sábado, 18 de julio de 2015

18-5-02

     Decididamente es muy onerosa la obligación de seguirle la pista a la realidad durante trescientas sesenta y cinco jornadas, y haber de consignar los resultados, como un mediocre detective de matrimoniales. No es extraño que a Clonista le haya asaltado la duda horrible de si está cayendo en el vicio tertuliano, si su honesto empeño absurdo no será, en el fondo de ciénaga de sus intenciones, un desquite: montarse una autotertulia donde, además, no ha de soportarse a los tertulianos de cuota. Quizás sí que existe una realidad de cuota, y más de una, seguro. A la vista de la experiencia, tampoco le extraña a Clonista que quien se haya visto en un empeño semejante haya decidido, un buen día, esto es, cualquiera de ellos, comenzar a hablar cada vez más de sí mismo, dejando un poco de lado el objeto, en este caso poco definido, de su tarea, investigación o simple pasatiempo. Clonista no siente vergüenza de que algo así pudiera suceder, pero tampoco le entusiasma la idea. En su entretenida Historia de un alemán, Sebastian Haffner insiste una y otra vez en la sensación permanente de no saber nada de nada de cuanto ocurría a su alrededor, aun a pesar de la lectura de los periódicos, cuando los había. La inflación del 23 y la aparición “milagrosa” del rentenmark fueron vividos por él como una epifanía de lo mágico y lo surreal en plena vida cotidiana. Y ello en una persona atenta a la realidad.  ¡Cómo no vivirán la realidad, entonces, la extensa  nómina de artistas que han solido vivir de espaldas a la realidad, indiferentes al dibujo extraño de las ambiciones políticas, los usos y disfrutes del poder y tantas cosas despreciables, si puestas en la balanza junto a sus singulares objetivos artísticos! La vena artística de Clonista le exime, pues, de justificaciones que no le son aplicables ni exigibles. A día de hoy, agotadoramente caluroso, pero exento del tormento de las  correcciones escolares y con un lunes festivo en el horizonte, Clonista -ya se advierte por el largo proemio- tiene el verbo descansado y pronta la palabra que cuartea el silencio bital de la página electrónica. De muy escaso relieve le parece que son los dibujos que emergen del mapamundi de lo real desplegado ante sus ojos. La muerte de Kubala -que a pesar de su frialdad glacial centroeuropea acariciaba el balón como ningún otro amante del buen fútbol lo ha hecho- ensombrece levemente la nevada de días pasados y lleva la tristeza a quienes evocan, al conjuro de su nombre, bellezas inmarcesibles. Un deportista -él sí que lo fue, antes que figura mediática- no eclipsa otra cumbre de ese particular montañismo al que es tan aficionado el ppresidente Aznar, quizás porque con tanta sombra como le cae siempre sobre los ojos sea en él una necesidad la búsqueda de los espacios elevados donde llegue la claridad sin obstáculos. Antifaz de sombras, lleva el guerrero de la seguridad internacional. Es anécdota, pero ¡qué reveladora! En 2002 se rehabilita a los desertores del ejército nazi, ¡y contra el parecer de los conservadores! Hasta hoy, pues, han seguido siendo considerados socialmente como unos traidores y unos cobardes. ¿De qué vale el excelente argumento de un rehabilitado, acerca de que si muchos más hubieran hecho lo que ellos hicieron no se habría producido el holocausto, frente al culto a Belona tan propio de los alemanes? José Miguel Oviedo reflexiona sobre el lento proceso de orillamiento del libro como objeto frente a la asepsia de los fondos informatizados, y se queja, y con razón. Clonista sabe que escribir esto sobre la pantalla del ordenador en el que trabaja parece una ironía excesivamente compleja, una contradicción in re o una burla de pardillo, pero sigue defendiendo la necesidad del papel, del libro, del diario y de la revista. Oviedo dice muy bien por qué. En su artículo recoge una cita no textual del periodista Corpus Barga con la que Clonista ha coincidido en alguna ocasión, sin haberla conocido previamente, y que viene a decir lo siguiente: el periódico de ayer es viejo, pero el de hace un siglo tiene una inesperada actualidad. Eso mismo es lo que ocurre cuando se lee el libro de Haffner, tan centrado en la República de Weimar. De hecho, gran parte de cuanto ocurre en las vascongadas ¿no es una repetición de la historia de aquella república? A ese respecto resulta muy clarificadora la queja de Miquel Caminal -nada menos que catedrático de ciencia política. ¡Y estará tan orgulloso de aceptar como quien no quiere la cosa semejante barbaridad como “ciencia política” en su tarjeta de visita!- en el suplemento terruñacional por la futura aprobación de la ley de partidos ideada expresamente para luchar contra B, según él, y no le falta razón en ello. Bastante menos tiene, sin embargo cuando afirma que “la democracia y el pluralismo se mueren sólo si es el barómetro electoral el que decide cuáles son las cosas que conviene decir o hacer”. ¿Que se gobierne así, es decir, tan mal, implica necesariamente esa muerte que él plañe tanto o forma parte de las posibilidades que brinda el juego político? Extraña sobremanera que el señor Caminal no considere que la situación de los concejales socialistas y populares de las vascongadas sea un motivo de muerte del pluralismo y de la democracia, pero líbrele el dios del sentido común a Clonista de entrar en el coto científico donde el señor Caminal caza argumentos de tanta envergadura y con colmillos tan afilados. A su lado, y sembrado como siempre, Rábago dixit: “¡Qué gran verdad es la propaganda!”. Su personaje está sentado, con la realidad prensada abierta entre las manos, y Clonista, por un momento se mimetiza con el dibujo. ¡Hasta siente añoranza de la dulce fragancia del humo de la pipa que sostiene entre sus dientes jocosos el dibujado lector con televisor al fondo! Luzón, fiscal clónico del jefe Cardenal, no halla delito en Matas tras haberlo buscado en los matorrales dolosos de la captación de votos ultramarinos. Se ve que a la Justicia es imposible aplicarle aquello de que no da una a derechas, pero ofrece al lector, sin embargo -y más aún al sufrido usuario de sus sectarios oficios-, la imagen de una corporación cuyos miembros están tan entrañablemente unidos  -por liañas de devoción y hermoso afecto ejemplar- que representan el más alto ejemplo de armonía social y solidaridad gremial que pueda ofrecerse a la ciudadanía. ¡Dónde queda el famoso lema mosqueteril en comparación con lo que el CGPJ es capaz de hacer! ¡Ay, pobre Sisa! Ha ido a caer el anuncio de su actuación en La Paloma entre dos anuncios de convocatoria de junta general de accionistas y bajo dos noticias policiales: una sobre el desamparo ciudadano y otra sobre las sanciones a los mossos que se divirtieron lo suyo dándole al moro-que-es-de-goma. ¿No pasó casi sin pena ni gloria una maravilla de disco como Visca la llibertat? Si en la literatura la fugacidad de las novedades se mide por meses, no más de tres, en música casi puede medirse por días, ciertamente. También la realidad tiene minuto de caducidad.

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