lunes, 2 de marzo de 2015

     5-1-02
            Hundido, aún, en la devastación febril, el cuerpo impone su destemplanza y toda la realidad está como sobrecalentada. Reyes Magos e ilusionismo para adoctrinar a los esclavos, desde infantes, en la esperanza redentora. Reducida, a última hora, la realidad a la máquina mágica del salón: un hombrecillo de blanco, calvo y alto, electriza con suela de imán a cuatro defensas para empalmar un disparo de zurda que borda la otra ilusión, la adulta.

            6-1-02
            Medio desaparecido en el febril combate. Un estallido de consumo lo salpica todo de forzada alegría y disimulada indignación. 37'7 parece el precio en euros de una película borrosa en la que los descamisados argentinos y la tensión indo-paquistaní se mezclan con los envoltorios desgarrados y los ajustes de cuentas hechos en las juguetecas domiciliarias con la excusa de la festividad.

            7-1-02

            Vencido y derrotado el ejército febril, las secuelas debilitadoras de la acción de los antibióticos aún disfrazan la realidad de aventura soñada. Ha corrido el clonista como si fuera flotando, pérdida de quilos incluida. Ha comprado como en estado de gracia o con la gracia de un estado de opereta con dinero de ludoteca infantil. La memoria inmediata se resiente y del mundo impreso salta a la realidad del último día de vacaciones apenas la promesa de una película olvidada, Detour, de Edgar G. Ulmer; la rabieta representativa de Berlusconi, cada vez más Ducesconi; la imagen del primer ministro de Afganistán, a quien, tal como aparece en la fotografía, le impedirían la entrada en cualquier establecimiento comercial occidental, o bien lo someterían a estrecha vigilancia de la seguridad privada del local en cuestión; y, finalmente, la quiebra de Enron y la ruina de miles de sus empleados cuyos planes de jubilación estaban participados por la compañía. ¡Qué vértigo, el del paso inmóvil del tiempo! ¿Dónde está y cómo se describe la realidad, si es que existe, de las horas dedicadas a preparar los macarrones, recoger la ropa tendida, organizar la mesa de trabajo, preparar el lavavajillas, instalar el nuevo vídeo, etc.? ¿Cada uno de esos minutos los ha habitado anestesiado, ciego, mudo y sordo? ¿Y no habrá antídoto contra las preguntas mediocres? Lo que hay son, sin duda, proyectos imposibles, y éste de la Clónica tal vez lo sea. Insista, pues, al menos durante lo que su desfachatez -que es la auténtica obra del tiempo sobre su persona-  se lo permita, el Clonista.

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