martes, 6 de octubre de 2015

6-8-02

     A hora relativamente temprana y estando la casa sosegada, sale Clonista al rescate de la realidad que será pataculeada al poco de ser acabado este edificio que quiere dejar constancia de la transparencia, la fragilidad y a veces la inexistencia de la realidad vista y vivida a través de la realidad prensada. Desde una terraza de la Plaza Olavide, al amor del tapeo y el tiempo suspendido, en ejercicio dialéctico de aceptación serena de lo real, con Marciano y Amadeo, sin burdas nostalgias de lo que no pudo ser ni absurdos orgullos por lo que fue, la realidad prensada del día se iba adelgazando hasta perderse en el caos de los olvidos a medias inconscientes a medias deliberados. La comida en casa de Miguel y el rencuentro(sic) con Valentín, tras la contemplación de la obra pictórica de Sisley, fueron una realidad bastante más densa que la colección de hitos monótonos y seriados de una realidad prensada afincada en lo liviano, salvo raras excepciones. La resaca del atentado sigue farfullando declaraciones de todo tipo, esto es, la única realidad integrable en la realidad individual de cada cual. El caudillito, como siempre, hasta en el dolor saca el ramalazo chulesco y autoritario que vuelve imposible el consuelo y la serenidad. De ese choque de talantes –¡pachuloyó!-, poco bueno parece que se haya de esperar. En Pakistan un ataque a una escuela de misioneros cristianos revela la índole asesina del fanatismo religioso. Hoy la visión de Schröder que aparece, tras las dificultades con las que se presentó ayer, es la pastelidílica de la campaña electoral, esposa incluida y el programa de actos, perdón, de actuaciones. La propuesta fundamental es defender lo que hay, la cera que arde, es decir, o yo o el caos. Y ese es un reto que las sociedades nominalmente democráticas de hoy en día malentienden: gana el y si... que conduce a la sorpresa, a lo que incluso no se desea, y muy a menudo al arrepentimiento. El engañabobos de la ilegalización de B se ha disparado a raíz del silencio de los cómplices de ETA o militantes de la misma en baja intensidad o tono menor, es decir, con el disfraz de la política corriente y moliente, o demoledora. Será una satisfacción de corto vuelo verlos ilegalizados, a la que seguirá un desengaño más profundo cuando continúen los asetasinatos crueles y desesperados, pero en esa lucha habrá ganancias electorales a las que el goppierno no parece dispuesto a renunciar, dado lo que se juega en las próximas elecciones. Los reporteros no han tenido el coraje de resistir la tentación de incluir el lamento de los despolitizados familiares de las víctimas: “¡La niña y mi padre! ¿Qué tendrán que ver?”  A tanto llega el descrédito de la política, a tanto la ignorancia de los alienados por una sociedad diseñada para mantener en el limbo estúpido del consumo compulsivo a los teleindividuos, ninguno de los cuales sería capaz de ver la subterránea pero firme relación que hay entre Gran Hermano y el terrorismo. En el gran bazar de la realidad prensada ha de haber un poco de todo. Con ese gusto inconsciente por la coincidencia, comparece hoy en las páginas de la Revista de Agosto, de la mano sensible y la voz quebrada de Juan Cruz, María Teresa Castells, librera heroica. Lagun, el nombre de su librería significa amigo, compañero, pero en las vascongadas resulta que es nombre muy usado para los perros. A curiosas reflexiones, algunas cipionescas, llevaría ese juego nominal. No podía ser de otro modo: quemar libros es de nazis, y sobran explicaciones. La situación en Uruguay, país chiquito, revela, quizás, una tendencia intervencionista usamericana que abandona los métodos expeditivos de la CIA y recurre a los incontestables del anticipo y el préstamo. De camino, en Uruguay, han condicionado el desarrollo de las sesiones del parlamento, de tal modo que la perspicacia popular hablaba allá de que había nacido el quincuagésimo tercer estado de Usamérica. Y cuando el río de la malicia popular suena... Clonista lleva una semana vacacional sin interesarse por el cine televisado, pero hace un par de días, al llegar a casa tras una jornada ofrecida a la amistad, se dio de bruces con olvidadas escenas de Ikiru, de Kurosawa, y las siguió con el pasmo a que inducen siempre las obras maestras, es decir, se zambulló en la verdadera realidad inadjetivable.

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