29-6-02
Se alcanza
lo que se tiene. Y a veces por partida doble. Preso de un furibundo ataque de
su alergia colinérgica, Clonista inicia a las 4 a.m. la clónica de un día vacacional
en el que encontrar su País en Francia ya ha sido motivo de alborozo, una
recompensa a su poco edificante afán. Con una mano trazando signos casi
irreconocibles y con la otra alimentando las feroces ampollas que levantan en
su carne una orografía abrasiva, Clonista pronto cae abatido en una sima distinta
ce su agresivo escozordes. Los excesos policiales en Argentina, un celo
represor sólo comprensible desde la torpeza política previa de quien
desgobierna en el país, ha sido denunciada por Duhalde como un parapeto tras el
que esconderse de una crecida de la indignación popular que acabará, quizás,
llevándoselo por delante. A la perra flaca de Afganistán las pulgas se le han
vuelto bombas llenas de trágico azar mortal -o contumaz inepcia- al caer,
quizás un misil, en un polvorín y sembrar de destrucción una ciudad. El director
general para la ampliación europea se queja de la poca voluntad política actual
para consolidar el proyecto europeo de gran potencia que plante cara a
Usamérica, al tiempo que asegure paz y prosperidad en un continente cuya
historia bélica ha sido un trágico poema escrito a sangre y fuego hasta hace
muy poco tiempo, pues aún algunas brasas humean. Sobre el humo turbio de esas
brasas se recortan las figuras fantasmales de un aniversario: los 50 años de Esperando a Godot. Clonista cede a un
ramalazo nostálgico y recupera, con el casi clandestino aniversario, su
juventud instalado en los absurdos, el lúcido de Beckett por delante de todos.
Sólo desde una aceptación íntegra del absurdo vital se puede continuar
viviendo, y riendo. No es una boutade
que Beckett considerase su obra un vodevil; como tampoco lo es que, para Kafka,
la Metamorfosis fuese una obra cómica. ¿Serían capaces, ambos, de ver algún
destello cómico en la fascistizada situación vascongada tan llena toda ella de
un absurdo tan genuino? Un tal Sainz de la Maza peneuvista (más Maza que Sainz)
arremete contra la Ley de Partidos y dice que está encabronando la vida
municipal. Junto a su declaración -deoscuración amenazadora, hablando con
propiedad-, “un chico majo de aquí de toda la vida”, que podría decir Arzalluz,
le enseña a un pepero un cartel al revés donde se lee “faxismoari Stop”, no sin
cierta molesta torsión de cuello, como si quisiera hacer ver cómo quedaría tras
el pistoletazo en la nuca. El aguerrido resistente peneuvista sabe que tiene el
respaldo de las bombas y las pistolas y, con todo, juega al juego del oprimido
con la profunda naturalidad del absurdo. No es voluntad hermenéutica de Clonista,
sino que la realidad prensada de hoy parece haberse puesto a la enigmática altura
del cincuentenario y se ha impregnado toda ella. ¿Qué ha entendido Clonista de
los enfrentamientos Cascos-Arenas en el PP? ¿Dónde está el maremoto que ve el
periodista? ¿Cómo no entender, por otro lado, las grotescas reacciones del
alcalde de Las Palmas y de sus adversarios, que quizás harían y dirían lo mismo
que él, si estuviesen en su lugar? Poco a poco, la inmigración se va
conformando como una situación teatral: aparece un huésped no previsto y se
derrumba la hipócrita realidad que, hasta su llegada, tenía todos los visos de
ser una fortaleza inexpugnable y eterna. Lo teatral consiste en la inacción del
huésped. Al final encuentra Clonista la apertura: Botín y 4 secuaces suyos son
acusados de 138 deleitos fiscales –impagable la errata, una vez más: ¡delitos
deleitosos!–. En ese mundo de ficción de las contabilidades, en el que ahora
Xerox destaca con voz y copia propia, cualquier nuevo capítulo podría sumarse
al chispeante recorrido hecho por Los
sabores del fraude, de Paul Krugman. ¿La guinda? Ahora preocupa la
fortaleza del euro, inmediatamente después de haber preocupado su sempiterna
debilidad. ¡Ay, el cogollito, el cogollito!