7-9-02
Último día
de playa del año, con Terencia y los Horth, en la realidad de una cala costabravense
donde la realidad laboral por venir ha iniciado su invasión sutil pero
contundente. Recibir las órdenes de la realidad prensada sobre la arena ha
amortiguado no poco su habitual desconsideración, e incluso le ha permitido a Clonista
compartirla, lo que, ahora que cae en ello, casi nunca ha hecho a lo largo de
esta aventura, salvo con su oíslo. Sigue siendo extraña e inescrutable, no solo
la realidad, sino nuestras relaciones con ella, con la prensada y con la otra,
se halle donde se halle. Parece más que probable que la identidad sea un
concepto no muy alejado de la pesquisa de Clonista, y que quizás, de algún
complicado modo, se fragüe en ella, pero no es el momento de inplicar, sino de explicar el mapa verbal
que quiere ser reconocido como lo real-en-sí, aun cuando en su rectángulo se
confundan personajes, trama y decorados y toda la obra sea el delirio de unos
guionistas descerebrados que se ignoran unos a otros e incluso compiten entre
sí para rizar cuanto rizo venga o no a colación, hábito enraizado en ellos y
del que son el fruto borde. Anunciada como la buena nueva de la primera cruzada
del presente siglo, Corablair de León vuela a ofrecer la sangre de sus cruzados
para mayor gloria del imperio cristocapitalista, que no es errata de criptocapitalista,
obviamente, ¡faltaría más! Y mientras el mundo tiembla ante los raids aéreos inminentes, la controlada
Irak ha recibido ya bombardeos usamericanos sobre posiciones antiaéreas que se
han aventurado más allá del estrecho territorio en que se les ha dejado creerse
la gran esperanza árabe para derrotar al infiel. Sin caer dentro de la sección
11-S, un año después, se recoge una realidad que dice bastante poco de los
criterios racionales que suelen adoptarse para resolver según qué aspectos de
la misma -¡qué impropiedad tan chusca: la misma!-: El Senado usamericano
aprueba que los pilotos lleven armas. Los directores de las compañías aéreas
lanzan la paradoja y esconden la mano de la petición de ayudas gubernamentales
para sobrevivir a futuros atentados con suicidas aéreos: “mientras gastamos
literalmente miles de millones de dólares para impedir que haya armas en los
aviones, la idea de introducir intencionalmente armas letales en el sistema
parece peligrosamente contraproducente.” ¿No es hermoso el razonamiento? De
ayer se arrastra el desenlace de la condena por el caso del padre asesinado,
bien por sus hijos, bien por el amante fontanero de uno de ellos. Los hijos,
menores de edad, han sido condenados ¡a prisión perpetua! Bien cuidados, pues,
pueden estar encerrados unos 70 años o más. Si se descuidan, que será lo más
probable, ¿quién lo sabe? He ahí una monstruosa carnaza para antropólogos,
psicólogos, sociólogos y cuantos logistas se quieran sumar al impío banquete.
La paz de los muertos, que nunca ha respetado la especie humana, vuelve a
violarse al desenterrar más de 2000
cadáveres del ejército napoleónico que sucumbieron al frío lituano –entonces
ruso- en Vilna, en 1812. Como los historiadores calculan que murieron unos
40.000, aún los exhumadores tienen trabajo para años. Del ejército de
mercenarios se conocerán, dentro de poco, datos utilísimos para seguir
escribiendo la loca historia de la humanidad, anuncian los expertos. Clonista
siempre se acerca, al llegar a la opinión prensada, a la sección de Cartas al Director, pues el instinto
gregario le puede y no se encuentra a disgusto con sus congéneres y
corresponsales. De la carga de la brigada apesadumbrada contra la exhibición
nacionalcatólica del caudillito, Clonista solo ha tenido ojos para la
desilusión de José María Redondo, quien creyó, y lo mismo le pasó a Clonista,
que su vendedor de periódicos le había gastado una broma y le había dado otro
por El País, después de 26 años de
comprar y leer siempre el mismo. ¡Y qué peligrosa es la desilusión! Sobre todo
para los verdaderos ilusos, que no son tantos como se cree: abunda, como los
delincuentes de cuello blanco, la retorcida especie de los falsos ilusos.
Monterroso ya escribió, por ejemplo, apercibiendo al lector contra los falsos
solemnes, por ejemplo. Avieso ilusionista de pacotilla es Arzalluz, sin ir más
allá, cuando quiere convencer a sus convencidos seguidores de que las
vascongadas están viviendo un “estado de excepción de hecho.” Hermann Tertsch
sí que va “Allende el espejo” y lanza una diatriba convincente contra la buena
conciencia nacionalista de que allá, en aras de la soberanía política, estaba
poco menos que justificada la intimidación, la agresión y el asesinato o, como
él dice, “todo parece indicar que se ha acabado la larga fiesta de la impunidad
del pim pam pum.” Que la realidad es poliédrica es indudable, que los
razonamientos –si así se les puede llamar sin faltar severamente a la propiedad
del concepto- de Arzalluz son ariéticos, no lo es menos. Si el razonamiento de
los directores de las compañías aéreas tenía cierta hermosura proposicional
–frente a la desproporción de las esquinadas visceralidades arzallucianas-, el
de los juristas que se oponen a los planes del goppierno tiene todo el aire de
lo implacable: “Un español que cometa una agresión sexual se enfrenta a una
pena de entre uno y cuatro años de prisión. En cambio, un extranjero en
situación irregular que perpetre el mismo delito será expulsado a su país,
donde quedará en libertad.” Pues seguirán en ello, claro está. Nada arredra al
goppierno, ni la certeza de que gobierna a redropelo. La testarudez -¡qué
apropiada, de nuevo, la errata pulsacional: testadurez!-,
que en el caso de este goppierno, definitivamente errático, puede calificarse
de testuzdurez, ateniéndonos al antropológico aforismo machadiano, diríase que
es rasgo antropológicamente definitorio de lo español (lo cual, con tantas
autoexclusiones regionales, cae ya del lado de las minorías en vías de
extinción), pero el caudillito lo ha elevado a rasgo identitario político, tan
ariético –inintelectualmente- como el de su extremo vascongado. Las realidades
encuestadizas tienen todas ellas un inequívoco aire de familia. El último
despropósito se reviste con la túnica laudatoria y nos convoca a la celebración
religiosoepifánica sin darse cuenta de que el escéptico mundo plebeyo se
limitará a rezar una oración por el alma de la verdad fallecida bajo sus
pliegues. La ESO ha hecho retroceder el fracaso escolar 13’4 puntos en diez
años. Que la dejen sola, pues, que de aquí a nada volveremos a tener otra
brillante generación como la republicana, segunda -¿y definitiva?- edición. La
tentación lingüística de Clonista, que es huida lúdica de la determinación del
verbo prensado, no puede pasar de largo por el incendio que ha destruido la
iglesia más antigua del Brasil, de 1732, ofrendada a Nuestra Señora del Rosario
de Pirenópolis. Las falsas estimologías también han contribuido lo suyo a la
creación lingüística, como es bien sabido, y si un pionero puede ser el burdo cruce
de pionero y misionero, ¿por qué un incendio en esa iglesia no habrá sido el
destino fatal de una virgen de Pireno, Pirineos, pirómano, pira... y así hasta
la ceniza final? Son cada vez más frecuentes las noticias que recogen esa
faceta del esclavismo que reniega de la solidaridad de los desposeídos, aunque
quizás nunca la haya afirmado con anterioridad y el concepto sea un reflejo del
voluntarioso y ajadito roussonismo inconsciente de Clonista. Trágico destino,
sin duda, el que los inmigrantes hayan de defenderse en primer lugar de sus
compatriotas, antes que de sus explotadores. Montalbán, tan orwelliano él,
llegaría a la conclusión de que esos traficantes de esclavos están pagados por
las patronales de aquí para que luego les parezcan una bendición sus misérrimas
condiciones de trabajo, el propio trabajo y la limosna, pues que ni a salario
llega. Realidad y de la buena, que no es otra que la que habla por sí sola, sin
intermediarios –si es que esto tiene algún
sentido, que Clonista cree que no, pues más le parece un fleco
verborreico que otra cosa-, es la importación de un cura rumano para que
atienda a los rumanos leridanos. La crisis de vocaciones –de la que Clonista
lleva oyendo hablar desde finales de los años sesenta- anuncia, además, la llegada
inminente de novicios colombianos. ¿Cómo se quejan, después, los profhéroesores
de catalán de que no avance el uso social del catalán? Ay, la realidad, la
realidad. “Leemos mal en el mundo y después decimos que nos engaña”, decía
Tagore. Valga mundo por realidad y elévese. Quien no ha leído mal ha sido Clonista,
cuando ha hallado esa perla de provado
valor en el titular del cronista Pere Lobato: “Las intensas lluvias de agosto
provarán un descenso en la calidad de la uva en la Denominación Penedès.” Habrá
responsables, y hasta fagosílabos, sin duda, pero cabe la duda en un socavón
tan evidente. Alegra a Clonista sobremanera la determinación Ueuropea de
represaliar a Suiza si no pone fin a su política de secreto bancario. ¿Lo verá Clonista?
¿Cuánta sangre hay detrás de esos depósitos bancarios? La historia más
siniestra de la humanidad se esconde en esas cámaras acorazadas. Contrapeso de
todo lo anterior, y realidad pelín esteticista, sin por ello dejar de ser
eticista, a su manera, ha sido Road to
Perdition (mal traducida, moralmente, como Camino a la perdición), de Sam Mendes, una película de gansters y
de relaciones paternofiliales complejas. Hanks representa el papel de asesino
sobrio y profesional, que no desea un futuro como su presente para su hijo, y
Paul Newman cumple con maestría su papel de villano escindido entre el amor a
la propia sangre y al verdadero hijo, el adoptivo, Hanks.
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