13-8-02
A deshoras
robadas al sueño, lo que ha acabado convirtiéndose en un hábito, vuelve Clonista
a su fútil empeño clónico. Ha de confesar que, camino del final, por más que
esté a cuatro meses vista, su afán cae más del lado de la ficción, el terreno
natural de sus desvelos, que propiamente del documento, la historia, el
dietario o la investigación sociológica. Supuso, con esa cándida ingenuidad que
es marca indeleble de su superficialidad intelectual, que lograría descubrir
los mecanismos por los que la realidad se constituye como tal y solemos
reconocerla y aceptarla como un todo ineludible, inexorable y hasta implacable.
La verdad –a veces otro alias de la realidad– es que esa realidad se le ha
vuelto imperceptible, como si de repente Clonista fuera una especie inepta sin
órganos de percepción, sino sólo de pasión, algo así como un juguete sufriente
de los dioses en el mundo de la tragedia helénica. La acumulación de realidad
prensada, su seriación, su jerarquización, su tergiversación respecto de una
supuesta prístina epifanía de la misma inducen a Clonista a caer en un
escepticismo nihilista -¿es esto un azaroso ejemplo de la contradictio in
adjectio?- del que le cuesta salir para seguir al pie del cañón en este
encadenamiento de batallas contra la fantasmagoría de su afán inclasificable
que, por lo menos, acredita con creces su testarudez, su perseverancia –Clonista
renuncia por respeto, ¿a quien en un futuro pudiera perderse en este año
enmarañado?, al fácil calambur de su constancia acreditada-. Y suma y sigue. La
expresión de ese deseo consciente y negado, compartir su aventura con futuros
lectores, introduce mayor narratividad en su afán, ¿hasta desvirtuarlo?
Imposible saberlo. Clonista no ignora que ese deseo debe haberlo animado desde
aquel lejanísimo 1 de eneuro en que echó su nave en manos del capricho de los
vientos, por más que nunca hasta hoy se haya atrevido a darle la única realidad
que tiene, ésta de la letra que sale de las teclas por las que corre su sangre;
con todo, ha sabido sepultarlo bajo la gravidez de las muchísimas atmósferas
bajo las que cumple a diario con su obligación impuesta ¿e impostada? Dejemos
la psicología barata y sumemos otro serón de realidades al gran océano donde
busca esa realidad proteica, evanescente, habilidosa, cruel, bendita, imbécil,
lasciva, ininteligible, inasible, amorfa y cuantos adjetivos, de toda laya,
quepan en la ristra infinita que nunca la definiría, sino que, como mucho, la
adornaría estrafalariamente. Sigue con la suma, pues. La primera realidad
prensil es la extrema delgadez, casi anoréxica, de la realidad prensada
agosteña, pues apenas si se percibe grosor entre los dedos que escogen la
versión de la realidad en el quiosco. Y de la primera cara –y no precisamente
la más acicalada– con que salen todos
los diarios a competir por el favor del lector, el que, como en las teorías
literarias, crea el texto al actualizarlo con su lectura, la primera mueca que
le llega a Clonista es la confirmación de la estrategia autoritaria del
colombiano Uribe, quien acaba de decretar el estado de excepción, allá
bautizado como “estado de conmoción interna”, cuya innata poesía vuelve inútil
cualquier comentario: cuando habla la poesía, la realidad se desnuda. El azar
ha querido que esa conmoción se empareje con lo que se ha vuelto realidad
cotidiana en las calles madrileñas: dos delincuentes matan, en una balacera, a
un policía. Los dos, de gatillo fácil y nombre de culebrón, son colombianos. La
nuevayorquización de la capital del reino es una modernez manzanada cuyo
cutrerío le resultará muy difícil de modificar a su sustituto o sustituta, si
es que la extensión del fenómeno no lleva incluso a la necesidad de un gran
gobierno de coalición municipal que le devuelva a Madrid lo poquito que ya le
queda de su raíz de acogedor poblachón manchego. Lo que nunca entenderá Clonista
es que la negativa del PNV a votar en el Congreso a favor de la ilegalización
de B sea un gran titular, ni tampoco que intenten no quedarse solos en esa
iniciativa y quieran que CiU les acompañe. Cuando la obviedad causa estos
estragos en el criterio prensado, ¿cómo no recordar la única frase de Francisco
Fernández Ordóñez –alias “call me Paco”– que quedará en la crónica política de
la democracia, aquella en la que bautizaba al caudillito aznariego como “el
gran solemnizador de lo obvio”? Pues eso. Las ficciones hollywoodienses siguen
haciéndose realidad barata y absurda en la política usamericana. Ahora, el gran
bushpectador ha decidido que comandos al modo de Misión Imposible recorran el mundo amañando accidentes de los hijos
de la gran madre de todos los terrores: Al Qaeda. Que el racismo tiene varias
direcciones lo está poniendo de manifiesto Robert Mugabe con su política de
apropiación forzosa de los bienes de los blancos y de su expatriación no menos
forzosa. Que por el camino acabe con la débil economía zimbabuana y él se
convierta casi en una réplica de Idi Amin Dada, el carnicero dictador
contemplado por el diamantino Giscard, parece tenerlo furioso, según narra
novelísticamente Ramón Lobo, pues la imagen resultante del dictador se aproxima
mucho a las del género sudamericano, sin duda porque el autoritarismo no es que
sea global, sino raíz atávica de la especie humana, allá donde haya medrado
desde su aparición en el continente africano. No muy lejos de la literatura
anda la crónica dedicada a la emergencia política de los Inuit, los mal llamado
esquimales, es decir, un término que la corrección política hará desaparecer en
pocos años. Esa realidad, tristemente ofrecida en la crónica desde la
perspectiva conservacionista y paternalista de los ecólogos le recuerda a Clonista,
aunque no sea una gran película, pero lo hace
siempre con cariño, El hombre de hielo, una ficción
científica en la que se logra revivir a un inuit que hallan congelado, en un
caso parecido al del cazador encontrado en los Alpes. Recomendable para amantes
de la antropología poco exigentes con la verosimilitud o, lo que es igual, de
exigente imaginación. Menos imaginación hay que tener para saber lo que hubiera
ocurrido si hubiera explotado la bomba que al final sí que estaba en la playa
de Santa Pola. Enseguida, no obstante, hemos de volver a la imaginación, en
este caso febril, pues la estadística, auténtica diosa sin fronteras, ha
culminado su estudio sobre la evolución bursátil del activo Dios, entre otros
indicadores que deben permitir obtener una imagen apropiada de las sociedades
humanas que destrozan el planeta. Uno, llamativo, es el de la felicidad. La
encuesta viene a certificar, al modo francapriano, que los ricos también lloran
y que en la pobreza abunda la felicidad. De hecho, la lectura completa de la
macroencuesta, más de 80.000 encuestas en 80 países, tiene todas las
posibilidades de convertirse en un auténtico bests-seller del humor negro.
¿Habrá alguna editorial que sea capaz de ver ese filón? Clonista sabe que le
pide demasiado a un sector empresarial atestado de miopes y escasísimos
nictálopes, aunque de haberlos, haylos. Una nueva catástrofe aérea, esta vez
económica, la casi quiebra de Airways, vuelve a meterles en el cuerpo a los
bolsistas el miedo a las alturas y, sobre todo, al batacazo. La noticia sobre
la cooperación televisiva entre Canal Sur y TV3, en una serie sobre la
emigración andaluza a Cataluña en los
años sesenta, le hace estar atento a Clonista, pues le va a hablar de una
realidad cercana. Lo primero que Clonista recuerda es, allá por el 68, cuando
era un deportista de los de dedicación exclusiva, una invitación a comer a la
casa de una familia catalana cuyo hijo era compañero de selección nacional, una
familia bien amable y que le acogió con todo el cariño del mundo. Eso sí, a la
hora de los postres, tuvo que oír cómo el hermano mayor de su compañero leía
una composición en la que se hacía una parodia de una serie televisiva de moda
entonces, Los invasores. ¿Se adivina
quiénes eran éstos? Los murcianos, que, a los efectos, vale tanto como decir
los andaluces. Clonista representaba a un equipo murciano, en aquel lejanísimo
entonces. Lo escrito, pues, habrá que estar al tanto; aunque lo mismo recibe
uno un alcantarazo y tente tieso. Tiempo habrá y, a lo mejor, ni cae en el
ámbito temporal de la presente clónica. ¡Ojalá! Ahorrará bilis, atrabilis.
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