lunes, 13 de julio de 2015


10-5-02

     Familiaridad, quizás excesiva, es lo que se acaba teniendo con lo real prensado. El trato cotidiano tan intenso le quita solemnidad al devenir histórico, y Clonista es buena prueba de ello cuando salpica su clónica con juicios de valor irreverentes y tan atrevidos como solo la familiaridad lo permite. Todo es cercano, como los personales y esclavizadores afanes cotidianos; todo es rutinario, hijo de ciertas inercias que alimentan el sobrentendido; todo es, en fin, el pasatiempo ocioso de una hora encallada -y a veces bien enca-nallada-, en mitad de la tarde o la mañana de un constante fluir de agobios. Colocarse ante el diario, dispuesto a extender ante los ojos un mapa lleno de caminos circulares, es en sí -sin guiones- una realidad que la suspende: el tiempo de la lectura no deja de ser un tiempo ocioso, un tiempo muerto, acaso un descanso merecido, que siempre acaba transformándose en un diálogo imposible. Nada tan humano como rebajar la importancia de lo que nos rodea, cumplir a rajatabla la máxima castellana predilecta de Mairena: nadie es más que nadie. A pesar, con todo, de la dimensión trágica de algunos hechos ocurridos en lugares lejanos a los que nos llevan los diarios en una suerte de viaje turístico al horror, como en el caso de la república rusa de Daguestán, fronteriza con la atormentada Chechenia. Clonista desvía la mirada desde la información hacia la infografía para solazarse en el reconocimiento geográfico y añadir a su archivo mental datos irrelevantes cuya arbitraria retención siempre han constituido un misterio para él. La realidad puede entenderse de ambos modos: recopilación de los "momentos estelares" de la humanidad desde un discurso fundamentado; amalgama absurda de datos dispersos y heterogéneos; verbi gratia: encontrar la citada frase de Marx acerca de que los grandes hechos y personajes se producen dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa, en la apertura de El 18 brumario, si bien lo que hace es completar una frase de Hegel. ¡Qué gran cruz el diletantismo! Autodisculpado, Clonista observa que la España autonómica, aún sin despejar las brumas de cierto secesionismo que no deja de amagar, va creando escuela europea, según ha de deducirse de la propuesta de Blair de generalizar parlamentos por los cuatro rincones de su excéntrica isla. No muy lejos de la política multiplicada ad náuseam en lo que de peor tiene ésta, la politiquería cominera, aparece una información relativa a un “señor de la guerra”, es decir, puesto que necesita traducción el bello título medieval, de un faccioso asesino sin escrúpulos, ingenuamente armado por la CIA, justo quien ahora trata de acabar con él en ese hermoso juego de despropósitos que es “el tablero de la política internacional”. ¿Gracias a quién, o quiénes, hizo fortuna el eufemismo? Quizás fue con motivo de la guerra de Eritrea, otro más de los terribles fracasos de la especie humana. En todo caso, repetirlo no deja de ser un amaneramiento intolerable y un insulto menor a quienes quieren forjarse esa parte de la realidad del modo más verídico posible, siempre aproximado, por supuesto. El orden rígido de la realidad prensada parece dejar poca iniciativa al lector para construirse él mismo una realidad según sus propios criterios. Quizás fuera insoportable el hecho de acercarse al noticiero escrito y comprobar que las noticias aparecían distribuidas en las páginas al capricho del azar, pero ¿sería un reflejo de lo real tan real como la propia realidad? Es muy probable que el aturdimiento de la amalgama desordenada retrajese al aventurero de lo real, le disuadiera de entrometerse en el laberinto de lo vivo. Metidita en sus celdillas, la información se amansa, se vuelve mascota doméstica que podemos abrir sobre nuestro regazo mientras saboreamos un café, un té, un poleo o una cerveza: no daña, tampoco ilustra, no convence, y siempre se aprecia, eso sí, su formalidad. La ocuppación de la Justicia sigue su curso. Se le reprochó a Guerra aquella ingenuidad vocera sobre la muerte de Montesquieu, pero hoy el goppierno -pactos zapatero-cobertores por medio- lo entierra con discreción. Tímidamente se apunta alguna rebeldía política e incluso judicial, como a propósito del despropósito del se ve que obligado favor guppernamental a Liaño, pero el goppierno pone cara de mayoría appsoluta y aquí no ha pasado nada y a otra cosa gaviota. Revueltilla anda la realidad cuando se huele el husmo de las elecciones próximas: aparecen entonces los personajillos a la caza y captura de su lugar bajo el sol que más calienta. Mendiluce, por ejemplo, cambia de caballo -a lo garz/çón- y, sin bajarse del anterior, le hace el juego sucio a la izquierda posibilista. Y por ahí anda un heredero del Ducado de Suárez, atento a las carambolas que le permitan pasar de la base a la semicúspide política por derecho de cuna y de fotogenia neoliberal. Después se le buscan explicaciones a la distancia que separa a los ciudadanos de los políticos. Que la principal novedad de la ley antirreforma de la educación secundaria sea la confirmación de la sumisión del estado español al estado vaticano, ¿no es ya motivo suficiente para abjurar de ella, desnaturalizarse del primero y apostatar de la razón de ser del segundo -en el caso de quienes aún sigan siendo fieles de éste, pues que tan pocos de ellos hay-? Por otro lado, dicha reforma entra en un terreno tabú: la carrera profesional, rechazada hasta el presente por ciertos sindicatos empeñados en hundir la enseñanza pública con su seguidismo acrítico de las diferentes administraciones educativas. Ya se verá en qué para una ley que quizás contiene medio buenas intuiciones junto a aberraciones palmarias. El futuro debate político servido permitirá oír el coro de grillos que cantan a la luna, con notables intervenciones, sí, sí, de dar la nota. Andres Rábago lo clava, como siempre: “El botellón también es cultura. ¡No sólo lo va a ser el fútbol!” Cuando tenemos el catálogo de culturas más extenso de occidente, ¿cómo no incluir en él, con todos los honores de revuelta, como la de aquella contra el acortamiento de las capas propuesto por Esquilache, que no salió esquilado, en verdad, el archipopular botellón? Clonista ha oído hablar acerca de la cultura de la violencia, de la cultura de la droga, de la cultura de la pintada, de la cultura okupacional, de la cultura del insulto, de la cultura de la incultura, de la cultura televisiva, de la cultura del cómic y de tantas otras más que no puede sorprenderse ahora de que se incluya la del botellón, lógicamente. Clonista se reintegra a la cultura del silencio en espera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario