26-6-02
Camino de
que desaparezcan los ecos de los dos últimos grandes acontecimientos, antes del
desdichado -porque es casi quitarle el decir,
programarlo para cuando se ha hecho- que pondrá fin al curso político a
mediados de julio, vuelven algunas realidades con apariencia de novedad, como
la nueva apuesta por la paz entre palestinos e israelíes auspiciada por Bush, o
por quien piense en su lugar. Que Arafat haya de ser sacrificado en aras de tal
acuerdo no parece, como dice la jerga política, de recibo, máxime cuando tiene enfrente un genocida buscado por la
justicia internacional. Menos novedad aún, después del varapalo de la ONU a
España por el trato a los inmigrantes menores de edad, es el informe del
Defensor del Pueblo sobre el trato ilegal a los inmigrantes en Fuerteventura,
que se supone se añade al inmoral e inhumano de los célebres barracones de la
vergüenza, cuando no a la brillante gestión municipal de expedirlos, vía aérea,
a la península, y que allá se las compongan. Sobre todos los acontecimientos -escasísimos
en número- la realidad se construye hoy, sobre todo, con argumentos, los muy
claritos de Ignacio Sotelo sobre lo que él llama “La politización eclesiástica
de la moral”, y que, ¡parece mentira!, no son sino un ajustado y necesario
comentario de texto a la pastoral de los obispos vascos para evidenciar lo que
era imposible que hubiese suscitado controversia ninguna: la interesada
retórica nacionalista de un clero al que se le entiende todo, esto es, la
calculada ambigüedad de los buenos sentimientos hacia las víctimas aliada a su
inequívoca apuesta, con todas las bendiciones, por la idolatría que señala
Sotelo: haber sustituido a Dios por la patria. ¡Qué desolador le parece a Clonista
que se haya de escribir un artículo así, el abecé del razonamiento, para
demostrar lo que ha sido una constante en la iglesia católica: la manipulación
del lenguaje, la instrumentalización política de la fe religiosa y su descarada
admiración por los brazos ejecutores, como una añoranza de su antigua
inquisición! Pero esa y no otra es la realidad, o parte de ella al menos. Unas
páginas más allá de la realidad reseñada aún colea el ataque a la alcaldesa de
Lasarte, Ana Urchueguía, pues poco o nada ha hecho aún el responsable de
interior de las vascongadas para buscar responsables y aplicarles la ley. La
violenta realidad banderiza de las vascongadas tiene su antecedente en la
república de Weimar, salvando unas distancias que cada vez son menores, y ya se
sabe cómo acabó aquello. A Clonista siempre le ha parecido que lo que los
vascongados no quieren asumir es el verdadero nombre de su realidad: guerra
civil. Estuvieron en un tris de hacerlo cuando la ejecución de Miguel Ángel
Blanco y, por unas semanas, se hizo frente al matonismo fascista de los
violentos, pero se asustaron ante la trascendencia del envite y la firmeza
requerida. Desde aquel entonces, el PNV, que le vio las orejas al lobo, no vio
mejor solución que unirse a la manada y, camuflado entre ellos, aspirar a no
perder su hegemonía, a costa de lo que fuese, aun de estellarse. Este secuestro
de la realidad española, por parte de la realidad vascongada, también se cumple
a veces en la clónica, como es obligado, dada su condición pseudoespecular y a
veces imprudentemente corolariesca, pero Clonista se arrepiente enseguida. ¡Hay
tanta vida extramuros de la amenaza fascista! Y muerte, como la silenciosa y
húmeda del turista japonés ahogado en las piscinas Picornell. A juzgar por el
horchatismo neuromuscular a que debe reducir a un vigilante su constante
atención a lo que nunca ocurre, a Clonista le parece verosímil que se llegue
tarde a un salvamento para que el que no existe costumbre. ¿Quién puede pensar
que quien se lanza al agua y bucea y bucea es alguien que se ha enredado con
sus propios brazos y no sabe salir a flote? No ha sido el primero, ni será el
último: episodios de verano. ¿O no forma parte de las estadísticas dramáticas
de las sociedades de consumo? Como los accidentes de carretera. Como las
sobredosis. Las intoxicaciones son otro cantar, borborígmico y cefalálgico,
como la de quienes festejaron san Juan con la típica coca y acabaron con
vómitos y diarreas en la típica sala de urgencias. Son las minucias que
entretienen el desayuno de quienes buscan temas de conversación, quienes se
saltan artículos como el de Sotelo para no indigestarse de reflexión,
aunque sea, como la de hoy mismo, tan carminativa.
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