viernes, 21 de agosto de 2015

21-6-02

     Forzosamente hoy había de ser el día cumbre informativo: páginas y páginas llenas de detalles, fotos de piquetes, de miembros del gobierno, como la ridícula del vocero guppernamental exhibiendo las cabeceras huecas de sus amaestrados informadores infames para demostrar la normalidad de un día en que, a su juicio, no hubo huelga, como decretó -único verbo conjugado en Moncloa de un tiempo a esta parte- a tan temprana hora como las ocho y media (su realidad, hoy es ya bien sabido, resultó tan reducida que sólo han cabido en ella su torticería y su impotencia), de los líderes sindicales y de la izquierda parlamentaria, de las calles vacías y llenas, de comercios cerrados, abiertos, a medio abrir y medio cerrar, etc. Nada de todo lo edificado es propiamente realidad de primera mano, sino sucedáneo dispuesto con estrategia de supermercado para ir pasando con el carrito y escoger aquí y allá esta o aquella anécdota. Los poderes mediáticos proguppernamentales jalearon la chulería del tahur genovés y el envite ha acabado en fiasco a medias, pero la falta de respeto a la objetividad ha batido marcas que algunos ministros habían puesto a un nivel altísimo. No acabará ahí la protesta. Vendrán más. Y poco a poco una mayoría se irá encastillando en el Parlamento, el Senado y la Moncloa hasta acabar pereciendo de ranciedad, ofpuscación y demencia autoritaria. A Clonista no le gustan las profecías y, además, no se le dan bien, por lo que es muy posible que la realidad política española futura contemple una incongruente y absurda revalidación de la mayoría autoritaria que tan bien ha sabido conectar con el lado oscuro y  retrógrado de este país, sí, el mismo descrito por Larra, por supuesto. Con todo, el goppierno anda más preocupado de su anfitrionazgo europeo que de las picotadas sindicales, a las que desprecia con una temeridad a la que no se atrevieron los gabinetes de González. Las fotos tienen una expresividad y una intencionalidad argumental que las convierte en auténticos editoriales. La de Aznar celebrando algún chascarrillo de Mafiosconi -a quien GarZón mucho se cuida de perseguir con la misma pasión con que sigue otros casos- es la viva imagen de su verdadero ídolo político: sólo le falta la tripita y el uniforme; el resto, un sosias. Con el capítulo palestino-israelí fijo y omnipresente, Argentina había desaparecido -¿y cómo no ver en ello cierta justicia poética absurda?- del argumento de la realidad, como un personaje incómodo que ha agotado sus posibilidades narrativas. Reaparece ahora para descender al infierno de la miseria, lo cual concitará el interés carroñero de los media. Ya se habló del consumo habitual de ratas, como novelara aquí en España Delibes, y quizás lo peor está por venir. Como, a otro nivel, aquí mismo.

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