lunes, 17 de agosto de 2015

17-6-02

     De nuevo el calor y, en el caso de ayer, El tercer hombre -vista en la grata compañía de un hijo cinéfilo-, le llevan a Clonista, despreocupado de mozalbetes y mozalbetas, a levantarse con una realidad de segunda mano. Si el domingo toda la realidad dio vueltas sobre un césped habitado por 25 protagonistas directos y por ni se sabe cuántos millones y millones de ojos que probaron la incapacidad de la mente para generar la energía suficiente que lograra transformar la realidad, el lunes el sitio estratégico de la realidad lo ocupaba el gran cancerbero hispano, Casillas, de alegórico apellido. La victoria arrolladora de Chirac, cuyo contraste no es la derrota severa de las izquierdas, sino la altísima abstención, anda por ahí, también, pero en muy discreto lugar, cuando es noticia llamativa sobre todas las cosas. El término de moda será el puesto en circulación por Andrés Ortega: la volatilidad del electorado. Clonista, candidato a serios trastornos de las memorias, sostiene -¡nada menos que sostiene...!, ¡qué arrogancia estival, por el amor de Isis!- que el problema es precisamente el cambio drástico sufrido por las memorias colectiva e individual en esta era de la sumisión aborregada y fatalista a la globalización en tanto que proceso hegemónico, en el plano bélico y en el económico, de Usamérica. Resulta casi inconcebible que un sujeto de tan baja catadura moral como quien se ha servido de sus cargos para el lucro personal, como Chirac, se pasee en triunfo por una Francia escindida entre los resignados al mal menor y los desengañados de la propia república. Alemania, cuyo partido conservador, la CDU, perdió las elecciones tras ciertos escándalos económicos de envergadura, le sigue los pasos a Francia y es posible que la tibia izquierdilla que allí gobierna sea desalojada del poder. De poco valen los éxitos económicos, la estabilidad social, el progreso o la mejora indudable del nivel de vida de las clases trabajadoras, la universalización de la enseñanza o la potenciación de la seguridad social si llega cualquier brisilla fascistófila y pone sobre el tapete la gran jugada electoral nacionalista: el miedo y el rechazo al otro. Y ahí se acabó lo que se daba: se desbarata el juego y se entra en el terreno de la supervivencia política. En fin, Clonista asiste perplejo a esos vaivenes electorales que, de rebote, bien podrían llevar a Zapatero a la Moncloa y volver a la situación del 82: la isla de un gobierno socialdemócrata español en un mar de gobiernos derechistas; de igual manera que el caudillito asumió el poder cuando casi toda Europa tenía gobiernos semiprogresistas. A alguna conclusión debería llevar ese llevar tanto la contraria. Los insulares ingleses siempre se han llevado el premio a la excentricidad; pero quizás la peninsularidad imprime aún más carácter que la propia insularidad. El primer ministro que sustituyó a Jospin supone estéticamente volver a los años 50. ¿Habrá triunfado en Europa ese empeño aznariego de retroceder hacia las esencias de la Europa de la ley y el orden, del ordeno, no negocio y mando?  Por la tierra santa de los católicos, árabes y judíos también la realidad marcha hacia atrás en el tiempo: un muro vergonzoso coronado de espinos va creciendo con la voluntad disparatada de ponerle puertas al campo... de concentración. ¿Serán como los muros de Jericó? ¿Caerán por la música? Clonista, inevitablemente, ha leído la noticia con banda sonora: A desalambrar, a desalambrar... Piquetes menos musicales serán, sin duda, los que garanticen que la jornada de huelga general sea un éxito, como en ocasiones anteriores.  Clonista se adhiere voluntariamente, aunque solo sea por dignidad democrática, para protestar contra el caudillitismo retroaznarial del mediocre funcionario; pero nada más fácil, desde el punto de vista sindical, que convertir en un éxito una huelga general, todo sea dicho de paso. La zona menos atractiva de la realidad es precisamente ese forcejeo entre ambas partes, que antes tantos piropos y sonrisas se intercambiaban, acerca de los servicios mínimos. Al final, después de páginas y páginas dedicadas a la heroicidad casi flandesiana futbolística, el lector superviviente y atento puede encontrar un clarificador artículo de Francesc Relea -apellido propiosísimo- en el que se desmenuza el sistema de presión del capital para evitar lo que en modo alguno le conviene, la victoria en Brasil de Lula da Silva. De nuevo hacia el pasado emerge el recuerdo de Allende, la primera bofetada política con que Clonista entró en la vida adulta, donde aún las sigue recibiendo sin haber puesto jamás la otra mejilla, ni maldita la falta que ha hecho. 

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