5-1-02
Hundido,
aún, en la devastación febril, el cuerpo impone su destemplanza y toda la
realidad está como sobrecalentada. Reyes Magos e ilusionismo para adoctrinar a
los esclavos, desde infantes, en la esperanza redentora. Reducida, a última
hora, la realidad a la máquina mágica del salón: un hombrecillo de blanco,
calvo y alto, electriza con suela de imán a cuatro defensas para empalmar un
disparo de zurda que borda la otra ilusión, la adulta.
6-1-02
Medio
desaparecido en el febril combate. Un estallido de consumo lo salpica todo de
forzada alegría y disimulada indignación. 37'7 parece el precio en euros de una
película borrosa en la que los descamisados argentinos y la tensión
indo-paquistaní se mezclan con los envoltorios desgarrados y los ajustes de
cuentas hechos en las juguetecas domiciliarias con la excusa de la festividad.
7-1-02
Vencido
y derrotado el ejército febril, las secuelas debilitadoras de la acción de los
antibióticos aún disfrazan la realidad de aventura soñada. Ha corrido el
clonista como si fuera flotando, pérdida de quilos incluida. Ha comprado como
en estado de gracia o con la gracia de un estado de opereta con dinero de
ludoteca infantil. La memoria inmediata se resiente y del mundo impreso salta a
la realidad del último día de vacaciones apenas la promesa de una película
olvidada, Detour, de Edgar G. Ulmer;
la rabieta representativa de Berlusconi, cada vez más Ducesconi; la imagen del
primer ministro de Afganistán, a quien, tal como aparece en la fotografía, le
impedirían la entrada en cualquier establecimiento comercial occidental, o bien
lo someterían a estrecha vigilancia de la seguridad privada del local en
cuestión; y, finalmente, la quiebra de Enron y la ruina de miles de sus
empleados cuyos planes de jubilación estaban participados por la compañía. ¡Qué
vértigo, el del paso inmóvil del tiempo! ¿Dónde está y cómo se describe la
realidad, si es que existe, de las horas dedicadas a preparar los macarrones,
recoger la ropa tendida, organizar la mesa de trabajo, preparar el
lavavajillas, instalar el nuevo vídeo, etc.? ¿Cada uno de esos minutos los ha
habitado anestesiado, ciego, mudo y sordo? ¿Y no habrá antídoto contra las
preguntas mediocres? Lo que hay son, sin duda, proyectos imposibles, y éste de
la Clónica tal vez lo sea. Insista, pues, al menos durante lo que su
desfachatez -que es la auténtica obra del tiempo sobre su persona- se lo permita, el Clonista.
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