20-4-02
Por más que Clonista intente respetar
el marco temporal que la clónica le impone, los fines de semana siempre acaba
arrastrando, como en los viejos libros de contabilidad, deudas pendientes. Con
la prisa metida en el cuerpo por los compromisos a que obliga un modo de vida
que bendecimos y odiamos a partes iguales, en esta soleada y tardoabrileña
mañana de domingo, la realidad del sábado parece haberse desvanecido como si
nunca hubiera existido, a pesar de los cadáveres palestinos envueltos en mudas
bolsas blancas como sudarios que gritaran la inocencia de los restos masacrados
por los israelíes. A Sabra y Chatila, que ya estaban en el macabro haber de
Sharon, se suma ahora Jenín, y la escandalizada opinión privada mundial pide
aclaraciones, investigaciones que acabarán ¿en qué?, para pasmo, escepticismo y
desencanto de las opiniones públicas, esto es, las silentes. Las realidades
tienen un tan marcado carácter individual que incluso en una manifestación de
repulsa hacia esto o aquello, éticamente necesaria y respaldable, aparecen consignas
que reducen tanto la complejidad de esas realidades que ahuyentan al escéptico
y le inducen a no confundirse con la masa acéfala, tan a menudo descerebrada,
aunque no le falten razones para ello. La construcción individual de las
realidades es la prueba del tres del dominio del capital en el mundo, y a Clonista
le parece que el asunto no tiene solución. El yo desustanciado de nuestros días
se erige en refugio desolador, pero familiar, frente a la barahúnda exterior de
signos agresivos y amedrentadores. ¡Qué difícil, ya, la coincidencia con los
demás, a la hora de contrastar, repasar y enjuiciar esas realidades! Extendida,
como una alfombra humillantemente roja y colocada a los pies del poder
económico, la idea de la validez irrefutable de cada una de las visiones de las
realidades que encarnamos, éstas siguen gobernadas, esto es, construidas, por
quienes siguen halagando la capital importancia de los cápita que contribuyen,
vía cien mil impuestos, a los grandes beneficios de quienes les esclavizan a través
de las necesidades artificiales de los falsos paraísos drogadictorios. En la
reconstrucción individual que hace Clonista de la realidad, el nombre propio de
un juez impropio y prevaricador destaca como un primer plano en el
cinematógrafo: Javier Gómez de Liaño. ¿Qué no sabrá del goppierno ese juez para
que se hayan movido tantos hilos de tan variado pelaje textil a fin de
reintegrarlo a la carrera judicial? Como
reincoporar a un pedófilo a su puesto en un parvulario, esa es exactamente la
situación: un raposo en un gallinero, esto es, la más escarnecedora burla de la
imposible seguridad jurídica. Impasible el ademán, no obstante, el biennacido
Aznarzulete ha hecho un alto en sus pomporrutas imperiales para abrir un atajo
por donde alargar un manirroto sentido de la generosidad y de la amistad, que
es el embozo de, quizás, lo inconfesable. Clonista ve un síntoma de futuros
desgarros en la oposición a la creación de una mezquita en un barrio
residencial de Premià. En la visión prensada, tiene más importancia la
prolongación del encarcelamiento de Gil, o la disputa sobre los restos
arqueológicos del Born. Cada uno es muy libre, desde luego, ¿o no es ese el
interés del poder, esto es, de los poderes? De repente todo se vuelve plural, o
sea, plurales.