27-11-02
Poco a
poco se va cerrando otro espacio. La aventura tiene los días contados, como el
antiguo calendario de los reclutas. Es sorprendente la facilidad con que la
nostalgia de lo no sucedido puede afectar a los humanos, lo que debe ser, probablemente, una de las
principales diferencias respecto del resto de las especies que pueblan el
planeta. Tras el desastre del Prestige,
vienen las medidas enérgicas, las políticas rigurosas y la firmeza de
mandatarios que han hecho la vista gorda de forma sistemática para con el
excelente y sucio negocio de las petroleras. En las antípodas del negocio, el
virus del sida afecta ya a 42 millones de personas, 30 de las cuales están en
el África subsahariana. Y aún siguen, quienes pueden hacerlo, sin financiar la
donación de los 80 millones de preservativos que contribuirían al control de la
expansión de la pandemia, que es algo así como la calderilla del asunto, porque
de financiar los tratamientos con medicinas para toda esa gente sin esperanza
¿quién dice nada sin que sea el hazmerreír de los poderosos del mundo? La fatwa
lanzada contra la periodista que con su blasfemia supuestamente desató la
carnicería nigeriana es una prueba de cargo contra la tolerancia poco escrupulosa ante el
multiculturalismo en las sociedades occidentales. Porque, ¿habría de tolerarse
–al modo de la justicia militar- la justicia islámica de la sharia en España,
por ejemplo? A Clonista le parece que aún han de escucharse y decirse muchas
tonterías sobre todos estos asuntos antes de que se llegue a criterios
compartidos mayoritariamente. Wole Soyinka lo deja bien claro: “Los
acomodaticios se baten en retirada en demasiados frentes, sin entender que cada
espacio de coexistencia abandonado es inmediatamente ocupado por el programa
agresivo de los fanáticos.” La constatada involución en todos los órdenes que
se está registrando en este país desde el inexplicable empujón electoral al
caudillito se extiende ya a fenómenos que podrían parecer anecdóticos, pero que
no lo son, como, por ejemplo, las cacerías, a las que tan aficionados son Fraga
y Cascos, entre otros; las capeas, con el hijo de Suárez a la cabeza; o la
enésima desarticulación de los GRAPO, como aparece hoy en otro de esos rincones
prensados evadidos del pasado. ¡Y esos graperos, por cierto, tan mayores ya, y
aún metidos de hoz y coz en las lides crimiredentofanáticas! Incluso la
detención del consejero de Economía de Melilla, acusado de blanquear dinero del
narcotráfico, forma parte del revival, casi como al estilo de aquellos
maletines-hacia-Suiza del franquismo y la transición. ¿Y qué decir de ese
desprecio del goppierno hacia los sordos, negándose, contra el resto de los
grupos del Congreso, a reconocerles el derecho al bilingüismo? ¡Total –deben de
haber dicho en el goppierno-, para cuatro gatos que son! Y suma y sigue. Como continúa la campaña de
promoción de elpais.es con
sorprendentes hallazgos retóricos como que en él “el lector ordena la manera de ver la
noticia.” La necesidad de emitir mensajes públicos tiene eso, se cae en la banalidad
con una facilidad insultante. El jefe comercial del invento se descuelga,
además, con una afirmación irritante: “nadie ha cuestionado que se trata de un
precio razonable.” O sea, que ni siquiera lee El País. ¿Tiene alguna relación esa ambición beneficiosa con la
súbita captación universal de esquelas? Clonista ignora con quién entra en
competencia de crucecitas su diario de referencia, pero no es una decoración
del espacio prensado que le parezca congruente con la línea estética e
informativa de El País.
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