martes, 17 de marzo de 2015

22-1-02

            Es curioso el funcionamiento de la memoria y la selección de realidad que efectúa. Lleva el Clonista todo el día de hoy acordándose de dos noticias pasadas: la muerte accidental de la hija de un alpinista renombradísimo tras haberla levantado de su cuna y haberla agitado violentamente porque no le dejaba conciliar el sueño ni la desventurada criatura dejaba de llorar: síndrome del bebé agitado, se llama esa realidad cuyo dramatismo hiela la sangre a quienes como el Clonista han la tensión de soportar esas terribles noches insomnes acompañadas de llantos y llamadas desesperadas causadas por miedos atávicos. La otra noticia es la desaparición de Gregorio Fuentes, el pescador cubano en quien se inspiró Hemingway para escribir El viejo y el mar. Y no sé qué me sorprendió más, la muerte de un protagonista absolutamente ajeno a la creación verbal del autor americano, mero pretexto, o la edad a la que falleció: 104 años. Ese tiempo va a necesitar el Clonista para poder desquitarse de los mordiscos que le da el tiempo en estos de la crianza de la prole. Y no dice más, aun pudiendo. La sensación constante de ver alejarse a la vida con su séquito de acciones y conocimientos evanescentes. La imposibilidad de tener una visión ordenada y nítida de la realidad se debe, en parte, al síndrome Stendhal aplicado a las noticias: el exceso de información consigue un efecto no deseado: que el sujeto nivele a la baja de la indiferencia la compleja vida que le ofrecen las historias de toda suerte que le llegan a través de la prensa. Pongamos, por ejemplo, la muerte de Marsillach, tan próxima a la del Nobel a quien El País se encarga de no dejar dormir tranquilo, o mejor dicho, a su desconsolada viuda. El fantasma del pasado, o mejor dicho otra vez, la “fantasma” del pasado se yergue con absoluta y ejemplar dignidad frente a otros espectáculos como el secuestro político del entierro. En fin. Marsillach es realidad de la propia vida del Clonista, pues lo vio en dos funciones que marcaron bastante el mundo teatral de este país: Tartufo y Sócrates. No resultaba una persona entrañable, ni siquiera accesible, pero tenía su puntito de ironía y mantuvo una posición ideológica que salvaba esa barrera de distancia que flotaba alrededor de su persona como un halo. Va de muertes, este año capicúa, desde luego. Y alguna política, como la de Pujol, que lanzó un zarpazo a su sustituto arturapolíneo para que se entere de cómo las gastan los animales heridos. Minucias de la farsa política. Como las protestas blandengues del melifluo y bienintencionado Zapatero. ¿Hay algo más alejado de la realidad que la vida política, esa sección fantasmagórica y colegial? Y es ella quien determina buena parte de la vida cotidiana de cada uno de nosotros. Vivir de espaldas a ella es vivir sodomizado por ella, ignorándolo, como ignoró la Virgen su preñez redentora. Aún el eco del suceso antiguo, porque suena a crónica de El Caso, estremece en los sórdidos detalles del asesinato. Chivos expiatorios del inaccesible asesinato del marido, fueron las débiles criaturas a quienes en mitad de la noche su madre, armada con el cable del cargador del móvil, estranguló. Uno de ellos forcejeó lo que pudo y dejó la marca de sus uñas en el rostro de la fiera. Si llegaron a verla, y más allá de la necesidad de respirar que los empujaría a resistir entre convulsiones, ¿qué pudieron llegar a entender antes de expirar?, ¿qué confusión no les heló el humor vítreo y les dejó en la garganta un ma… sin la dulce redundancia? Ya está cumplida la venganza. La vida ya está deshecha. La realidad se ha impuesto con sus signos y sus actos incomprensibles. Ni ella, ni el marido, ni el hijo mayor saben hoy que exista ninguna realidad con sentido. Ni ninguno de nosotros, catárticos espectadores de la tragedia primitiva.

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