16-1-02
El
“corralito” -esto es, el secuestro de los fondos propios de millones de
argentinos- acabará provocando una revolución “a sangre y fuego”; Enron provocó
su ruina mediante el maquillaje contable practicado por los directivos sin
escrúpulos y amantes del enriquecimiento rápido “hasta que les pillen”, algo
que, contando con el beneplácito de auditores externos como los de Artur
Andersen, ni tiene riesgo ni fallo; un ministro noruego conservador se casa con
su compañero, o sea, como si Rajoy, un buen día, nos revela que hace lo propio
con zutanito o menganito, ¿cuál sería la realidad, la noruega o la española?,
¿cabría en la realidad el matrimonio español?; Redondo compadrea con Aznar a
espaldas del PSOE y saca pecho de su escuderismo al por mayor; el arzobispado
de Valladolid se refugia en el Concordato para escapar a la acción de la
justicia, porque, como es de rigor en este estado en absoluto laico, la Iglesia
Católica tiene bula, además de una jeta gloriosa; tras 27 años de cárcel es
excarcelado un británico a quien no se ha podido probar que fuera el autor del asesinato por
el que se le condenó; con cara de pícaro justino, Terenci Moix se asoma a la
ventana papélica y explota su comunión egipcia en una novela con ribetes de
astracanada; Félix de Azúa nos dice que el nazismo es una manifestación
cotidiana del poder económico al que estamos sometidos y que aceptamos casi sin
rechistar, y ahí está Berlusconi para no dejarle por mentiroso... Y en ese
tapiz han de reconocerse las cuatro esquinitas que tiene el mapa de la realidad
del Clonista, con sus cuatro angelitos mafiosos que se la guardan. Mientras
tanto, el acarreo de la prole de aquí para allá, la necesidad de cerrar los
ojos y purificarse de sueño, más la urgencia de alguna lectura profesional, ¿en
qué convierten la realidad?, pues en una alfombra pesada que ha caído de quince
pisos y tiene al Clonista planchado
contra el patio del entresuelo, abatido por la deleznable figuración del
abrumador estampado. A veces la realidad se impone hasta hacerle pedir auxilio,
y aun sabiendo que es ella misma la que te atiende, amordazándote con sus
hábiles manos de perfecta prestidigitadora. Recorrer una larga jornada sin
tener clara conciencia de que los espacios por los que se atraviesa son el
decorado de una aventura simplicísima es el pan duro nuestro de cada día, y de
ahí la sorpresa que suele deparar el mero hecho de plantarse en una esquina y
detener la atención en una fachada, un comercio, un portal, el diseño de un bar
recién abierto, la decadencia de una tienda abocada a la ruina y tantas otras
pequeñas realidades que uno nunca llega a saber si efectivamente son hijas de
la gran realidad absoluta, hegeliana. Y aquí lo deja el Clonista, hasta mañana.
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