miércoles, 21 de octubre de 2015

19-8-02

     De la bufonesca despedida de ayer, la realidad le enderezó a Clonista su achicado pronóstico, por un lado, y, por otro, se le hizo presente la ausencia del curso de realismo abreviado que son los ¿chistes? de El Roto, al menos en la edición murciana -¿debería hablar de realidad murciana?- con que investiga este aventurero que bien podría acabar, a poco que se descuide, convirtiéndose en uno más de los afables mentirosos del Arco Largo. Levantarse a las 7’45 a.m. un martes de agosto, día 20, tras haberse acostado a las 3’00 a.m. es uno de esos disparates a que obligan las reparaciones domésticas en las segundas residencias, propias o ajenas, y aventuras clónicas como la presente. Hoy se juntan las dos, pero Clonista comienza por donde debe, tras haberse preparado un café bien cargado. Si el domingo ya se apreciaba físicamente la anorexia veraniega de la realidad prensada, casi directamente proporcional a la bulimia estival de sus consumidores, dispuestos a engullir lo inverosímil, como en las navidades, los lunes la cuestión alcanza ribetes de exageración. La ingenuidad de Clonista le ha llevado a pensar si, de camino a casa, se le había caído algún suplemento,  la Revista de Agosto, o algunas secciones se le habían quedado enganchadas en la pila de los ejemplares al tirar del leve lomo de su cuerpo desencuadernado y se habían quedado aguardando allí, solas, para extrañeza de algún futuro  lector, si lo hay. Del achicado pronóstico lo desvió una noche de cine al aire libre con la magnífica sorpresa de la película de Rodrigo García, Cosas que diría con solo mirarla. Factura americana para una película europea, aunque con Altman al fondo, entre otros. Buenas historias, excelentes encuadres, una luz fría con fondos minerales, unas interpretaciones brillantísimas, sobre todo de Holly Hunter, aunque también del resto de actrices, pues todas son historias de mujeres. Las diferencias de cultura cinematográfica las advirtió Clonista en tres espectadoras de mediana edad que siguieron al pie del fotograma la primera película del programa, Infiel, con un Richard Gere al que el nombre de actor no es que le venga grande, sino ajeno, y, sin embargo, se salieron de la de García que, a diferencia de la otra, iluminaba la pantalla con una visión de la mujer sin contemplaciones, podría decirse, a fuer de paradójico. Desvíos como éste son placenteros para Clonista, pero le apartan del inaprehensible objetivo de su aventura, bastante más mediocre, o demediado. Dos realidades bien dispares le saltan a la vista al esforzado Clonista. Una: la banca ha perdonado a los partidos políticos deudas de 19 millones de euros entre los años 1997 y 1999. Dos: se cumple el vigesimoquinto aniversario de la muerte de Groucho Marx. El resto de las realidades prensadas dignas de aparecer en su escaparate podrían consumirse ahí mismo, sin necesidad de abrir el melón y catar lo previsible. He ahí uno de los grandes enemigos de Clonista y de su esfuerzo: la previsibilidad. En principio creyó que lo propio de lo real es la sorpresa, a veces la novedad, el giro brusco, lo inesperado; pero a medida que han ido pasando los meses de este tiempo clónico, casi podría llegar a la conclusión contraria: la realidad es, sobre todo, aquello que jamás sorprende. ¿A quién le sorprenderían esas estupendas relaciones de la banca con los partidos políticos? ¿A qué hijo de vecino le ha perdonado la banca jamás un crédito, si Clonista ha conocido noticias como la del embargo de la vivienda de un par de jubilados –o parados de larga duración, no lo recuerda bien ahora mismo–  por no haber podido hacer frente al pago de las letras de un televisor, y ello a instancia de una entidad bancaria? ¿Qué lector necesita irse a la página correspondiente para saber que nadie perdona una deuda así como así, por la cara bonita, y que esos regalos envenenados ponen seriamente en entredicho el sistema democrático? ¿Y qué fue lo juzgado y condenado de Filesa, lo perdonado de Naseiro y compañía –por cierto, ¿no andaba Zaplana en esa santa compaña?– o lo archivado del escándalo leonés o zamorano –que tampoco lo recuerda bien- de la construcción, pagos a Aznar incluidos, comparado con esa perversa caridad cristiana de los bancos? Al final todo acaba reduciéndose a las verdades del barquero, lo real y lo imaginado, pero sobre todo lo real, y se escucha en muchas versiones, pero Clonista siempre ha preferido la de Quevedo, incluida la versión musical de Paco Ibáñez, un desencantado pesebrista –in péctore– gracias  a la  indiferencia pijoprogre de los primeros gobiernos socialistas, que no le financiaron no recuerda ya Clonista qué proyecto de carpa a lo barraca lorquiana, o algo parecido. En efectivo: poderosísimo caballero es don dinero, el único que tiene el don de dar poder.  Por el mundo, que tan irreal siempre le acaba pareciendo no solo a Clonista, sino a cualquiera que, desde cualquier rincón, como este de San Pedro del Pinatar, por ejemplo, se asoma a su versión prensada, acaban sucediendo cosas tan próximas que parece una extravagancia el hecho de que se revistan de tantas diferencias inventadas diríase adrede, como decía Shopenhauer que se inventaron las cartas: para que los tontos, a falta de ideas, tuvieran algo que intercambiar. En Brasil, “todos los candidatos menos Lula recurren en su campaña al apoyo de las protagonistas de los culebrones” lee Clonista, y se acuerda de las bonitas campañas españolas de todo signo político con los “artistas” invitados a glosar las maravillas de este o aquel partido político con unas irresistibles convicciones publicitarias y, en los casos más populares, como un triste y patético peaje laboral dragoniano. El inefable Chávez, a cuya dictadura política le han robado el burdo juego de palabras para la futura novela que le inspire a alguien, porque ni hay fiesta ni será del chivo, continúa azuzando a los suyos, en un “contraataque revolucionario”, contra el Tribunal Supremo. Él, el supremo anfitrión de la voluntad popular, ¡qué carajo ha de tragarse el sapo que, en un momento de debilidad que los suyos no le perdonan, dijo que se tragaría!  Lo curioso es que se le haya ocurrido, a Chávez, que, para darlos a conocer al pueblo, a los magistrados supremos, se deba “publicar un libro con sus rostros.” Clonista reconoce sus limitaciones literarias y los enrevesados caminos de la palabra de los mandamases, pero no acaba de captar la idea editorial, sinceramente. ¿Libro o pasquín?  Para Clonista no es ningún alivio salir de Chávez y entrar en Argentina, la verdad, máxime después de leer un fragmento de uno de los capítulos de los muchos libros de los horrores que  han escrito a lo largo de la historia de la humanidad todos los asesinos mandamases y sus serviles secuaces que ha habido. Se trata de la conversión en museo del campo de concentración de Buenos Aires, El Atlético, algo así como el memorial de Auswichtz. A Clonista no le extraña que Sábato, la antítesis de Jorge Guillén, pongamos por caso que no viene a él, se hubiera sumido en una profunda depresión, combatida pictóricamente, tras haber presidido la elaboración del informe sobre el genocidio llevado a cabo por los militares argentinos contra sus propios compatriotas.  Esta dolorosa realidad le recuerda a Clonista que aún no se ha escrito, entre las muchas historias que se hacen sobre cualquier aspecto de la realidad, una historia de los horrores de la humanidad. Quizás sea una idea absurda porque, en realidad, el horror forma parte de la vida cotidiana y, en una u otra medida, es algo tan humano como cualesquiera otras de las manifestaciones que nos identifican como tales. ¿Qué decir de esa entente cordiale entre los militares usamericanos e Irak, bajo el mandato Reagan, cuando la ahora convertida en el Satán viceverso de Usamérica guerreaba contra Irán, armas químicas incluidas? Las personas realistas suelen burlarse de los lectores asiduos de la realidad prensada, y consideran signo de ingenuidad e inmadurez que tengan ese hábito y, sobre todo, que se crean que algo que viene en “los papeles” sea cierto. Clonista sufre –y quiere decir exactamente “sufre”–  muchas veces la tentación de darles la razón, y no como a los locos. De vuelta a la realidad patria, tan poco prolífica como dispersa en época veraniega, tropieza Clonista con una queja que forma parte de la campaña de oposición al goppierno:  el Bronx ceutí, la barriada El Príncipe, según el  redactor Fuertes, es “una zona del territorio español que se está abandonando a un funcionamiento propio, ajeno al Derecho de los demás.” ¡Y creía Clonista que era la encarnación de la ingenuidad! Que los coches se comen las autovías y las autopistas no es noticia de estío, pero es típica de los días previos a los grandes atascos de las operaciones regreso a los infiernos de las ciudades inhumanas y de la esclavitud laboral. El goppierno quiere pasar de ocho a trece mil kilómetros de autovías y autopistas, pero no se sabe de dónde saldrá el presupuesto para ello. Parece ser que ni la promesa de pingües beneficios futuros –¡menuda errata: furturos, de furto, de hurto... se le había destecleado al clonista!– empuja a los inversores privados...  ¿Cómo puede ser noticia que las compañías de teléfonos no les rebajen las facturas a los clientes? Decididamente, si hay un gordo de navidad en verano, debe ser que también hay el Día de los Inocentes de rigor.

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