jueves, 21 de enero de 2016

17-11-02

     Un domingo, ¿maldito domingo? Depende. ¿Se hicieron para descansar? Quizás. La relación de cada cual con los domingos es una buena parte de esas autobiografías. A lo largo de la vida han cambiado muchas veces esas relaciones. Es el caso de Clonista, y lo será el de cualquier hijo de vecino. Con hijos, desde luego, la necesidad, y la conveniencia, de convertirlos, los domingos, en día de salida es inexcusable. Desde una de las cimas del Montejuicioso (Montseny), y a pesar de la buena voluntad clonicadora del autor, no hubo manera de abrir siquiera la realidad prensada en aquel paraje natural donde, por otro lado, quizá hubiera tenido algo de profanación. Por eso se arrepiente, ¡a buenas horas mangas verdes!, Clonista de su “insensibilidad” respecto de la tragedia del fuel prestigioso. Ahora, consumada la amenaza, entiende que no es algo muy distinto de que ayer –son las 6 de la mañana del lunes, una práctica que se hizo cotidiana durante el mes de agosto, tan lleno de cine familiar, pero en la que no había recaído desde aquel mes- hubiera caminado por unas trochas pringosas de petróleo y, al alzar la vista hacia los alrededores, hubiera contemplado bosques de pino negros, como si hubiéramos ido a contemplar las ruinas de un incendio devastador. Por otro lado, sin embargo, Clonista lamentaba la escasa sensibilidad de El País para no llevar a Primera Plana la acusación de la soldado Dolores Quiñoa de haber sido violada por el teniente que la sometió a la infamante “prueba del frío”, un rancio espíritu de novatada cuya única novedad fue el abuso fascista de autoridad, de probarse ciertas las palabras de la soldado, cuyo relato no debe andar muy lejos de la verdad, intuye Clonista. Lo peor es la interiorización del concepto de “orden” y el terror al castigo, arbitrario o justificado, que inocula en quienes se alistan ¿conociendo esa realidad? Sorprende de esa nueva realidad que la soldado se haya convertido en portavoz de “muchos otros casos”, según ha expresado con un deje de heroico hastío e insólita rebeldía. Si se sale del armario, no sin riesgo, y más cuando es inexistente la notoriedad pública de quien toma la decisión, la soldado Dolores Quiñoa ha decidido salir del infierno de la hombruna cadena de mando. En la República Dominicana, los mandamases iberoamericanos se dan un cumbrazo para el cuerpo, tan inútil como ni siquiera propagandístico, aunque a cargo del presupuesto patrio. Sábato, conciencia viva del horror argentino, lo clava: “Robaron más de lo que el país producía”, dice de su país, pero bien lo puede decir de casi la totalidad del sur del continente. En la madre patria, entre cuya nefasta herencia también se halla esa inclinación al latrocinio institucional, se roba de otro modo: mediante privatizaciones y políticas de favor cuasi nepotistas. Desde la base de la sociedad, donde está ese 70% de ciudadanos, como Clonista, a los que les cuesta llegar a fin de mes, por tantas razones cuya exposición detallada bien podría ocupar todos los días de la clónica aún por venir, Francisco Javier Trigo eleva una voz discordante, para no dejar solo a Clonista, que se lo agradece desde el mutuo desconocimiento personal e idéntica sensibilidad social, en el coro de últimas alabanzas vicarias. Deportistas de élite insolidarios titula –o le han titulado- su carta al Director. Pues eso.  La perspectiva pija –que es definición de fácil comprensión para muchos- desde la que se abordan determinadas noticias, le recuerda a Clonista el público “selecto” al que se dirige EP semanal, y cuando Clonista dice selecto, dice con capacidad económica de selección, obviamente. De ahí que le parezca una barbaridad miserable y desconsiderada el que elpaís.es se haya convertido en mercancía por la que se ha de pagar no pocos dineros, en una economía básica. Que se venda el acceso a la hemeroteca, la posibilidad de acceso a la memoria histórica -¿o no están orgullosos de ser buena parte de la memoria histórica desde el mismísimo día de su nacimiento?- le parece a Clonista una ofensa capitalista imperdonable. Por supuesto que lo suyo es un negocio, pero la medida le parece a Clonista una mezquindad, y un emblema de la avaricia comercial. El precio en sí mismo, de la consulta de cada ejemplar atrasado, sin siquiera la posibilidad de tenerlo en papel para recortar y archivar, por ejemplo –aun a pesar de lo molesto del sistema-, ¿qué es, sino esa típica avaricia de quien no renuncia a un beneficio minúsculo –en una empresa multinacional- para redondear con miseria la cuenta de beneficios? A su manera, ¿qué poco dista esa actitud de la de la dirección del hotel que despidió a cinco maleteros porque se quedaban con las propinas que les daban por su esforzada labor, en vez de ingresarlas en la cuenta de la empresa? ¿Y luego dicen que el rapiñismo caudillista no ha calado? Igual quien tomó la felicísima medida de rentabilizar la edición digital es quien ha tildado a Boyer, noticioso patrón de la FAES azanariega, de ideólogo. Dios los cría, entonces, y... Menos mal que el ejemplo de Porto Alegre sigue dando alegrías, como la del cercano municipio de Rubí, donde se han sumado a la moda de los presupuestos participativos. ¿Se atreverá el hermético alcalde de Barcelona a embarcarse en una democratización de la ciudad de ese calibre o su presupuesto es demasiado sustancioso como para dejarlo en manos del pueblo, por más que suscite controversia el modo de representación de ese pueblo ante el Ayuntamiento? De la realidad deberían suprimirse algunas palabras durante un cierto tiempo. Cambiaría mucho el panorama, sin duda. Imagínese, por ejemplo, que tal cosa sucede con identidad, ¿cuál sería entonces el discurso pujoliano, cómo se articularía? Y no solo el suyo, por supuesto, pero viene al caso por su declaración de que los europeos temen que la globalización les haga perder su identidad, y su identidad de pareceres con Giscard frente al islamismo turco. ¡Cuantísimo es capaz de llenar la boca de un político profesional un concepto como identidad! Tanto, en realidad, cuanto vacío ideológico haya en su cerebro, pues es su caldo de cultivo. A medida que se siguen conociendo nuevos proyectos de la fachada marítima en remodelación por el Folclòsrum, se advierte la intención de poner esa ciudad recuperado al servicio de una clase social bien determinada: los baños termales, el gimnasio con miradores al mar y otras instalaciones, en concesión de explotación  privada, claro, ¿a qué público van dirigidos? Al pudiente, claro. Días atrás un artículo de fondo marcaba los polos del debate: ricos y pobres. Dejemos esto del Folclòsrum y alrededores en pudientes e impudientes. Gobernar al servicio de los primeros, ¿no es impúdico? Ser impudiente no impide protestar, está claro.

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