2-3-02
Es
tradicional pensar en la realidad como un lugar, el antiguo “ahí” del “está
ahí” que señoreó los usos coloquiales y articulados de la reflexión poco tiempo
después de la concesión de la democracia -en lenguaje políticamente correcto
sería “después de la conquista de la democracia”; pero ser Clonista ignaro,
poco o nada avisado y, en punto a la reflexión, tan romo como la propia palabra
lo representa, no significa que haya de ser necesariamente un ingenuo de tomo y
lomo-; y por eso nos sorprende, cuando nos damos cuenta de ello, su carácter
dinámico: la realidad se escapa de nuestras manos casi con tanta rapidez como
el tiempo. No se trata de que se transforme, sino de que desaparece. La
capacidad de retentiva de Clonista es mínima, lo cual es un impedimento notable
para desarrollar su labor, puesto que hablar de clónica equivale a hablar de
memoria, tanto en su sentido de archivo como en el de prospección y como, sobre
todo, en el de creación. Por este último sendero, el de la auténtica
desrealización imaginativa, es por el que nos es más fácil transitar a todos,
en parte porque es una exigencia de los medios de comunicación a las masas: ni
siquiera lo explícito es capaz de detener la proyección imaginativa con que
hozamos y nos defendemos de lo real. Sí, reconocer la realidad es en gran
medida defenderse de ella. El carácter fugaz de la misma tiende a dejarnos
huérfanos de espacio y, por lo mismo, nos empuja a tratar de retenerla, de
inmovilizarla. Qué jirones de la realidad acaben conformando la de cada uno es
el desafío de cada cual, porque, al final, la convención común cae del lado de
los juegos de poder y se revela como una ficción más cercana a la propaganda
que a la imposible verdad. Clonista teme haberse perdido: esto es lo que tiene
meterse en vericuetos para los que no se lleva el calzado adecuado ni se tiene
la preparación física necesaria. Más sencillo es comprobar cómo el nepotismo
pujoliano acaba saliendo a la luz, que los capitalistas se robaban unos a otros
-infelices-, cobrando intereses del 300% con los que sólo unos cuantos de ellos
veían engrosar sus cuentas paradisíacas, o que los obispos españoles propongan
la canonización de Isabel la Católica, la patrona de la limpieza étnica, cuya
fiesta pondrían en el recuperable día de la raza, se supone. Pero el día de hoy
tiene un suplemento de realidad que le ha tocado muy de cerca: el arte del
aforismo, a propósito de un libro de tales publicado por Cristóbal Serra. Eco,
versado y poético, cataloga (y dialoga con) la historia del aforismo, amplísimo
terreno de miniaturas. Se echan de menos las raíces egipcias, judías y griegas
de los aforismos, pero un suplemento literario es lo que ha de ser: una
invitación al descubrimiento, y poco más. Con una costilla contusionada por un
golpe contra la mesa de mármol cuando, en escorzo imposible, besaba Clonista a
su señora, la simple respiración indica ya el centro de interés de lo real. Si
sumamos un entrenamiento bajo la lluvia intensa, por poética que resulte la
imagen del corredor de fondo dando vueltas a una encharcada pista solitaria de
atletismo, el resultado es un desfallecimiento que aleja lo real a una
distancia rayana en la inverosimilitud. Por eso la fotografía del
flequiministril Cabanillas bien puede ser lo que parece decir: “¡y cómo coño
voy a saber yo por qué a ustedes les va tan mal en la vida!, ¡y a mí qué
hostias me importa! No me lo explico, además, porque la voz que porto va a misa
y es la buena nueva: en España emppieza a amanecer: ¡Aznar, Aznar, Aznar!,
dicho sea como preámbulo gestatorio y bajo palio, en reconocimiento, todo hay
que decirlo sí, de una evidencia histérica, digo histórica.” Ayer, en un
capítulo del libro de Manguel, la realidad dobló su apuesta y venció: en l977
los militares argentinos contrataron a la empresa usamericana de relaciones
públicas Burson-Marsteller para conseguir girar la opinión pública de su país y
del mundo respecto del exterminio sistemático de ciudadanos argentinos que
llevaron a cabo durante una de las dictaduras militares más atroces que ha
sufrido el continente americano. El propagandista de lujo que encontraron, más
de veinte años después, fue nada menos que Vargas Llosa, antiguo filoizquierdista
y actual neoliberal sin complejos. O sea, que la afición a reescribir la
Historia no es sólo estalinista, por supuesto; aunque la existencia misma de la
Historia, como disciplina humanística exenta de la Literatura, resulta en
nuestros días algo tan risible como el carácter científico de la Economía. Ya
decían bien, ya, cuando a López Rega lo llamaban los sufridos argentinos, con
intuición esclarecedora, El Brujo. Ricardo Piglia, también argentino, advierte,
además, que la literatura se opone a la realidad. Con eso se cierra un pequeño
bucle que ha marcado el día de hoy de manera vertiginosa. Justo al lado, en
columna discreta, porque debe de ser de buena educación mediática, se airea el
pasado “oscuro” de Pablo Iglesias: un padre demente a causa del alcohol y de la
sífilis y una hermana prostituta. ¿No es de novela, eso que se opone a la
realidad? McCourt sabe de qué va. Clonista se ve cada día que pasa más vecino
de la literatura, un poco con un pie aquí en, la clónica, y otro poco con el
otro allá, en la fábula.
De la clónica a la fábula media la esdrújula realidad, en efecto, y no hay manera de poder fijarla en el tiempo, que no sea atraparla inútilmente en una jaula de la que acabará escapándose como un Godzilla furioso. El pulso reflexivo del intelector es una minoría que no puede enfrentarse a la vorágine consumista del chisme mediático. Para eso estamos también, Juan, procurando que ese paso de la realidad a la ficción sea digerible y hasta bello.
ResponderEliminarUn abrazo.
Manolo
Que no es poca procuración, la verdad... Se trata, el de la clónica, de un combate en el que uno se mete, sabiendo que va a salir vencido y batido,molido, como si las aspas del molino le volteasen ciento y una veces hasta perder incluso el sentido de la orientación...
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