jueves, 18 de junio de 2015

18-4-02

     Clonista entiende que estos paseos cotidianos por el “escenario” de las realidades, ya que no su esencia, siempre tan misteriosa, tienen algo de voyeurismo impertinente o de penoso turisteo pseudocultural, expuesto, además, al mal de Stendhal, tan Florentino. Los vértigos, mal de cervicales asociado quizás al miedo cerval con que abren los lectores la prensa, y que conjuran con el manido ¿y qué mentirás trae hoy el periódico?, ¿las de siempre?, se apoderan de Clonista y le dejan casi imposibilitado de transitar por los espacios tupidos de las noticias que le reclaman con la insistencia feroz y un si es no es desvalida de las prostitutas callejeras. No se puede negar la sensación de poder que produce la lectura de la prensa diaria. Acogidos a la perspectiva divina del máximo ojo triangular que todo lo ve -y nada entiende-, los lectores, atlantes redivivos, sostienen bien abierto en sus manos el diario como quien extiende el mapa del “teatro de operaciones” y pasan revista a los sucesos del día anterior con la máquina de enjuiciar perfectamente engrasada. Y allá van páginas como caen en ellas absoluciones, condenas, sarcasmos, insultos, complacencias, descalificaciones, perplejidades, disentimientos y cualquier reacción humana imaginable, incluida la de que todas esas hojas volanderas acaben siendo arrojadas violentamente contra un mostrador, una papelera pública, un contenedor de papel o esparcidas sobre un suelo perfumado con lejía purificadora. La danza maldita de los dineros estafados por las aves de presa del BBVA continúa expulsando flamantes chorizos impecables que muy probablemente acabarán desfilando por la ínclita Audiencia Nacional para rendir cuentas allí de los dineros de allá. Al lado de los dineros descontrolados, una fotografía de Jospin con la cara ensangrentada del ketchup simbólico le recuerda a Clonista que los franceses andan metidos en la mayonesa cortada del anodino proceso electoral que llevará a la presidencia a Jospin o se la mantendrá a Chirac. Y esa fotografía aparece casi como lo más destacado de la campaña, junto con el bofetón que recibió un presunto raterillo que le quiso pispar la cartera a un candidato, y que, al parecer, le ha valido un estimable aumento en la intención de voto. Clonista hace mucho que ha dejado de entender el sentido de las campañas electorales, un despilfarro insostenible, se mire como se mire. ¿Acaso una campaña de cuatro años no es suficiente? Si se suprimieran, ¿no obligaría -y perdónesele tan mayúscula ingenuidad a Clonista- a los futuros votantes a estar más al tanto del día a día de la actividad política? Las propuestas no excesivamente meditadas siempre exhiben un hervidero de puntos flacos por donde atacarlas hasta desmoronarlas, y ésta no constituye una excepción a la regla general. Con todo, el patético espectáculo ritualizado de los mitines; el roce calculado con el pueblo “llano” -a cuyo encuentro se desciende desde la altura de cumbres guetianas (y no de Goethe, ciertamente…) como la militarizada de Barcelona-; los debates de perfil y autistas, cuando los hay; el simulacro de entusiasmo de las banderas agitadas por los servicios de propaganda, y otras ridiculeces varias siguen siendo argumentos de peso para suprimir un gasto que bien podría aprovecharse para mejorar la vida de muchos necesitados. Los parados acaban de recibir el tiro de gracia por parte del goppierno: ¡ya está bien de echar dinero a fondo perdido en el hatajo de vagos y maleantes que se niegan a aceptar empleos basura con horarios de esclavos y sueldos de Nike en Asia! ¡Hasta ahí podríamos llegar, hombre, pero qué se han creído!  ¡O cogen lo que se les diga -que nadie como el INEM sabe lo que les conviene, almas descarriadas...- o de patitas a la calle del sinsubsidio!, deben pensar las lumbreras económicas guppernamentales, siempre deseosas de hacer méritos para ahorrar un poco de aquí, un poco de allá, que poder después repartirlo entre las pobres grandes empresas que han de prepararse para soportar la competencia que, la verdad, nunca acaba de llegar, como Godot, o como el fin de la “última verdad” sobre la situación en las vascongadas. ¿Qué grosor de récord Guiness no tendría el tomo en que se reunieran todos los artículos publicados, solo en El País, sobre las vascongadas y su dramática situación? ¿Hay, cambiando de orilla oceánica, alguien cuyas palabras tengan un poder tan visible e inmediato como las de Greenspan? ¿Cómo es posible que ese hombre sea capaz de decir ni siquiera  buenos días?  Clonista se siente abrumado por la consideración de la responsabilidad estratosférica que por fuerza ha de pesar sobre las palabras del señor Greenspan, y con esa incomodidad, y ajeno a tantas otras noticias que se exponen con tanta alegría como insensatez, se ve en la necesidad de cerrar el mapa de los territorios de las realidades, tras haber batido un mínimo terreno, y con el penar de no haberse internado aún por los rincones en sombras de las realidades de segunda mano, categoría o división, donde tanta vida propia hay.

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