17-11-02
Un
domingo, ¿maldito domingo? Depende. ¿Se hicieron para descansar? Quizás. La
relación de cada cual con los domingos es una buena parte de esas
autobiografías. A lo largo de la vida han cambiado muchas veces esas
relaciones. Es el caso de Clonista, y lo será el de cualquier hijo de vecino.
Con hijos, desde luego, la necesidad, y la conveniencia, de convertirlos, los
domingos, en día de salida es inexcusable. Desde una de las cimas del
Montejuicioso (Montseny), y a pesar de la buena voluntad clonicadora del autor,
no hubo manera de abrir siquiera la realidad prensada en aquel paraje natural
donde, por otro lado, quizá hubiera tenido algo de profanación. Por eso se
arrepiente, ¡a buenas horas mangas verdes!, Clonista de su “insensibilidad”
respecto de la tragedia del fuel prestigioso. Ahora, consumada la amenaza,
entiende que no es algo muy distinto de que ayer –son las 6 de la mañana del
lunes, una práctica que se hizo cotidiana durante el mes de agosto, tan lleno
de cine familiar, pero en la que no había recaído desde aquel mes- hubiera
caminado por unas trochas pringosas de petróleo y, al alzar la vista hacia los
alrededores, hubiera contemplado bosques de pino negros, como si hubiéramos ido
a contemplar las ruinas de un incendio devastador. Por otro lado, sin embargo, Clonista
lamentaba la escasa sensibilidad de El
País para no llevar a Primera Plana la acusación de la soldado Dolores
Quiñoa de haber sido violada por el teniente que la sometió a la infamante
“prueba del frío”, un rancio espíritu de novatada cuya única novedad fue el
abuso fascista de autoridad, de probarse ciertas las palabras de la soldado,
cuyo relato no debe andar muy lejos de la verdad, intuye Clonista. Lo peor es
la interiorización del concepto de “orden” y el terror al castigo, arbitrario o
justificado, que inocula en quienes se alistan ¿conociendo esa realidad?
Sorprende de esa nueva realidad que la soldado se haya convertido en portavoz
de “muchos otros casos”, según ha expresado con un deje de heroico hastío e
insólita rebeldía. Si se sale del armario, no sin riesgo, y más cuando es
inexistente la notoriedad pública de quien toma la decisión, la soldado Dolores
Quiñoa ha decidido salir del infierno de la hombruna cadena de mando. En la
República Dominicana, los mandamases iberoamericanos se dan un cumbrazo para el
cuerpo, tan inútil como ni siquiera propagandístico, aunque a cargo del
presupuesto patrio. Sábato, conciencia viva del horror argentino, lo clava:
“Robaron más de lo que el país producía”, dice de su país, pero bien lo puede
decir de casi la totalidad del sur del continente. En la madre patria, entre
cuya nefasta herencia también se halla esa inclinación al latrocinio
institucional, se roba de otro modo: mediante privatizaciones y políticas de
favor cuasi nepotistas. Desde la base de la sociedad, donde está ese 70% de
ciudadanos, como Clonista, a los que les cuesta llegar a fin de mes, por tantas
razones cuya exposición detallada bien podría ocupar todos los días de la
clónica aún por venir, Francisco Javier Trigo eleva una voz discordante, para
no dejar solo a Clonista, que se lo agradece desde el mutuo desconocimiento
personal e idéntica sensibilidad social, en el coro de últimas alabanzas
vicarias. Deportistas de élite
insolidarios titula –o le han titulado- su carta al Director. Pues
eso. La perspectiva pija –que es
definición de fácil comprensión para muchos- desde la que se abordan
determinadas noticias, le recuerda a Clonista el público “selecto” al que se
dirige EP semanal, y cuando Clonista
dice selecto, dice con capacidad económica de selección, obviamente. De ahí que
le parezca una barbaridad miserable y desconsiderada el que elpaís.es se haya convertido en
mercancía por la que se ha de pagar no pocos dineros, en una economía básica.
Que se venda el acceso a la hemeroteca, la posibilidad de acceso a la memoria
histórica -¿o no están orgullosos de ser buena parte de la memoria histórica
desde el mismísimo día de su nacimiento?- le parece a Clonista una ofensa
capitalista imperdonable. Por supuesto que lo suyo es un negocio, pero la
medida le parece a Clonista una mezquindad, y un emblema de la avaricia
comercial. El precio en sí mismo, de la consulta de cada ejemplar atrasado, sin
siquiera la posibilidad de tenerlo en papel para recortar y archivar, por
ejemplo –aun a pesar de lo molesto del sistema-, ¿qué es, sino esa típica
avaricia de quien no renuncia a un beneficio minúsculo –en una empresa
multinacional- para redondear con miseria la cuenta de beneficios? A su manera,
¿qué poco dista esa actitud de la de la dirección del hotel que despidió a
cinco maleteros porque se quedaban con las propinas que les daban por su
esforzada labor, en vez de ingresarlas en la cuenta de la empresa? ¿Y luego
dicen que el rapiñismo caudillista no ha calado? Igual quien tomó la felicísima
medida de rentabilizar la edición digital es quien ha tildado a Boyer, noticioso
patrón de la FAES azanariega, de ideólogo. Dios los cría, entonces, y... Menos
mal que el ejemplo de Porto Alegre sigue dando alegrías, como la del cercano
municipio de Rubí, donde se han sumado a la moda de los presupuestos
participativos. ¿Se atreverá el hermético alcalde de Barcelona a embarcarse en
una democratización de la ciudad de ese calibre o su presupuesto es demasiado
sustancioso como para dejarlo en manos del pueblo, por más que suscite
controversia el modo de representación de ese pueblo ante el Ayuntamiento? De
la realidad deberían suprimirse algunas palabras durante un cierto tiempo.
Cambiaría mucho el panorama, sin duda. Imagínese, por ejemplo, que tal cosa
sucede con identidad, ¿cuál sería entonces el discurso pujoliano, cómo se
articularía? Y no solo el suyo, por supuesto, pero viene al caso por su
declaración de que los europeos temen que la globalización les haga perder su
identidad, y su identidad de pareceres con Giscard frente al islamismo turco. ¡Cuantísimo
es capaz de llenar la boca de un político profesional un concepto como
identidad! Tanto, en realidad, cuanto vacío ideológico haya en su cerebro, pues
es su caldo de cultivo. A medida que se siguen conociendo nuevos proyectos de
la fachada marítima en remodelación por el Folclòsrum, se advierte la intención
de poner esa ciudad recuperado al servicio de una clase social bien
determinada: los baños termales, el gimnasio con miradores al mar y otras
instalaciones, en concesión de explotación
privada, claro, ¿a qué público van dirigidos? Al pudiente, claro. Días
atrás un artículo de fondo marcaba los polos del debate: ricos y pobres.
Dejemos esto del Folclòsrum y alrededores en pudientes e impudientes. Gobernar
al servicio de los primeros, ¿no es impúdico? Ser impudiente no impide protestar,
está claro.
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