miércoles, 14 de octubre de 2015

13-8-02

     A deshoras robadas al sueño, lo que ha acabado convirtiéndose en un hábito, vuelve Clonista a su fútil empeño clónico. Ha de confesar que, camino del final, por más que esté a cuatro meses vista, su afán cae más del lado de la ficción, el terreno natural de sus desvelos, que propiamente del documento, la historia, el dietario o la investigación sociológica. Supuso, con esa cándida ingenuidad que es marca indeleble de su superficialidad intelectual, que lograría descubrir los mecanismos por los que la realidad se constituye como tal y solemos reconocerla y aceptarla como un todo ineludible, inexorable y hasta implacable. La verdad –a veces otro alias de la realidad– es que esa realidad se le ha vuelto imperceptible, como si de repente Clonista fuera una especie inepta sin órganos de percepción, sino sólo de pasión, algo así como un juguete sufriente de los dioses en el mundo de la tragedia helénica. La acumulación de realidad prensada, su seriación, su jerarquización, su tergiversación respecto de una supuesta prístina epifanía de la misma inducen a Clonista a caer en un escepticismo nihilista -¿es esto un azaroso ejemplo de la contradictio in adjectio?- del que le cuesta salir para seguir al pie del cañón en este encadenamiento de batallas contra la fantasmagoría de su afán inclasificable que, por lo menos, acredita con creces su testarudez, su perseverancia –Clonista renuncia por respeto, ¿a quien en un futuro pudiera perderse en este año enmarañado?, al fácil calambur de su constancia acreditada-. Y suma y sigue. La expresión de ese deseo consciente y negado, compartir su aventura con futuros lectores, introduce mayor narratividad en su afán, ¿hasta desvirtuarlo? Imposible saberlo. Clonista no ignora que ese deseo debe haberlo animado desde aquel lejanísimo 1 de eneuro en que echó su nave en manos del capricho de los vientos, por más que nunca hasta hoy se haya atrevido a darle la única realidad que tiene, ésta de la letra que sale de las teclas por las que corre su sangre; con todo, ha sabido sepultarlo bajo la gravidez de las muchísimas atmósferas bajo las que cumple a diario con su obligación impuesta ¿e impostada? Dejemos la psicología barata y sumemos otro serón de realidades al gran océano donde busca esa realidad proteica, evanescente, habilidosa, cruel, bendita, imbécil, lasciva, ininteligible, inasible, amorfa y cuantos adjetivos, de toda laya, quepan en la ristra infinita que nunca la definiría, sino que, como mucho, la adornaría estrafalariamente. Sigue con la suma, pues. La primera realidad prensil es la extrema delgadez, casi anoréxica, de la realidad prensada agosteña, pues apenas si se percibe grosor entre los dedos que escogen la versión de la realidad en el quiosco. Y de la primera cara –y no precisamente la más acicalada–   con que salen todos los diarios a competir por el favor del lector, el que, como en las teorías literarias, crea el texto al actualizarlo con su lectura, la primera mueca que le llega a Clonista es la confirmación de la estrategia autoritaria del colombiano Uribe, quien acaba de decretar el estado de excepción, allá bautizado como “estado de conmoción interna”, cuya innata poesía vuelve inútil cualquier comentario: cuando habla la poesía, la realidad se desnuda. El azar ha querido que esa conmoción se empareje con lo que se ha vuelto realidad cotidiana en las calles madrileñas: dos delincuentes matan, en una balacera, a un policía. Los dos, de gatillo fácil y nombre de culebrón, son colombianos. La nuevayorquización de la capital del reino es una modernez manzanada cuyo cutrerío le resultará muy difícil de modificar a su sustituto o sustituta, si es que la extensión del fenómeno no lleva incluso a la necesidad de un gran gobierno de coalición municipal que le devuelva a Madrid lo poquito que ya le queda de su raíz de acogedor poblachón manchego. Lo que nunca entenderá Clonista es que la negativa del PNV a votar en el Congreso a favor de la ilegalización de B sea un gran titular, ni tampoco que intenten no quedarse solos en esa iniciativa y quieran que CiU les acompañe. Cuando la obviedad causa estos estragos en el criterio prensado, ¿cómo no recordar la única frase de Francisco Fernández Ordóñez –alias “call me Paco”– que quedará en la crónica política de la democracia, aquella en la que bautizaba al caudillito aznariego como “el gran solemnizador de lo obvio”? Pues eso. Las ficciones hollywoodienses siguen haciéndose realidad barata y absurda en la política usamericana. Ahora, el gran bushpectador ha decidido que comandos al modo de Misión Imposible recorran el mundo amañando accidentes de los hijos de la gran madre de todos los terrores: Al Qaeda. Que el racismo tiene varias direcciones lo está poniendo de manifiesto Robert Mugabe con su política de apropiación forzosa de los bienes de los blancos y de su expatriación no menos forzosa. Que por el camino acabe con la débil economía zimbabuana y él se convierta casi en una réplica de Idi Amin Dada, el carnicero dictador contemplado por el diamantino Giscard, parece tenerlo furioso, según narra novelísticamente Ramón Lobo, pues la imagen resultante del dictador se aproxima mucho a las del género sudamericano, sin duda porque el autoritarismo no es que sea global, sino raíz atávica de la especie humana, allá donde haya medrado desde su aparición en el continente africano. No muy lejos de la literatura anda la crónica dedicada a la emergencia política de los Inuit, los mal llamado esquimales, es decir, un término que la corrección política hará desaparecer en pocos años. Esa realidad, tristemente ofrecida en la crónica desde la perspectiva conservacionista y paternalista de los ecólogos le recuerda a Clonista, aunque no sea una gran película, pero lo hace  siempre con cariño,  El hombre de hielo, una ficción científica en la que se logra revivir a un inuit que hallan congelado, en un caso parecido al del cazador encontrado en los Alpes. Recomendable para amantes de la antropología poco exigentes con la verosimilitud o, lo que es igual, de exigente imaginación. Menos imaginación hay que tener para saber lo que hubiera ocurrido si hubiera explotado la bomba que al final sí que estaba en la playa de Santa Pola. Enseguida, no obstante, hemos de volver a la imaginación, en este caso febril, pues la estadística, auténtica diosa sin fronteras, ha culminado su estudio sobre la evolución bursátil del activo Dios, entre otros indicadores que deben permitir obtener una imagen apropiada de las sociedades humanas que destrozan el planeta. Uno, llamativo, es el de la felicidad. La encuesta viene a certificar, al modo francapriano, que los ricos también lloran y que en la pobreza abunda la felicidad. De hecho, la lectura completa de la macroencuesta, más de 80.000 encuestas en 80 países, tiene todas las posibilidades de convertirse en un auténtico bests-seller del humor negro. ¿Habrá alguna editorial que sea capaz de ver ese filón? Clonista sabe que le pide demasiado a un sector empresarial atestado de miopes y escasísimos nictálopes, aunque de haberlos, haylos. Una nueva catástrofe aérea, esta vez económica, la casi quiebra de Airways, vuelve a meterles en el cuerpo a los bolsistas el miedo a las alturas y, sobre todo, al batacazo. La noticia sobre la cooperación televisiva entre Canal Sur y TV3, en una serie sobre la emigración  andaluza a Cataluña en los años sesenta, le hace estar atento a Clonista, pues le va a hablar de una realidad cercana. Lo primero que Clonista recuerda es, allá por el 68, cuando era un deportista de los de dedicación exclusiva, una invitación a comer a la casa de una familia catalana cuyo hijo era compañero de selección nacional, una familia bien amable y que le acogió con todo el cariño del mundo. Eso sí, a la hora de los postres, tuvo que oír cómo el hermano mayor de su compañero leía una composición en la que se hacía una parodia de una serie televisiva de moda entonces, Los invasores. ¿Se adivina quiénes eran éstos? Los murcianos, que, a los efectos, vale tanto como decir los andaluces. Clonista representaba a un equipo murciano, en aquel lejanísimo entonces. Lo escrito, pues, habrá que estar al tanto; aunque lo mismo recibe uno un alcantarazo y tente tieso. Tiempo habrá y, a lo mejor, ni cae en el ámbito temporal de la presente clónica. ¡Ojalá! Ahorrará bilis, atrabilis.

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