2-6-02
Aún bajo los
efectos del agotamiento por la hospitalización del progenitor de Clonista
(¡Qué duro es esto!, se quejaba el maltrecho enfermo, y esto es siempre el acabar de irse de este mundo), el paseo por la avenida
de la realidad dominical ha sido tan rápido como infructuoso, al efecto de, más
allá de la dramática realidad individual, dejarse absorber por algún
acontecimiento capaz de persuadir al lector de su relativa importancia, de la
posible exigencia de generar una opinión o una actitud. Los domingos, con ese
afán didáctico que impregna a la actualidad de la condición de clase de repaso,
es un día informativo en el que los alumnos aplicados de la realidad prensada
pueden hacer novillos con total tranquilidad. Ni siquiera Puigverd, siempre tan
fino en el análisis, acierta a la hora de construir un discurso convincente
sobre la realidad oleica de la inmigración. Solo una breve carta al director en
la que se reclama que se expulsen de la escuela pública las clases de religión
impartidas por las iglesias correspondientes ha retenido Clonista en la
memoria frágil tras su paseo medio adormilado. Así mismo, el recuerdo de la
mujer con varios números de documento nacional de identidad, lo cual ha
provocado que la pierda, la identidad, le ha parecido a Clonista un signo
paradigmático de los tiempos que se detienen, porque es difícil que corran en
un país emppeñado en una lucha sin cuartel -pero con cuartelillo- contra su
avance.
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