3-6-02
La realidad siempre tiene la condición
de algo pendiente, y más aún cuando se pretende clonicarla. De un día para otro
la cadena de los acontecimientos quiere convencernos de que es un hilo
narrativo y de que hemos de saber seguirlo, a pesar de sus complicaciones. Por
más, por ejemplo, que se empeñe en convencernos de la trascendencia de un
resultado nacionalfutbolístico como la victoria de España en el mundial. ¿Y
quién lo vio, a hora tan intempestiva como las 13:30 h? Casi forma parte, el
seguimiento radiofónico, de la planificada retrorrealidad guppernamental.
¿Cuándo volverá como cantinela de niñez aquel negrito del África tropical y el
ciclista que se hace el amo de la pista? Tiempo al tiempo. En ese mediocre hilo
argumental de lo esperado, casi de lo consabido, la vuelta de tuerca sobre lo
que los siniestros obispos han dicho o dejado de decir resulta ya un insulto, a
comienzos del siglo XXI, o mejor, hacer un tragicómico malabarismo y
convertirlo en el XIX, lleno de curas trabucaires y panzones. Pobre es la
realidad cuando la de la enfermedad tiene esa capacidad de obligarte a bailar a
su son, te guste o no, quieras o no, aun no siendo tú el paciente. Clonista ha
entrado en el ecuador de su esforzada aventura y ni siquiera ha tenido tiempo
para dejar constancia de ello, ni tampoco ganas. Demasiada exigencia de una
disponibilidad por fuerza limitada, excesiva. Pero la realidad también es un
exceso, y más aún la prensada.
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