29-4-02
Ponerse al día, aunque de noche y
arrastrando un sueño al que tampoco acaba de dársele nunca cumplida
satisfacción, no deja de ser un cierto alivio. La tensión, no obstante, de la
acumulación de diminutas responsabilidades que acaban constituyendo una rémora
insalvable es difícil de sobrellevar. De ahí que la visión de la realidad esté
tan teñida de los humores que gobiernan el transcurrir de la jornada. La
ausencia de un tiempo vivido con relajación es el mejor aval para considerar la
realidad una agresión. Quizás por eso haya una escalada de provocaciones: desde
el terrorismo hasta la publicidad, pasando por las ofertas políticas o las
manifestaciones artísticas. Mantener el pulso de la realidad es echárselo a la
muerte, en realidad. De un día anodino queda la lucha de los apicultores para
que se evidencie el fraude de las marcas que anuncian, por ejemplo, miel de
romero y sólo hay un 10% de polen de romero en su oferta, o los restos de
antibióticos aparecidos en la miel importada de China a precios rompedores;
queda, entre las medias tintas de un apocamiento general de los sindicatos, la
posibilidad de una huelga general a la que aún no se atreven; queda... Pero,
¿dónde queda? El carácter evanescente de la realidad es su rasgo definitorio:
la realidad es lo que desaparece aun en el momento de manifestarse, el equivalente
exacto del presente huidizo y barroco. La memoria es un pozo sin fondo que lo
admite todo y del que aflora nada o poco. Eso es. La idea de la realidad
literaturizada, la contemplación de los sucesos estáticos de la realidad como
la confusión de planos absurdos, sigue tentando a un Clonista pulverizado por
el agotamiento físico y mental. Enorme Saturno fantasmagórico es la realidad
que nos devora. Y no otra cosa. Hasta que le corten los testículos y llueva el
poder genesíaco, que no la génesis del poder.
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