domingo, 5 de julio de 2015

6-5-02

     Según la hora, Clonista cumple con su obligación, como si de una terapia para la rehabilitación de la voluntad se tratase, con alguna que otra información que, como en el caso de hoy, anticipa el mañana con su estruendo de sangre: han asesinado al candidato ultraderechista holandés Pim Fortuyn, creador del partido que lleva su nombre. Una excepción en Holanda, el asesinato político, y muchos intereses cruzados en esa desaparición de quien avanzaba con firmeza en los sondeos con un lema tan sencillo de comprender como eficaz a la hora de captar secuaces: Holanda para los holandeses; en Holanda ya no cabe ni un inmigrante más. La apelación a la propiedad patriótica, por simbólica que sea, le permite seguir ganando votos a cualquiera. El caso de Fortuyn, catedrático universitario de sociología, homosexual orgulloso de serlo, y nada amigo de que lo comparasen con Haider o Le Pen, añade una pizca de complejidad a su persona y a su movimiento que podría explicar su ascenso electoral. No se presentaba como un matón, ni como un filonazi, o como un filofascista, en el caso de Fini, aunque sus postulados xenófobos lo acercaran a todos estos. Con todo, su visión de la cultura islámica como un retroceso, compartida sotto voce por sus adversarios y sin embargo amantes de lo políticamente correcto, sigue ahí como un elemento de discusión, el multiculturalismo, que aquí en España se ha saldado con tres desaires, cuatro insultos y ochocientos tópicos. Mañana volverá Clonista, cuando toque. El día de hoy, de inacabable jornada lectiva, tiene, para Clonista, el aliciente de haber comenzado la lectura de una obra afín: Historia de un alemán. Memorias 1914-1933, de Sebastian Haffner. Intrahistoria unamuniana: la crónica pequeña de la Historia que es su vivencia personal de un periodo agitado como pocos. Y en las primeras páginas ya insiste en una conclusión a la que Clonista no tardó en llegar: las personas viven al margen de la Historia, y son incapaces de tener clara conciencia de la dimensión exacta de la mayoría de los  acontecimientos de los que son contemporáneos. Hay algunos, no obstante, cuya envergadura es de tal calibre que se hace imposible ignorarlos, obviarlos o desentenderse de ellos, pues son los que, efectivamente, cambian la vida de las personas de arriba abajo: el nazismo fue el que, desventuradamente, le cupo a él en fatal suerte. La golpiza anunciada contra Le Pen se consumó en los guarismos: V República, 82'06; Le Pen, 17'94. Sorprende que los redactores del diario de Clonista haya sucumbido a la rutina de tal modo que su titular esté tan alejado de la realidad como se refleja en su enunciado: El arrollador triunfo de Chirac. ¿Cómo es posible de(sin)formar de esa manera, o dar por sentado que la única realidad decible es la que ellos han escogido, tan decibélica como decepcionante? Lastimoso. A su lado, otro enunciado de resonancias inequívocas, "la ley seca del gobierno", juzga implícitamente la inviabilidad social de ésta. ¿O el libro de estilo permite sucumbir a la tentación de los juegos de palabras que, pudiendo comprenderse en un clonista ocioso, son adornos heteróclitos e incomprensibles en una información rigurosa? Afortunadamente, el resto de la información mantiene una objetividad informativa tan elogiable como es norma usual del diario. La foto central, incrustada en el artículo, sobre los actos vandálicos de quienes protestaban porque les dejaban en la calle, y sin alcohol, cuando la noche "no había hecho más que comenzar", es harto editorialocuente. Con todo, Clonista espera el editorial oficial pertinente. En este país de arraigada vinofilia, los escasos abstemios que, como Clonista, ven como un insulto a la sensibilidad y a la inteligencia  el hecho de que gran parte de los jóvenes haya encontrado en la ingesta masiva de alcohol su modo de distracción favorito, son siempre sospechosos. El espectáculo cogorceño habitual de los sábados, cuyos detritos sorprenden al abstemio madrugador dominical cuando tiene que ir sorteando vómitos de pizza barata hasta llegar al quiosco de los diarios, ¿habrá quien lo defienda? El día de hoy se ha manifestado glorioso en el uso perverso del lenguaje, que es el que hacemos todos, siempre y en todo momento -si nos entendemos es que se ha producido un malentendido, que decía Sartre, más o menos-. ¡Cómo que Castro libera al disidente cubano Vladimiro Roca? Cumple su pena y sale de prisión, pero, de repente, el hijo de Vicent nos dice que Castro I el Magnánimo ejerce el derecho de gracia. Gracias por la desinformación. Clonista se excusa por el arrebato, pero un lunes no sólo es duro en el campo, sino también para quien campa por la dehesa depilando a diestro y siniestro. Álvaro Delgado-Gal se plantea el problema de la natalidad en las sociedades avanzadas. Eso sí que es realidad de tomo y lomo, y deslomo sufrido en las carnes y el tiempo de Clonista y de heroicos allegados. Dentro de poco será, como la inseguridad ciudadana, pasto electoral, y ahí bailaremos el danzón del y yo más cuyos resultados espera Clonista que lleven a situaciones tan ventajosas como la desaparición de la mili obligatoria. Que se peleen por favorecernos, deben estar deseando cientos de miles de familias que lo son a pesar del estado, del goppierno y por cierto romanticismo genético de difícil explicación teórica. Camino del final del bosquejo de realidad del día atosigante, sorprende encontrar un artículo cabreairado del fino analista psicológico de las relaciones de pareja que es Guelbenzu, atrapado en el coche por el desarrollo del Maratón Popular de Madrid. De principio a fin de su carrera de velocidad articulada, Guelbenzu pretende hacer pasar por análisis "a lo Verdú", el cabreo morrocutudo que debió experimentar al verse inmovilizado a bordo de uno de los símbolos marinettianos del futuro -y ya sabemos lo cerca que estuvo el futurismo del fascismo. El sedentario Josemari lo ignora todo sobre el maratón, sobre el deporte y, si le apuran a Clonista, sobre la sociología -con la honrosa excepción de la sociología cultural, en la que es versado, entendido y experto-. No hay más que leer su afirmación de que un maratón popular responde a la necesidad perentoria de sentirse alguien arropado por muchos. ¡Cómo se puede escribir tamaña sandez sino desde la más peregrina ignorancia! En fin, Clonista, que es parcial, apasionadamente parcial, desiste de ensañarse con quien ya sufrió lo suyo por no poder sumarse al tráfico del maratón de coches que recorre a todas horas y todos los días del año todas las ciudades del mundo, salvo un día durante seis horas en que los ciudadanos de algunas de ellas vuelven a tomar posesión de las mismas, convirtiéndolas en modestas y humanas pedanías. A Josemari, que le parece un espectáculo lastimoso ver correr a los seres humanos, le debe parecer el colmo de la civilización y la cultura complacerse en cualquier atasco eterno o simplemente contemplar, desde un puente cualquier vía rápida de circunvalación atestada de coches. Clonista se lo imagina bajando de vez en cuando a su aparcamiento para encender el coche y darse una esnifada de súper en el tubo de escape, para mantenerse en forma, en la forma del individualista gozoso. ¡Qué lástima, ver a Guelbenzu atareado en faenas de tan escasa entidad y con tan pobres recursos!  Clonista supone que habrá tenido tiempo, Guelbenzu, para, una vez desairado, aflojados los michelines del rencor, leer, como Clonista, el  reportaje que le ha dejado helhado -por infernal- sobre el abandono de los enfermos mentales en Usamérica y concretamente en Manhattan, donde el celebrado Rojas Marcos tenía cierta responsabilidad al respecto, aunque se la quita de encima con una aparente tranquilidad burocrática de espíritu que asusta.

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