10-5-02
Familiaridad, quizás excesiva, es lo
que se acaba teniendo con lo real prensado. El trato cotidiano tan intenso le
quita solemnidad al devenir histórico, y Clonista es buena prueba de ello
cuando salpica su clónica con juicios de valor irreverentes y tan atrevidos
como solo la familiaridad lo permite. Todo es cercano, como los personales y
esclavizadores afanes cotidianos; todo es rutinario, hijo de ciertas inercias
que alimentan el sobrentendido; todo es, en fin, el pasatiempo ocioso de una
hora encallada -y a veces bien enca-nallada-, en mitad de la tarde o la mañana de
un constante fluir de agobios. Colocarse ante el diario, dispuesto a extender
ante los ojos un mapa lleno de caminos circulares, es en sí -sin guiones- una
realidad que la suspende: el tiempo de la lectura no deja de ser un tiempo
ocioso, un tiempo muerto, acaso un descanso merecido, que siempre acaba
transformándose en un diálogo imposible. Nada tan humano como rebajar la
importancia de lo que nos rodea, cumplir a rajatabla la máxima castellana
predilecta de Mairena: nadie es más que nadie. A pesar, con todo, de la
dimensión trágica de algunos hechos ocurridos en lugares lejanos a los que nos
llevan los diarios en una suerte de viaje turístico al horror, como en el caso
de la república rusa de Daguestán, fronteriza con la atormentada Chechenia. Clonista
desvía la mirada desde la información hacia la infografía para solazarse en el
reconocimiento geográfico y añadir a su archivo mental datos irrelevantes cuya
arbitraria retención siempre han constituido un misterio para él. La realidad
puede entenderse de ambos modos: recopilación de los "momentos
estelares" de la humanidad desde un discurso fundamentado; amalgama
absurda de datos dispersos y heterogéneos; verbi gratia: encontrar la citada
frase de Marx acerca de que los grandes hechos y personajes se producen dos
veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa, en la apertura de El 18 brumario, si bien lo que hace es
completar una frase de Hegel. ¡Qué gran cruz el diletantismo! Autodisculpado, Clonista
observa que la España autonómica, aún sin despejar las brumas de cierto
secesionismo que no deja de amagar, va creando escuela europea, según ha de
deducirse de la propuesta de Blair de generalizar parlamentos por los cuatro
rincones de su excéntrica isla. No muy lejos de la política multiplicada ad
náuseam en lo que de peor tiene ésta, la politiquería cominera, aparece una
información relativa a un “señor de la guerra”, es decir, puesto que necesita
traducción el bello título medieval, de un faccioso asesino sin escrúpulos,
ingenuamente armado por la CIA, justo quien ahora trata de acabar con él en ese
hermoso juego de despropósitos que es “el tablero de la política
internacional”. ¿Gracias a quién, o quiénes, hizo fortuna el eufemismo? Quizás
fue con motivo de la guerra de Eritrea, otro más de los terribles fracasos de
la especie humana. En todo caso, repetirlo no deja de ser un amaneramiento
intolerable y un insulto menor a quienes quieren forjarse esa parte de la
realidad del modo más verídico posible, siempre aproximado, por supuesto. El
orden rígido de la realidad prensada parece dejar poca iniciativa al lector
para construirse él mismo una realidad según sus propios criterios. Quizás
fuera insoportable el hecho de acercarse al noticiero escrito y comprobar que
las noticias aparecían distribuidas en las páginas al capricho del azar, pero
¿sería un reflejo de lo real tan real como la propia realidad? Es muy probable
que el aturdimiento de la amalgama desordenada retrajese al aventurero de lo
real, le disuadiera de entrometerse en el laberinto de lo vivo. Metidita en sus
celdillas, la información se amansa, se vuelve mascota doméstica que podemos
abrir sobre nuestro regazo mientras saboreamos un café, un té, un poleo o una
cerveza: no daña, tampoco ilustra, no convence, y siempre se aprecia, eso sí, su
formalidad. La ocuppación de la Justicia sigue su curso. Se le reprochó a
Guerra aquella ingenuidad vocera sobre la muerte de Montesquieu, pero hoy el
goppierno -pactos zapatero-cobertores por medio- lo entierra con discreción.
Tímidamente se apunta alguna rebeldía política e incluso judicial, como a
propósito del despropósito del se ve que obligado favor guppernamental a Liaño,
pero el goppierno pone cara de mayoría appsoluta y aquí no ha pasado nada y a
otra cosa gaviota. Revueltilla anda la realidad cuando se huele el husmo de las
elecciones próximas: aparecen entonces los personajillos a la caza y captura de
su lugar bajo el sol que más calienta. Mendiluce, por ejemplo, cambia de
caballo -a lo garz/çón- y, sin bajarse del anterior, le hace el juego sucio a
la izquierda posibilista. Y por ahí anda un heredero del Ducado de Suárez,
atento a las carambolas que le permitan pasar de la base a la semicúspide
política por derecho de cuna y de fotogenia neoliberal. Después se le buscan
explicaciones a la distancia que separa a los ciudadanos de los políticos. Que
la principal novedad de la ley antirreforma de la educación secundaria sea la
confirmación de la sumisión del estado español al estado vaticano, ¿no es ya
motivo suficiente para abjurar de ella, desnaturalizarse del primero y
apostatar de la razón de ser del segundo -en el caso de quienes aún sigan
siendo fieles de éste, pues que tan pocos de ellos hay-? Por otro lado, dicha
reforma entra en un terreno tabú: la carrera profesional, rechazada hasta el
presente por ciertos sindicatos empeñados en hundir la enseñanza pública con su
seguidismo acrítico de las diferentes administraciones educativas. Ya se verá
en qué para una ley que quizás contiene medio buenas intuiciones junto a
aberraciones palmarias. El futuro debate político servido permitirá oír el coro
de grillos que cantan a la luna, con notables intervenciones, sí, sí, de dar la
nota. Andres Rábago lo clava, como siempre: “El botellón también es cultura.
¡No sólo lo va a ser el fútbol!” Cuando tenemos el catálogo de culturas más
extenso de occidente, ¿cómo no incluir en él, con todos los honores de
revuelta, como la de aquella contra el acortamiento de las capas propuesto por
Esquilache, que no salió esquilado, en verdad, el archipopular botellón? Clonista
ha oído hablar acerca de la cultura de la violencia, de la cultura de la droga,
de la cultura de la pintada, de la cultura okupacional, de la cultura del
insulto, de la cultura de la incultura, de la cultura televisiva, de la cultura
del cómic y de tantas otras más que no puede sorprenderse ahora de que se
incluya la del botellón, lógicamente. Clonista se reintegra a la cultura del
silencio en espera.
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