miércoles, 20 de mayo de 2015

22-3-02

     La respuesta democrática de los grandes partidos es buscar legal y constitucionalmente la ilegalidad de quienes se amparan en la democracia para acabar con ella. Arzalluz  -arúspice máximo del nacionalismo vascongado, sibila todopoderosa y político de cuya cabeza no cuelga ninguna diana, de ahí su diáfana verborrea mamporrera-  dice que no se puede dejar sin representación política a los votantes de Batasuna, que es una barbaridad. Lo bueno de Arzalluz es que sus mensajes son tan claros como su Rh y de una lógica muy similar a la de los benditos que dieron pie específico en origen a la clasificación sanguínea. Pero ahí sigue, terne. A Javier Rojo se le subieron los arrestos y marcó una senda transitable e inexplorada ya abierta en su día cuando a votantes batasunos les hicieron el vacío comercial en las tiendas de su propiedad. Aprobar la sangre no puede salir gratis, y hay votos que son balas y cargas explosivas y bombas lapa, ¿o aquello del silencio cómplice se ha inventado ayer?, ¿o no se ha otorgado siempre al callar? Votar, sin embargo, es hablar muy claro. Clonista lamenta el arrebato y se disculpa, porque en su intención primitiva no figuraba ni remotamente la posibilidad de intentar sustituir a los tribunos de la plebe o del púlpito. Mejor se reincopora a su clónica, establece sus límites y se afana en sacar, lo mejor posible, la clónica de la realidad del día. Lo indicado, hoy, pues, es comenzar por el final, donde Millás también escoge la realidad como motivo central de su columna. A Clonista le sabe mal la coincidencia porque no quisiera estar escribiendo nada que siguiera una moda o que pudiera trivializarse mediante el humor socarrón. Más coincidencias: repasando los aforismos del Lucidario de  Luis Valdesueiro, Clonista ha encontrado una declaración de principios que no puede obviar: SOSPECHO que no le falta razón a Clément Rosset: aceptar lo real, con todas sus consecuencias, es tarea que desborda nuestras capacidades. Así pues, no es extraño que caigamos víctimas de la ilusión, esa percepción inútil, ese dejar a un lado lo real para vivir como si lo real no existiera. La ilusión nos permite vivir las cosas como si fueran distintas de su ser, es decir, siendo como suponemos (o queremos suponer) que son. El iluso ve, pero acto seguido mira hacia otro lado. En nuestra lengua, la ilusión es, además, apetencia esperanzada de algo. Tener ilusión significa, entonces, creer que los actos sellarán nuestros deseos. Ya no se trata de soslayar lo real, sino de anticiparlo. ¿Y dónde anida la desilusión? En que las cosas terminan siendo lo que son -pura realidad-, ajenas a nuestro deseo. Sentimos, entonces, que el pérfido destino nos ha herido con traición. El argumento de la tragedia se basa en que nadie escapa a su destino, a lo real, ya que lo real es nuestro único destino real.  He ahí una hermosa síntesis de la pasión inútil que mantiene a Clonista contra viento y marea, con ademán de lobo marino que desafía a la bestia de la desilusión, al timón de esta travesía no exenta de adversidades. Casi todos los esfuerzos inútiles tienen una belleza difícil de ser apreciada, pero arrebatadora cuando se la descubre. En esa ilusión bifronte permanece. Los casi sesenta años de paz en el núcleo duro del continente europeo nos hacen contemplar los enfrentamientos periféricos como una anomalía, cuando son la manifestación más humana posible. Quizás por esa razón la realidad levantada sobre esas muertes continuas, sobre esas víctimas casi exóticas, cae del lado de lo escénico. Por estos lares (popu) el gobierno sigue maniobrando para copar la dirección de la justicia y las salas donde podría decidirse sobre la responsabilidad de los ministros amenazados. A la justicia su sondeo la aprobaba; el clamor unánime del pueblo -manifestado en otros sondeos- la suspende. El alcalde de Jerez dijo que la Justicia era un cachondeo. La frase ha quedado en los anales políticos, y los jueces parecen empeñados en querer confirmarla un día sí y al otro también. A veces Clonista siente la profunda vergüenza de estar atreviéndose con un despropósito que se reviste de insolencia, siendo un insensato atrevimiento. En todo caso, aquí sigue, amarrado a ese continuo, en unas ocasiones difuso, en otras nítido, de la realidad. ¿No resulta bien patética, en la escena de esa realidad de mil hilos de la vuelta de la trama, la "comprensión" del Papa -en España Ppappa- hacia los sacerdotes pederastas condenados urbi et orbi, echándole las culpas al "libertinaje sexual que se ha creado en el mundo"? ¿Cómo iban a poder controlar los pobrecitos el desasosiego de su virilidad? ¡Ni que fueran santos! La palabra se complementa con la imagen teatral, de teatro de marionetas, de un Papa exprimido y agonizante que, una de dos, o está tan compenetrado con el poder que solo la muerte lo separará de él, o no le dejan permitirse el júbilo de la jubilación en ese mundo tan oscuro del opaco Vaticano. He ahí una diminuta realidad que, inadvertida en la página, abrirá las de muchas vidas a un futuro insospechado y lleno de posibles alicientes: los taxis podrán compartirse. Clonista lo vivió en Nueva York, en 1980, y asistió, en el curso de un trayecto, a la posibilidad de un cambio de trabajo del taxista, pues uno de los viajeros parecía dispuesto, después de su breve pero animada charla, a contratarlo. Por supuesto, las otras posibilidades, incluidas las relaciones humanas, verán abrirse a sus pies un espacio tan reducido como prometedor. Al lado de esa noticia, el cuadernillo económico palidece como un museo de cera en Afganistán. Los dineros mueven el mundo, pero ¿también la realidad? ¿Son la realidad los dineros? Clonista no se pronuncia. Ni se inclina. En el juego de las grandes y las pequeñas realidades, el mundo de las altas esferas y el de las pequeñas cosas, Clonista -aun a pesar de su acusada (y acusadora) ingenuidad- sabe que hay cierto margen para la creatividad. O llamémosle X.

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