lunes, 11 de mayo de 2015

12-3-02

     De nuevo perdiendo el aliento tras la realidad que, en esta ocasión, y sorprendentemente, sí que se ha revestido de la novedad, pues a lo largo del cortísimo día Clonista no tuvo ocasión de hojear diario alguno, oír radio alguna ni comentar con nadie el relleno de la actualidad. Lo habitual es que, hecho el repaso al edificio de la realidad, recorridos sus pisos jerárquicos, Clonista salga a la calle con la mente en blanco y los ojos ciegos, abstraído en lo trivial; pero ayer se quedó intacto, y hoy se mete en él con la absurda esperanza de que el pasado irreversible pudiera ser capaz de modificar el presente de un hoy que se ha levantado con la sangrienta música de los tambores de guerra que no cesan en Palestina e Israel, como tampoco cesan en Chechenia, Afganistán o en tantos otros sitios que no recoge la imprenta selecta de las empresas de comunicación. Eso sí, la foto marcial del Emperador de Occidente, un niño jugando a la guerra, es un icono que mete espanto en el cuerpo y el alma del más pintado, y ni siquiera el recuerdo de los atentados contra las Torres Gemelas reduce el desasosiego que produce la vehemencia infantil con que alguien, inspirado por Dios, se dispone a aplicar la venganza. Todo demasiado humano, que es la parte de la realidad más endeble e inverosímil, de puro cierta. Paso a paso, Sharon va convirtiendo a Israel en un régimen poco o nada distinto de aquel que acabó con millones de judíos y cuya legitimidad democrática nadie quiso poner en duda. Resulta duro aceptar que no haya surgido ya un movimiento ciudadano que se oponga al terror. En las vascongadas surgió y desapareció, tras el asesinato de Blanco, en un abrir y cerrar de ojos, sobre todo lo segundo. A su modo, la guerra entre palestinos e israelíes tiene mucho de guerra civil. Ése es el poder de la sangre: imanta y fuerza a decantarse. El sistema educativo, en el que Clonista es una pieza mal engrasada, sigue estando en el primer plano de la realidad, con ese ímpetu modelador que debería tener y no tiene. Lo que observa Clonista es la facilidad con que se puede caer en la demagogia por disputas marrulleras de quítame allá esos votos, además del supino despiste, no sé si malévola o ignaramente mantenido, con que se aventuran unos y otros en este mundo no tan difícil, en el fondo, del tradicional desasnamiento. ¡Allá todos! Entre los padres dimisionarios, los políticos incompetentes y los profesores desengañados lo milagroso es que el sistema no sólo funcione, sino que incluso haya algunos miembros de las sucesivas generaciones de estudiantes que despunten. Si se comenzara por reconocer que se aprende "a pesar de la escuela", ¿no serían todos los análisis más sencillos? La experiencia individual es irrelevante, si de proyectos colectivos hablamos, pero es evidente que las salvaciones sólo son individuales. La eurocumbre, y está bien bautizada, porque sólo hablaran del dinero y sus disfraces, se ha convertido, al menos aquí en Barcelona, en la expresión máxima de la distancia entre el pueblo y sus representantes. Aznar ha escogido el camino de la bunquerización y ha invitado a sus colegas a "concentrarse", en vez de a reunirse, tras las alambradas que les aíslan de la realidad que ellos dictan a golpe de BOE y de decreto-ley. Desde su gueto dirigente, y al margen de los CIS de turno, ¿qué visión de la realidad pueden llegar a tener quienes acaban siempre dominados por el complejo de la Moncloa, el Elíseo, Downing Street, etc? El autoritarismo galopante, con todo, no impide que la inseguridad ciudadana -un típico asunto electoral de derechas- haya crecido y amenace convertirse, tras la polémica educación -¡la otra prisión!- en una cuestión prioritaria en la próxima contienda electoral. Jospin la definió como la primera injusticia, y quizás no andaba equivocado. Y allá vamos nosotros, al rebufo de Francia, como casi siempre que se quiere ir bien, que no a más. El ir a más popular era a más control, más despotismo, más cautividad de los medios, más dominio de las empresas, más familiares colocados, más jueces asustados, más sumisión del Fiscal General del Gobierno -¡si es que cabe!-...; en fin, un bonito panorama que Leguina denuncia con brío y reflejos. Escapa a la tónica habitual de las sentencias judiciales -auténtico museo de los horrores, sobre todo cuando anda la violencia contra las mujeres de por medio- la pena de tres años de prisión sentenciada contra un conductor imprudente que, en un adelantamiento homicida, se llevó por delante la vida del conductor con quien chocó frontalmente. Igual que hay asesinos con una pistola pitbull, los hay con un volante, una palanca de cambio de marchas y un acelerador. El pitbull que mordió frenéticamente a un hombre de 82 años, a quien se le tuvieron que amputar ambos brazos, ni está censado, ni, en Asturias, donde ocurrió el suceso, hay ninguna ley sobre tenencia de perros manifiestamente peligrosos. El final de la televisiva Operación Triunfo -de la que Clonista sólo sabe lo que su fuente mediática le ha dosificado- demuestra cada vez con mayor rigor de qué manera la realidad se ha vuelto, desde hace tiempo, una realidad encajada y atontada, una realidad vicaria que viven las gentes -Clonista se excluye por la única razón de no frecuentar la programación televisiva- con un entusiasmo alienado que da gusto verlo desde las posiciones gubernamentales, de ahí que se apresuraran, en su momento, a sostener que el programa defendía los "valores" del Partido goppernante. Clonista, frecuentador de la letra impresa, bien podía haber escogido levantar esta acta coja del año 2 desde la información recibida a través de la televisión, pero el  mimo con que trata su resquebrajada salud mental se lo ha impedido. ¿Se entiende, no?

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