3-7-02
En el
ambiente unipersonal de una cola eterna, en este caso para acceder al Louvre, y
aún sacudido por la bofetada desidentitaria que ha convertido a Clonista -¡tan
sementimental él!- en un triste muerto viviente, mitad quevediano, mitad
larreano, se aplica éste a su compromiso a la hora del ángelus, no muy lejos,
supone, de Millet, aunque a lo mejor se equivoca. En día de lluvia, quien
quiere pescar realidades prensadas ha de mojarse hasta el corvejón, y eso le ha
ocurrido a Clonista. Con la insultante puntualidad de la intrascendencia, el
esforzado escribano ha descorrido el velo de maya y ha tropezado con un muro
lleno de desconchones donde, siguiendo el ingenioso consejo leonardesco, se ha
aplicado a descifrar el rostro, unas veces nebuloso, otras nítido, y todas
yésico, de la realidad. Al final, incluso Simon Peres ha tenido que obedecer a
la voz de su bushamo y le ha quitado su reconocimiento a Arafat. ¿Algo así no
debería llevar aparejada la pérdida del premio Nobel compartido por ambos? Si
no es así, y a pesar de los habituales errores suecos -ya casi proverbiales-,
los académicos habrían de replantearse si un Nobel de la Paz -dada la
mutabilidad política de los tiempos que corren- es conveniente dárselo a
políticos en activo, y algunos en ejercicio genocida. Los titulares, en pleno verano,
se los lleva, sin embargo, un accidente aéreo en el que han muerto niños rusos
que volaban hacia Salou de vacaciones, y en el que se intuye cierta negligencia
aún no aclarada. Los comparte con los problemas de ficción contable de Vivendi,
una empresa multinacional de comunicación, los cuales se suman como un capítulo
más al gran novelón por entregas de sustos que van a acabar con más de un
ahorrador cardiópata. Atento siempre a las entrañas de lo real, Peridis
desmonta en cuatro viñetas el artificio de normalidad vascongada ofrecida por
el PNV, el partido que no ve, porque no quiere verlo, el peso dramático del
fascismo que amenaza con hundir una sociedad que, dividida casi al 50%, algún
día ha de ver, en su totalidad, lo real como hoy lo enseña Peridis desde una
objetividad intachable e irrefutable. Que el PSE se eche a la calle, ¿de qué
vale?, porque lo de plantar cara se reduce a poner la otra mejilla, para que se
la conviertan en mejillón, entre las risotadas de Egibar, Arzalluz, Otegui y
compañía. Las escasas ayudas a países subdesarrollados dejan de ser un asunto
político para convertirse en una lacra universal si se consideran los estragos que causa el
SIDA, especialmente en África. En todo el mundo se va camino de los cien
millones de personas muertas por la enfermedad. Los carísimos tratamientos
retrovirales sólo llegan al 2% de los enfermos y todos ellos en países ricos.
Se trata de una realidad que no admite comentarios, porque la vergüenza es
excesiva e hiriente.
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