jueves, 17 de diciembre de 2015

14-10-02
            Extraña es la sensación de ser absorbido que tiene Clonista, como si la realidad prensada fuese un sumidero por el que acaba siendo engullido cada vez que ha de hacer frente a la tarea hercúlea de discriminar qué de realidad hay en ese mosaico de ellas que es la realidad de realidades a la que llamamos periódico o diario. Clonista reconoce que en los hermosos tiempos del principio de su compromiso abrir la realidad prensada suponía, incluso, cierta excitación. Hoy, a dos pasos de rematar la larga, sinuosa y monumental aventura sin haber mirado atrás nunca –labor que deja Clonista para el primer mes de su liberación, en 2003-, Clonista ha de hacer unos esfuerzos directamente proporcionales al cansancio infinito, físico y espiritual, que le depara una profesión devastadora como la suya. Asomarse a la ventana que se abre sobre el abigarrado bazar de las realidades le arranca de raíz la sonrisa a cualquiera, y el termómetro de la vitalidad se desploma. Son ya 187 los muertos del atentado islamista en Bali. Por la sangre hacia Alá, ¿o aún sigue vigente, para fanáticos e ingenuos –que son una y la misma cosa sanguinaria-  la promesa del burdel gratuito de las huríes? El terror está convirtiéndose en  el más feroz enemigo de la globalización. De aquí a nada se reactivará en la mayoría de los países occidentales desarrollados el turismo interior. ¿Caminará el mundo, por sus pasos contados –los de la farsa- hacia el renacimiento de los nacionalismos? Lo sensato es pensar, sin embargo, que lo que se interrumpe es el proceso para liberarse de ellos, pues aún siguen, desgraciadamente, pero que muy vigentes en todo el mundo. En Serbia no andan entusiasmados con la ley de dios de la democracia: un hombre, un voto –y con los sistemas correctores con que se aplica en cualquier parte, menos aún-, pues la falta de quórum obliga a repetir las elecciones. La verdad es que la disyuntiva que se les ofrecía a los bélicos serbios no daba para mucho. Clonista no comprende la tibieza de su diario de referencia con los raids de exterminio de los israelíes en Palestina. Hablar de “ofensiva israelí” sí que es ofensivo para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad lingüística y moral. Como hablar de “operación militar” para calificar unos asesinatos a sangre fría es, al menos para Clonista, una provocación innecesaria. Savater, excelso ejemplo de paciencia dialéctica, vuelve una vez más sobre ese “eterno retorno de lo memo” que son las falacias del discurso nacionalista para quedarse, al final, con la desoladora idea de que España vuelve a ser un banco de pruebas europeo, como cuando la Guerra Civil. Dentro ya del bonito laboratorio de las promesas electorales, el PP va a centrar sus propuestas en las ayudas a las familias, y en él va a coincidir con el PSOE y a lo mejor incluso con IU. Maragall, por descontado, es el pionero de esa estrategia electoral. Bienvenida sea la puja y que siga. La realidad tiene esquinas ocupadas con una persistencia y contumacia dignas de reconocimiento: la plaza fija de la inmigración clandestina es una de ellas, ya. De tanto en tanto, otras, como la epidemia de la droga, vuelven a ocupar su parcela y se exponen con su retahíla de muertos inacabables. Que el consumo comience, para muchos, en las prisiones, ¿cómo podría hacerse sin la tolerancia o la complicidad de las autoridades?  La realidad siempre se acaba imponiendo, por más que se la quiera disfrazar una y otra vez, sea con ideologías o con estadísticas. “Las universidades organizan clases de repaso ante la baja preparación de los estudiantes”, reza el anuncio. Y ello implica que la satisfacción de las autoridades ante los éxitos de la LOGSE, por lo que hace al descenso del fracaso electoral, no son más que un engaño a la sociedad. Pero los padres quieren oír la propaganda, no la verdad. Y luego exigirán un estado del bienestar que se haga cargo de sus retoños incapaces, por supuesto. Decididamente a Zaplana lo ha sacado el caudillito a primer plano de la actividad política para que le partan la cara en efigie. La lacra de la siniestralidad laboral es el último bofetón que le han plantado sus propios inspectores, quienes le acusan de contar con medios del siglo pasado para hacer frente a un desastre de auténtica envergadura.

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