4-12-02
Hoy, como desde hace ya casi una eternidad, y más
aún se lo debe de parecer a los pescadores y mariscadores gallegos que con
escasa o nula ayuda del goppierno luchan contra la marea negra, todo sigue
dominado por el pringue negro, cuyos efectos alcanzan de lleno la mediocre
reputación política del goppierno en pleno. ¡Cómo se le ocurre a Cascos decir
que se pasa la noche en vela por el Prestige,
cuando, en realidad, andaba de maitines cazadores por el Pirineo! Si de éxito
también se muere, como sentenció FG, la bestia negra del actual goppierno, no
cabe duda de que éste acabará muriendo de empacho de mayoría absoluta, que
ellos han convertido en absolutista, o caudillar, como se prefiera. ¡Con qué
otros ojos se lee el atentado de ETA en un aparcamiento en Santander! Sobre
todo si esos ojos aún están castigados por la fiebre. Debe de ser duro luchar
por un hueco en los media cuando se produce una catástrofe de las dimensiones
de la que asuela las costas gallegas. Pero ahí están, dispuestos a reclamar su
lugar bajo el único sol que les calienta: el titular de portada. Dinamarca ha
provocado las iras putínicas al rechazar la extradición de un portavoz del
movimiento independentista checheno, a quien los propios rusos habían
garantizado la inmunidad, tras acusarlo de haber participado en la preparación
del asalto al teatro. La falta de pruebas consistentes es el fundamento de la
razón danesa. ¿Cómo puede entenderse que la descentralización administrativa de
la educación, la sanidad y la policía en Italia provoquen un debate sobre la
división del país, que se vea como un riesgo de fractura del que nunca se sabe
qué Italia puede acabar quedando? ¿Qué deben pensar de España, entonces, los
italianos? Como para que no se valore, como se debe, el mapa autonómico.
Enrique Gil Calvo ataca un tema conflictivo, Convivencia de culturas es el título de su exposición. Después de
viajar por las altas nubes de la abstracción, bien pegado a los nombres con
predicamento actual, desciende en picado hacia una solución harto curioso: son
“los servicios sociales” los que “han de proteger los derechos de los
ciudadanos de ambas partes en conflicto”, es decir, los inmigrantes como los
autóctonos; es decir, los temibles choques interculturales que presuponen
visiones antagónicas de la organización de la sociedad y del derecho han de ser
solucionados, en acto de intermediación, por los asistentes sociales. No es
mala conclusión, desde luego, crear un cuerpo de choque que aguante el
chaparrón y que permita, a quienes viven bien lejos de esos conflictos, no
sentirse salpicados, no vaya a ser que, de repente, a las abstracciones les
salga un chichón. De la realidad lo que más sorprende son sus altibajos, la
mezcolanza heterogénea de niveles. Y aunque hay jerarquías impuestas, como en
la prensada, ¿quién malgastaría ni una hora de su vida en intentar cualquier
otra? ¿Dónde se colocaría el afán propagandístico pujoliano de captar, vía
presupuesto, deportistas de élite catalanes que paseen por doquiera que vayan a
su patrocinador, como propagandistas de la fe? Cuando minucias así son portada
del suplemento rinconacional, lo del oasis se ha quedado pequeño, seco: sería
preferible hablar de estado comatoso.
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