31-8-02
Por una de
esas jugadas malévolas de la informática, a Clonista se le ha borrado la
clónica mediada del presente día, cuando había hecho un derroche de
imaginación, paciencia y piedad sincera. Decía en el anterior principio que a
día de hoy, un sábado plácido y lluvioso en la propia casa, de la que llevaba
descasado más de un mes, y dado su compromiso, no disponía de la libertad
suficiente para tomar una decisión que sólo ha conseguido aplacar hasta el uno
de enero de dos mil tres. Y decía que aplacar
era una errata evidente, pero que la dejaba porque era bastante más fiel a la
realidad de su estado emocional y psicológico que el vulgar aplazar. Curiosa
situación, la de rehacer lo hecho durante casi una hora de atención a la
realidad prensada. Pues a ello. Desde la primera plana, Clonista ya se percató
de que lo más cansado de su aventura no es la atención constante a la realidad,
sino el hecho de saber que ésta no es más que un engaño contra el que Clonista,
como cualquiera, se ha de precaver. Ahí estaba para demostrarlo la práctica
usamericana de subvencionar a sus empresas para exportar más y mejor, esto es,
a precios contra los que resulte imposible competir. Un tribunal de la
Organización Mundial de Comercio ha fallado contra Usamérica y ha autorizado a
Europa a imponer sanciones de hasta 4000 millones de euros. Lo sorprendente es
que Europa no se anime a imponer la totalidad de la sanción. Tratándose del
comercio ya se vio ayer que los criterios se relajan hasta lo inverosímil. Más
engaño seguía siendo, por ejemplo, el que a los trabajadores de larga duración
y ningún futuro en la Italia meridional se les llame “socialmente útiles” para
darles la caridad de unos 400 euros mensuales. Uno de ellos, con seis hijos,
decidió quemarse a lo bonzo en el patio de su ayuntamiento. En el primer mitin
electoral argentino, el efímero presidente Rodríguez Saá, que le cogió, perdón,
que le tomó gustito al puesto y quiere repetir, se leyó la adhesión
telegramática y bolivariana de Hugo Chávez: el Luna Park bonaerense se vino
abajo. Y eso que ya han tocado fondo. Hastiado de la realidad repetitiva de la
ilegalización de B, machacona hasta decir basta, sólo le faltaba a Clonista que
Arzalluz se subiera al púlpito –porque él no sabe hablar a la altura de los
demás mortales, mirándoles a los ojos, sino sobre ellos, imponiéndose– y se
empeñara en iluminar las tinieblas de sus recioraciales seguidores. Excesivo
para cualquiera, se lea como se lea. Tras una entrevista con su homólogo
británico, Palacio se ha puesto chespiriana y ha optado, desde Elsinor, por la
vía hamlética de la duda sobre el futuro de Gibraltar, en vez de piquear unas
esperanzas de reincoporación al suelo patrio inminentes. El caudillito va
picando aquí y allá para ver dónde halla algo que le permita pasar a los libros
de Historia de España por algo más que por su afición al déficit cero y a
rendir pleitesía a los poderes fácticos, amén de por su genialoide sentido del
humor, claro está; en vista de que lo de pasar a la Historia de la literatura
española anda algo más que crudo, poéticamente hablando. La Junta de Andalucía
ha sufrido un buen varapalo judicial por pecar de alarmista y paternalista. Los
dos padres que han conseguido la devolución de su hija, tras ser acusados de
maltratarla, cuando en realidad se cayó, han denunciado al médico que alertó
sobre los posibles malos tratos y a la Junta que no creyó ni a la niña ni a los
padres. El exceso de celo puede provocar situaciones dramáticas, pero Clonista
desconfía de que la justicia repare el daño sufrido por los padres. Ya se verá.
La realidad prensada insiste tanto sobre esas situaciones violentas que quizás
las autoridades prefieran pasarse que no llegar, para no ser acusadas de negligentes.
Los esfuerzos de Vivendi, vendiendo esto y lo otro y lo de más allá para
sobrevivir le recuerdan a Clonista los lejanos tiempos de su infancia y las
partidas de Palé, cuando pasaban su exorbitante
factura aquellas estancias hoteleras en la calle de Alcalá, por ejemplo,
y tenía uno que deshacerse de excelentes propiedades para no ser echado del
juego. El Rummikub no es tan cruel, aunque sí igual de decepcionante, como
siempre que el azar tiene un peso excesivo en el desarrollo del juego.
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