1-3-02
La cuenta
de los días, una cuenta de la vieja echada con prisas, no forma realidad, de
eso sí que se puede estar seguro. Tanto como que nada de lo clonado hasta hoy
se asemeja, en modo alguno, a lo que puedan entender las mentes exquisitas, y
las de medio pelo, como realidad. Se admiten apuestas. Hay una convicción,
importuna, que no deja en paz a Clonista desde que comenzó su aventura
mediáticomediocre: la de estar condenado a ignorar cuál sea el epicentro de la
realidad. Filosófica -o psicológicamente- parece que está claro, pero uno no
vive desde la filosofía, y menos aún desde la psicología, si acaso desde la
pesquis y desde la sabiduría -o desde la intuición-, de ahí que señalar esa
ignorancia acuciante sea algo obligado. Es experiencia común considerar que el
meollo de la realidad está siempre lejos de uno, que somos contemporáneos de
él, pero que nos pilla un pelín desplazados. La ingenuidad disfraza de mil
maneras esos centros que resumen el cogollito de lo real: la reunión del G7, el
despacho oval de la Casa Blanca, la ceremonia de los Oscars, las sesiones de
grabación de, pongamos por caso, los Rolling Stones, la sesión inaugural de la
temporada de La Scala de Milán, la primera hilera de asientos del palco de una
final de la Copa de Europa, el sancta sanctórum del Pentágono, la entrega de
los premios Nobel, el orgasmo bigbangero con X, las decisiones de la cúpula del
FMI... Es decir, todo aquello que se nos representa como inaccesible y de lo
que, una vez conocido, como en el cuento de Francisco Ayala, El Hechizado, nos queda como abominable
recuerdo el hedor de los orines... A salto de mata, y con la mezcla pertinente
de estupor y de incredulidad, recorre Clonista la selva noticiera para
descubrir ciertas rutinas insensibilizadoras y hasta desrealizadoras. La tópica
fotografía mesiánica del che Guevara en un cartel pegado en una puerta de una
ciudad palestina es expresión del pandemonio de imágenes que se apodera de la
realidad hasta desfigurarla. Otro modo de desfigurar la realidad es pretender
que el tiempo no lo haga. Para ello, a las personas que se someten a
tratamientos antiarrugas se les inyecta la toxina del botulismo. La vejez como
la peste, sin duda. Mayor Zaragoza dice que el 40% de la población no ha hecho
nunca una llamada telefónica. Clonista no entiende muy bien el sentido del
titular generado por el exdirector de la Unesco. Ciertamente, no lo llamará
para preguntárselo. Huele a churras y merinas, sin embargo. Siempre, día tras
día, se le queda dentro la tentación de meterse en los intersticios de la
realidad prensada y hacer desde allí esta clónica remolona y a remolque. Por
ejemplo, la publicidad. La contigüidad crea realidades sorprendentes y deshace
los límites entre los discursos. El clonista se impone buscar ejemplos en
algunos de los días por venir. Con el paso de esos mismos días, en el recuerdo
ya no tan sucesivos y un mucho más estativos, ciertas noticias menguantes y
redundantes muestran su verdadera naturaleza de vetusto agitprop. ¿Cómo
encontrar una novedad que sea digna de tal nombre? La vida política es, en
general, de una mediocridad encantadora, buñuelesca, y sus discursos monumentos
a la estulticia. ¿Duro? ¡Quiá! Y habrá más. Como decían Tip y Coll: “la semana
que viene, hablaremos del gobierno”. Y se iban. Y Clonista se va.
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