22-6-02
Arqueología.
Eso es lo que hace Clonista sobre la realidad. Y sortea en ella tantos
obstáculos para su clonicación como el aventurero Jones en sus trepidantes y
populares aventuras de pacotilla. A dos días vista de los hechos, es una
lástima que Clonista no posea la capacidad analítica y sintética que pudiera
exprimir de ellos no sabe si una enseñanza, una moraleja o un diagnóstico
incontrovertible. A día de hoy, verbi gratia, los ecos del gran pugilato
gobierno-sindicatos -un divorcio violento en el que ambas partes han renunciado
a explicar lo inexplicable: cómo fue posible su intenso enamoramiento anterior-
sigue dominando la realidad prensada, incluso con tintes de novelón barato por
entregas: “continuarán la presión hasta que el gobierno ‘suplique’ diálogo”. Un
recuadrito de rigor convoca al lector a la celebración de un cumpleaños de
envergadura: El corazón de las tinieblas
cumple cien años. Como suele suceder en la realidad prensada, lo verdadero
siempre acaba marginado por lo embustero: la gran e implacable mentira política
le gana la baza a la impecable mentira literaria. Otras mentiras sociales, sin
embargo, y a pesar de que tampoco dominan el espacio real prensado, son
hermanas de las artísticas y, a menudo, fundamento de ellas. La prohibición de
ejecutar a los retrasados mentales en Usamérica es un terrible ejemplo. Invitada no deseada -y en análisis internos
del goppierno seguro que tanto como la huelga general-, la mafia política
vascongada (a Clonista siempre le ha parecido que etarra tiene connotaciones meliorativas y pseudorománticas que
alivian la condena social hacia los fasciosos) ha sembrado de bombas
publicitarias y sanguinarias la celebración de la cumbre europea. Los asesinos
también deben tener sus propias celebraciones macabras, pues colocaron una
bomba en un aparcamiento de El Corte
Inglés, quizá recordando a todo el mundo los despiadados asesinatos
producidos en el Hipercor de
Barcelona. A Clonista le reconforta que
su intuición acerca de la ambición taumatúrgica del goppierno sea reconocida
por otros. Fernando Vallespín sostiene que el gobierno quiere “monopolizar la
construcción política de la realidad”. Él y Clonista saben que no acaba ahí la
desmesura de su orgullo, ciertamente. Como sabe Clonista por experiencia propia
semestral, en otra de las coincidencias del día, que “lo trivial se entrecruza
con lo trascendente hasta tejer una confusión continua”, según sostiene Verdú.
Reconforta estar en tan buena compañía. Se ve que la clónica del día va de
recompensa para reafirmar una autoestima que la realidad prensada se encarga
día sí y al otro también de machacar insensiblemente. La reacción del goppierno
frente a su primera huelga general no tuvo nada que ver con la de los gobiernos
de González, por supuesto, quien reconoció paladinamente el éxito de todas las
que le hicieron a él. La borrachera autoritaria del goppierno le hizo aparecer
como lo que en el fondo es: un gobierno bananero, de obediencia fácil al bushía
de occidente y de respuesta contundente al disidente interior e indomesticable.
Los números cantan, suele decirse en roman paladino, y con los números cantó en
el PP la vena catastrofista heredada de su fundador fraguador, cuyas letanías
apocalípticas en el Congreso han dejado divertida memoria, pero, convertidas en
el presente en estremecedor ejercicio de manipulación y propaganda, han
cambiado las risas de entonces por el temor de hoy. Nunca se pueden predecir
los comportamientos de aquellos a quienes gobierna la ira y goppiernan desde
ella. Según cómo se acabe el encierro de los inmigrantes en la Universidad de
Sevilla podrá calibrarse el alcance de lo que los otros encerrados, los de la
cumbre, acaben decidiendo.