21-6-02
Forzosamente
hoy había de ser el día cumbre informativo: páginas y páginas llenas de
detalles, fotos de piquetes, de miembros del gobierno, como la ridícula del
vocero guppernamental exhibiendo las cabeceras huecas de sus amaestrados
informadores infames para demostrar la normalidad de un día en que, a su
juicio, no hubo huelga, como decretó -único verbo conjugado en Moncloa de un
tiempo a esta parte- a tan temprana hora como las ocho y media (su realidad,
hoy es ya bien sabido, resultó tan reducida que sólo han cabido en ella su
torticería y su impotencia), de los líderes sindicales y de la izquierda
parlamentaria, de las calles vacías y llenas, de comercios cerrados, abiertos,
a medio abrir y medio cerrar, etc. Nada de todo lo edificado es propiamente
realidad de primera mano, sino sucedáneo dispuesto con estrategia de
supermercado para ir pasando con el carrito y escoger aquí y allá esta o
aquella anécdota. Los poderes mediáticos proguppernamentales jalearon la chulería
del tahur genovés y el envite ha acabado en fiasco a medias, pero la falta de
respeto a la objetividad ha batido marcas que algunos ministros habían puesto a
un nivel altísimo. No acabará ahí la protesta. Vendrán más. Y poco a poco una
mayoría se irá encastillando en el Parlamento, el Senado y la Moncloa hasta
acabar pereciendo de ranciedad, ofpuscación y demencia autoritaria. A Clonista
no le gustan las profecías y, además, no se le dan bien, por lo que es muy
posible que la realidad política española futura contemple una incongruente y
absurda revalidación de la mayoría autoritaria que tan bien ha sabido conectar
con el lado oscuro y retrógrado de este
país, sí, el mismo descrito por Larra, por supuesto. Con todo, el goppierno
anda más preocupado de su anfitrionazgo europeo que de las picotadas
sindicales, a las que desprecia con una temeridad a la que no se atrevieron los
gabinetes de González. Las fotos tienen una expresividad y una intencionalidad
argumental que las convierte en auténticos editoriales. La de Aznar celebrando
algún chascarrillo de Mafiosconi -a quien GarZón mucho se cuida de perseguir
con la misma pasión con que sigue otros casos- es la viva imagen de su
verdadero ídolo político: sólo le falta la tripita y el uniforme; el resto, un
sosias. Con el capítulo palestino-israelí fijo y omnipresente, Argentina había
desaparecido -¿y cómo no ver en ello cierta justicia poética absurda?- del
argumento de la realidad, como un personaje incómodo que ha agotado sus
posibilidades narrativas. Reaparece ahora para descender al infierno de la
miseria, lo cual concitará el interés carroñero de los media. Ya se habló del
consumo habitual de ratas, como novelara aquí en España Delibes, y quizás lo
peor está por venir. Como, a otro nivel, aquí mismo.
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