertuliano en la Ser: el pez chico se comió al grande en esa fusión. En esos juegos de Cluedo a que tan aficionados son las gentes del capital en cualquier latitud -también en Gosford Park había mucho de Cluedo, por cierto-, reconoce Clonista un interés que ya se confirmó en el curioso vodevil reciente de tanto éxito llamado Gescartera, cuyas representaciones, para disgusto del Gobierno, uno de los actores principales, concitan una audiencia siempre creciente.  En fin.

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