miércoles, 2 de septiembre de 2015

3-7-02

     En el ambiente unipersonal de una cola eterna, en este caso para acceder al Louvre, y aún sacudido por la bofetada desidentitaria que ha convertido a Clonista -¡tan sementimental él!- en un triste muerto viviente, mitad quevediano, mitad larreano, se aplica éste a su compromiso a la hora del ángelus, no muy lejos, supone, de Millet, aunque a lo mejor se equivoca. En día de lluvia, quien quiere pescar realidades prensadas ha de mojarse hasta el corvejón, y eso le ha ocurrido a Clonista. Con la insultante puntualidad de la intrascendencia, el esforzado escribano ha descorrido el velo de maya y ha tropezado con un muro lleno de desconchones donde, siguiendo el ingenioso consejo leonardesco, se ha aplicado a descifrar el rostro, unas veces nebuloso, otras nítido, y todas yésico, de la realidad. Al final, incluso Simon Peres ha tenido que obedecer a la voz de su bushamo y le ha quitado su reconocimiento a Arafat. ¿Algo así no debería llevar aparejada la pérdida del premio Nobel compartido por ambos? Si no es así, y a pesar de los habituales errores suecos -ya casi proverbiales-, los académicos habrían de replantearse si un Nobel de la Paz -dada la mutabilidad política de los tiempos que corren- es conveniente dárselo a políticos en activo, y algunos en ejercicio genocida. Los titulares, en pleno verano, se los lleva, sin embargo, un accidente aéreo en el que han muerto niños rusos que volaban hacia Salou de vacaciones, y en el que se intuye cierta negligencia aún no aclarada. Los comparte con los problemas de ficción contable de Vivendi, una empresa multinacional de comunicación, los cuales se suman como un capítulo más al gran novelón por entregas de sustos que van a acabar con más de un ahorrador cardiópata. Atento siempre a las entrañas de lo real, Peridis desmonta en cuatro viñetas el artificio de normalidad vascongada ofrecida por el PNV, el partido que no ve, porque no quiere verlo, el peso dramático del fascismo que amenaza con hundir una sociedad que, dividida casi al 50%, algún día ha de ver, en su totalidad, lo real como hoy lo enseña Peridis desde una objetividad intachable e irrefutable. Que el PSE se eche a la calle, ¿de qué vale?, porque lo de plantar cara se reduce a poner la otra mejilla, para que se la conviertan en mejillón, entre las risotadas de Egibar, Arzalluz, Otegui y compañía. Las escasas ayudas a países subdesarrollados dejan de ser un asunto político para convertirse en una lacra universal  si se consideran los estragos que causa el SIDA, especialmente en África. En todo el mundo se va camino de los cien millones de personas muertas por la enfermedad. Los carísimos tratamientos retrovirales sólo llegan al 2% de los enfermos y todos ellos en países ricos. Se trata de una realidad que no admite comentarios, porque la vergüenza es excesiva e hiriente.

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