miércoles, 9 de septiembre de 2015

11-7-02

     Aún hay resaca, aunque leve, en el sucio estanque de la minúscula política nacional. Arenillas de Aznar lanza chinarros de prepotencia estatal contra Ibarretxe y éste entra al trapo y cornea una demagogia de primero de latín: “insulta [Arenillas] a todos y cada uno de los vascos”. Estas muletillas tan sólitas, ¡qué capacidad de degradación dialéctica tienen! Clonista supone que la apropiación indebida que ha hecho Ibarrtrektxe del pensar y sentir de todos y cada uno de los vascos, debería haberla hecho con cierta vergüenza e incluso con algún leve rubor, pero no, fiel a su estilo cínicosereno, la ha hecho con total desfatxatez totalitaria, y después ha seguido contemplando el idílico paisaje de sus vascongadas asediadas por las oscuras amenazas armadas de la centrípeta fuerza exterior. Lo cierto es que a Clonista le parece que lo peor de los demonios de la historia de este país de los ídem se ha encarnado en los actores políticos que se ladran de territorio a territorio amenazas que no pueden seguir siendo indefinidamente de boquilla. Se sigue tensando la soga de las lealtades y bien pudiera ser que muchos abandonaran el juego, hastiados, y señalaran, por fin, la desnudez de los reyes. En la sección de internacional se ha enterado Clonista del fin vulgar “de suceso” del torero español hallado muerto en Perú: fue asesinado, robado y arrojado al mar. Pero la verdadera noticia, la dimensión más real de la realidad prensada del día de hoy, la ha hallado Clonista en una minucia que pudiera pasar por despiste, inadvertencia o lapsus, pero que, malicioso él, ha elevado a categoría desde la anécdota. “El diputado socialista Fidel Espinoza levantó un cartel con la leyenda: ‘'Pinochet mató a mi padre’”. Nada que objetar salvo que el diputado aparece en la fotografía que ilustra esa noticia y con él, lógicamente, el cartel en que se lee: “¡Pinochet asesinó a mi padre!” Por el camino de la recreación prensada se cayeron las exclamaciones y el asesinó se trasmutó en mató. Debe ser que la realidad escrita, prensada, es la que queda, la que vale, no un testimonio fotográfico. No lejos del buen ánimo maquillador del redactor de EFE  -¿Efe de qué, de Franco? Pues sí-, Andrés de Francisco escoge un tema agradecido para el lucimiento depredador, la escasa democracia de los partidos políticos españoles, y arremete a diestro y siniestro armado con una panoplia de tópicos cuya ranciedad resulta patética. Puestos a arremeter sin matizar, y esto último es lo menos que se le debe pedir a un profesor titular de Políticas, se descuelga De Francisco con esos “congresos predeciblemente plebiscitarios y con férreo control jerárquico desde arriba”. Si no hace ni dos años que hubo un congreso socialista en que ocurrió justo lo contrario... En fin, los típicos saldos de verano. Es un derecho del caudillitor nombrar su goppierno, pero el tufillo autoritario de quien nombra todo lo habido y por haber (Senado, alcaldías, ministerios, etc.) es excesivo para la más embotada de las sensibilidades democráticas, tan amantes, además, de las formas, de las buenas formas. La plataforma ¡Basta ya! Ha pasado a la acción y se ha manifestado deshaciendo los vasconeufemismos del partido que no ve nada de extraño en su comunidad trhibal, salvo las amenazas sombrías “de Madrid”. En el oasis, Trias corrige a Mas, dicta el titular, y Duran le advierte, reza el subtitular. Y el quenediano Artur (pronúnciese llana, según la cursilería catalanish teletresiva) anda vapuleado entre los suyos, manteado y emparedado, listo para salir a competir, lleno de magulladuras, contra Maragall. ¡Menudo papelón quijadesco, el suyo! El ayuntamiento de Closcarles hace honor a su alcalde y cierra Studio 54 y, además, lo expropia para dedicar el espacio a equipamiento social para el barrio. Y así casi todo. Muy a menudo ha pensado Clonista que este ejercicio minucioso, y tan de bulto al tiempo, es en realidad un privilegio, en vez de una obligación incómoda o exigente. Hoy le ha dado por verse admirativamente, entre comillas -que equivale a la incapacidad universal de los hablantes para marcarlas a través del tono-, y ha descubierto que, a su manera, tiene a su disposición la más libre tribuna jamás concebida. Es sorprendente, por lo tanto, su inclinación a la mesura, cuando, en circunstancias normales, la lectura habitual de la prensa sin el condicionamiento de la aventura clónica lo deja atiborrado de improperios y descalificaciones que reparte por doquier. En modo alguno lo limita la aspiración de que este seguimiento perruno de la realidad pueda tener algún día otros lectores que él mismo y algunas amistades.También Clonista, ciertamente, se asemeja al periodista, pues, al igual que él, de la confusa novela de la realidad, se queda con los capítulos que más le llaman la atención, como si sólo ellos pudieran dar fe de lo real, sin el concurso de los demás. Desde esta perspectiva ya no resulta tan halagadora la visión de sí mismo. Seguirá.

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