sábado, 22 de agosto de 2015

22-6-02

     Arqueología. Eso es lo que hace Clonista sobre la realidad. Y sortea en ella tantos obstáculos para su clonicación como el aventurero Jones en sus trepidantes y populares aventuras de pacotilla. A dos días vista de los hechos, es una lástima que Clonista no posea la capacidad analítica y sintética que pudiera exprimir de ellos no sabe si una enseñanza, una moraleja o un diagnóstico incontrovertible. A día de hoy, verbi gratia, los ecos del gran pugilato gobierno-sindicatos -un divorcio violento en el que ambas partes han renunciado a explicar lo inexplicable: cómo fue posible su intenso enamoramiento anterior- sigue dominando la realidad prensada, incluso con tintes de novelón barato por entregas: “continuarán la presión hasta que el gobierno ‘suplique’ diálogo”. Un recuadrito de rigor convoca al lector a la celebración de un cumpleaños de envergadura: El corazón de las tinieblas cumple cien años. Como suele suceder en la realidad prensada, lo verdadero siempre acaba marginado por lo embustero: la gran e implacable mentira política le gana la baza a la impecable mentira literaria. Otras mentiras sociales, sin embargo, y a pesar de que tampoco dominan el espacio real prensado, son hermanas de las artísticas y, a menudo, fundamento de ellas. La prohibición de ejecutar a los retrasados mentales en Usamérica es un terrible ejemplo.  Invitada no deseada -y en análisis internos del goppierno seguro que tanto como la huelga general-, la mafia política vascongada (a Clonista siempre le ha parecido que etarra tiene connotaciones meliorativas y pseudorománticas que alivian la condena social hacia los fasciosos) ha sembrado de bombas publicitarias y sanguinarias la celebración de la cumbre europea. Los asesinos también deben tener sus propias celebraciones macabras, pues colocaron una bomba en un aparcamiento de El Corte Inglés, quizá recordando a todo el mundo los despiadados asesinatos producidos en el Hipercor de Barcelona.  A Clonista le reconforta que su intuición acerca de la ambición taumatúrgica del goppierno sea reconocida por otros. Fernando Vallespín sostiene que el gobierno quiere “monopolizar la construcción política de la realidad”. Él y Clonista saben que no acaba ahí la desmesura de su orgullo, ciertamente. Como sabe Clonista por experiencia propia semestral, en otra de las coincidencias del día, que “lo trivial se entrecruza con lo trascendente hasta tejer una confusión continua”, según sostiene Verdú. Reconforta estar en tan buena compañía. Se ve que la clónica del día va de recompensa para reafirmar una autoestima que la realidad prensada se encarga día sí y al otro también de machacar insensiblemente. La reacción del goppierno frente a su primera huelga general no tuvo nada que ver con la de los gobiernos de González, por supuesto, quien reconoció paladinamente el éxito de todas las que le hicieron a él. La borrachera autoritaria del goppierno le hizo aparecer como lo que en el fondo es: un gobierno bananero, de obediencia fácil al bushía de occidente y de respuesta contundente al disidente interior e indomesticable. Los números cantan, suele decirse en roman paladino, y con los números cantó en el PP la vena catastrofista heredada de su fundador fraguador, cuyas letanías apocalípticas en el Congreso han dejado divertida memoria, pero, convertidas en el presente en estremecedor ejercicio de manipulación y propaganda, han cambiado las risas de entonces por el temor de hoy. Nunca se pueden predecir los comportamientos de aquellos a quienes gobierna la ira y goppiernan desde ella. Según cómo se acabe el encierro de los inmigrantes en la Universidad de Sevilla podrá calibrarse el alcance de lo que los otros encerrados, los de la cumbre, acaben decidiendo. 

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