9-6-02
De nuevo a deshoras, tras una extraña
mezcla de celebración y estado de alerta durante todo el día de ayer:
aniversario de la hija y estancia en la unidad de reanimación del progenitor.
De espaldas a la realidad prensada hasta la caída de la noche, cayó el cuerpo
en el cuerpo y en el sueño reparador y ahora mismo Clonista ve el ejemplar de
ayer y le sigue pareciendo nuevo, a pesar de haber descubierto en él realidades
que no se han fijado en su memoria. Ese vaciado es imprescindible para poder
enfrentarse a la realidad prensada del día siguiente. De otro modo no habría
posibilidad de renovar el pacto con los alrededores del yo, los próximos y los
lejanos. Los domingos suelen ser días de declaraciones y de bravatas, porque
escribir que lo es de reflexiones podría considerarse una ironía malévola. Y
los malevos al tango, siempre. En esta clónica cabe el rehacimiento, es decir, el rehacinamiento, porque más que obra de
creación lo es esta clónica de acopio.
Que todo, además, se vaya sumando en su columna correspondiente no garantiza,
sin embargo, un resultado final congruente. Antes bien, la heterogeneidad se
infiltra con un descaro asombroso y desconcierta cualquier cuenta y cuento de
esa realidad que Clonista a veces cree ver con nitidez absoluta y otras intuye
desde la fantasmagorizante agnosia. El concepto suceso, toda una categoría dentro de la realidad prensada, tiende a
desfigurar la contemplación de la misma, de modo que, más allá de él, no parece
existir otra realidad, aun a pesar de que a muchas de esas realidades les
cueste abrirse paso hasta la recreación del lector, o del Clonista. Tal sucede,
por ejemplo, con los inmigrantes Kurdos arrojados al mar y que perecieron
ahogados. En ningún caso se indica en el breve que el barco desde el que fueron
lanzados haya sido abordado por autoridad ninguna para juzgar a su tripulación
y a su propietario. Que el negocio del tráfico de esclavos haya renacido en el
siglo XXI expresa bien a las claras muchos fracasos humanos. Sin duda ese juego
de claroscuros, lo deleznable y lo sublime, civilización y barbarie, sea, como
lo definía Gabriel Jackson, el rasgo identificador no solo del siglo XX, sino
de la propia especie humana. Hoy le toca el turno de tribuna -perdón, de
vitrina- a la situación de los campesinos pobres mejicanos. Bien podía tocarles
a los pobres argentinos, empujados al consumo de ratas, entre otras delicias.
Entre el debate del domingo sobre la dimisión del Papa y el anuncio de nuevas
pastorales que sirvan de forraje a los medios
que se enteran con tanta sotana
parlanchina, tiene la realidad prensada un tufo a sacristía cerrada que bien
pudiera ser pertinente una pasada de botafumeiro para apagar agresiones
hedentes y pulsos políticos desiguales entre quienes hablan en nombre del
pueblo -de una parte al menos- y quienes lo hacen en nombre de su ficción, que
vale casi tanto como su facción. Mientras, Aznar se envuelve en el trapo
simbólico y, hecho una Aznarustina de Toledo, llama a la resistencia contra la
antiespaña que, surgida de la Revolución Francesa, amenaza su poder absoluto de
mayoría absoluta, el mismo desde el que ha celebrado un baile de puesta de
largo para intentar captar un microgramo de la popularidad y el respeto
democrático atribuíbles a Adolfo Suárez, padre, quien, lo recuerda
perfectamente el clonista, se lo ganó a pulso en la pradera solitaria de su
aventura romántica a través del CDS: desde la antipatía y el rechazo visceral
que suscitaba, en oposición a la buena estrella de Felipe González, quien llegó
al poder como un mesías republicano, el ahora Duque, y entonces dizque, fue
ganándose incluso la admiración de sus antaño enemigos denostadores. Lo último
no borra, con todo, los serios tropiezos de una timorata obra de componendas,
más que de gobierno, y de incompetentes profesionales, tipo Cavero, Rof, et sic
de caetaris. Quizás tanta banderita tu eres gualda -y roja porque no hay más
remedio, pero el cacumen absoluto de Aznar ya le anda dando vueltas a la
posibilidad de cambiarlo por el azul, además de buscarle letra al himno
nacional (se supone que a cargo de un poeta paniaguado a quien los derechos de
autor le pongan una finquita de recreo donde seguir inspirándose, que esa es la
especialidad política del Presidente del goppierno: forrar a los amigos)- le
sirva al Presidente para torear, como lo han hecho ya sus subalternos, el
informe de la ONU sobre los malos tratos a los niños inmigrantes en España. A
juzgar por cómo los trata la Generalidad de Cataluña, es decir, sin tratarlos,
no es difícil pensar que cualquier otra acción de desgobierno suponga lo que el
informe de la ONU describe. En cualquier caso, cerrar los ojos a la realidad,
esa suerte de tancredismo temerario, las imprecaciones a la virgen de Lurdes, y
tres vallas puestas al campo, constituyen una política condenada al fracaso.
Días atrás se veía el esmero con el que los israelíes levantaban un muro de
cemento para aislar no recuerdo bien qué población palestina, y a los pocos
días, los obreros tenían que hacer un paro para llorar por las víctimas de un
nuevo atentado suicida. ¡Qué tentación la de los muros! La especie humana se ha
pasado media vida construyéndolos, atacándolos, derribándolos, rehaciéndolos y
vuelta a empezar. Y aún le queda la otra media. A Clonista le ha llamado la
atención, por motivos particulares, el artículo de Argullol sobre la galería de
retratos de Avedon (Avendon para el articulista, ¿por cruce con Avon que le ha
llamado a la puerta?) y, sobre todo, la conclusión: “esculturas fantasmales,
llamas petrificadas, auras robadas”. En resumen: poesía para tratar de expresar
lo inefable, que la impresión producida por esos retratos no admite
explicación. Argullol, como le pasó a Clonista, se ha quedado, como una torpe
babosa, enganchado a la luz matizada y explosiva que sirve de pátina y, al
tiempo, de contraste, porque desde ella parece emerger el retratado con una
verdad que sólo consigue la ficción. Pues eso. Frente a esos retratos
psicológicos -sin necesidad de tantas zarandajas como las del exhibicionista
Schommer-, ¿cómo es posible descender
a comentar si el tunecino Esteve dice o deja de decir?, ¿o si la autocrítica
maragalliana es o no es la maragallada con que, no sin ingenio no cubano,
tienden a cortarle la hierba -y si pueden los pies- los felpudos del partido
goppernante? Cuesta, ciertamente.
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