17-6-02
De nuevo el
calor y, en el caso de ayer, El tercer
hombre -vista en la grata compañía de un hijo cinéfilo-, le llevan a Clonista,
despreocupado de mozalbetes y mozalbetas, a levantarse con una realidad de
segunda mano. Si el domingo toda la realidad dio vueltas sobre un césped
habitado por 25 protagonistas directos y por ni se sabe cuántos millones y
millones de ojos que probaron la incapacidad de la mente para generar la
energía suficiente que lograra transformar la realidad, el lunes el sitio
estratégico de la realidad lo ocupaba el gran cancerbero hispano, Casillas, de
alegórico apellido. La victoria arrolladora de Chirac, cuyo contraste no es la
derrota severa de las izquierdas, sino la altísima abstención, anda por ahí,
también, pero en muy discreto lugar, cuando es noticia llamativa sobre todas
las cosas. El término de moda será el puesto en circulación por Andrés Ortega:
la volatilidad del electorado. Clonista, candidato a serios trastornos de las
memorias, sostiene -¡nada menos que sostiene...!,
¡qué arrogancia estival, por el amor de Isis!- que el problema es precisamente
el cambio drástico sufrido por las memorias colectiva e individual en esta era
de la sumisión aborregada y fatalista a la globalización en tanto que proceso
hegemónico, en el plano bélico y en el económico, de Usamérica. Resulta casi inconcebible
que un sujeto de tan baja catadura moral como quien se ha servido de sus cargos
para el lucro personal, como Chirac, se pasee en triunfo por una Francia
escindida entre los resignados al mal menor y los desengañados de la propia
república. Alemania, cuyo partido conservador, la CDU, perdió las elecciones
tras ciertos escándalos económicos de envergadura, le sigue los pasos a Francia
y es posible que la tibia izquierdilla que allí gobierna sea desalojada del
poder. De poco valen los éxitos económicos, la estabilidad social, el progreso
o la mejora indudable del nivel de vida de las clases trabajadoras, la
universalización de la enseñanza o la potenciación de la seguridad social si
llega cualquier brisilla fascistófila y pone sobre el tapete la gran jugada
electoral nacionalista: el miedo y el rechazo al otro. Y ahí se acabó lo que se
daba: se desbarata el juego y se entra en el terreno de la supervivencia
política. En fin, Clonista asiste perplejo a esos vaivenes electorales que, de
rebote, bien podrían llevar a Zapatero a la Moncloa y volver a la situación del
82: la isla de un gobierno socialdemócrata español en un mar de gobiernos
derechistas; de igual manera que el caudillito asumió el poder cuando casi toda
Europa tenía gobiernos semiprogresistas. A alguna conclusión debería llevar ese
llevar tanto la contraria. Los insulares ingleses siempre se han llevado el
premio a la excentricidad; pero quizás la peninsularidad imprime aún más
carácter que la propia insularidad. El primer ministro que sustituyó a Jospin
supone estéticamente volver a los años 50. ¿Habrá triunfado en Europa ese
empeño aznariego de retroceder hacia las esencias de la Europa de la ley y el
orden, del ordeno, no negocio y mando?
Por la tierra santa de los católicos, árabes y judíos también la
realidad marcha hacia atrás en el tiempo: un muro vergonzoso coronado de
espinos va creciendo con la voluntad disparatada de ponerle puertas al campo...
de concentración. ¿Serán como los muros de Jericó? ¿Caerán por la música? Clonista,
inevitablemente, ha leído la noticia con banda sonora: A desalambrar, a
desalambrar... Piquetes menos musicales serán, sin duda, los que garanticen que
la jornada de huelga general sea un éxito, como en ocasiones anteriores. Clonista se adhiere voluntariamente, aunque
solo sea por dignidad democrática, para protestar contra el caudillitismo
retroaznarial del mediocre funcionario; pero nada más fácil, desde el punto de
vista sindical, que convertir en un éxito una huelga general, todo sea dicho de
paso. La zona menos atractiva de la realidad es precisamente ese forcejeo entre
ambas partes, que antes tantos piropos y sonrisas se intercambiaban, acerca de
los servicios mínimos. Al final, después de páginas y páginas dedicadas a la
heroicidad casi flandesiana futbolística, el lector superviviente y atento
puede encontrar un clarificador artículo de Francesc Relea -apellido
propiosísimo- en el que se desmenuza el sistema de presión del capital para
evitar lo que en modo alguno le conviene, la victoria en Brasil de Lula da
Silva. De nuevo hacia el pasado emerge el recuerdo de Allende, la primera
bofetada política con que Clonista entró en la vida adulta, donde aún las sigue
recibiendo sin haber puesto jamás la otra mejilla, ni maldita la falta que ha
hecho.
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