jueves, 24 de septiembre de 2015

26-7-02

     El buen tiempo, que aprovechan los emigrantes para acceder a las puertas del paraíso europeo con riesgo probado de perder la vida en el empeño, favorece las oleadas de pateras con ingenuos soñadores. Cuando llegan a Canarias son recogidos y, después, dispersados por centros de la geografía española antes de ser deportados a sus países de origen, cuando es posible. Cuando no sucede así, quedan libres, sin papeles que legalicen su estancia en España y a expensas de lo que pueda hacer por ellos la caridad privada. O sea, el goppierno Aznar reformó la ley de extranjería para desentenderse del destino de quienes buscan una oportunidad para sobrevivir y para evitar, dijeron entonces, el famoso efecto llamada, convertido ahora, ironías de la demagogia, en llamada a gritos, desde que administran su mayoría autoritaria. A su modo, favorecen la fácil tentación del esclavismo, en la que caen tantos y tantos de sus votantes que son empresarios depredadores. El ideal: mano de obra de usar y tirar, y con sueldos de miseria. El gobierno israelí busca excusas inverosímiles para tratar de justificar la atroz matanza genocida perpetrada en suelo palestino. Y los laboristas siguen sin dimitir. ¡Ay, las razones de estado, qué sinrazones! La realidad suele ser como la verdad: tiene cara de hereje, que decía Quevedo. Asusta muy a menudo la crudeza de los desgarradores destinos humanos que aparecen en esa falta de relieve que no le quita ni un ápice de hiriente horror. Los humanos tienden a complacerse en la desgracia ajena, y la realidad prensada ofrece un muestrario acorde con esa inclinación: el hombre despechado que quema a su mujer; el padre que mata a sus dos hijos, el vigilante de la fábrica al que asesinan de un escopetazo a bocajarro los asaltantes, etc. La variedad como singularidad es la señal distintiva de la realidad prensada, lo que construye una realidad ajena por completo a la experiencia individual que cada uno pueda tener. En la vida de nadie pasan nunca tantas cosas heterogéneas como ocurren en la lectura de un sólo día de realidad prensada. El espectáculo, así pues, está servido y es insaciable: ha de ser alimentado constantemente, cada día. En la radio, cada hora... Teóricamente, aparecer en la prensa es adquirir carta de naturaleza de real, pero la perspectiva del espectáculo la rebaja, de ahí la sensación que tiene Clonista de que tantas y tantas declaraciones políticas como alimentan esas páginas forman parte de un mal guion, culpable de la deplorable realización de una película insoportable. Ahí está, por ejemplo, para demostrarlo, Caruana, el campeón de los llanitos solitarios. O el nuevo mandamasillo de RTVE, quien no se considera parte del goppierno, que es una verdad absoluta, porque se considerará todo, ¿o no-do?, y si se declara continuista hasta acabará de rizador de rizos. Suerte que, tras las fastos de las celebraciones nostálgicas, por más que Maragall mire hacia el futuro que tarda tanto en llegar para él  que, cuando llegue, los ciudadanos van a pensar que lleva ya gobernando cuatro años, hay historias como la del segundo arquero, Joan Bozzo i Mulet, una suerte de contracrónica que muestra con elegancia las muchas miserias que hay detrás de la cultura de escaparate. Que busque consuelo en la subida de las bolsas, tan artificial como las bajadas. ¡Y que en esa montaña rusa se pierdan tantas vidas y patrimonios como se ganan poderes! ¡Ay, como achucha la realidad! El clonista aún tiene pendiente su gran reto: empezar desde la primera página y comentar una a una todas las noticias de la realidad. Lo hará. Se lo tiene retado.

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