6-2-02
La realidad
periódica tiene mucho de gran espectáculo banal, como el despliegue de medios
utilizados para los anuncios publicitarios. Alguien decía que la televisión
debería verse como un único programa, la publicidad, que continuamente se ve
interrumpido por programas prescindibles, horteras, alienantes, soeces y
mentecatos -esto es, mente captus-. Algo así sucede con la realidad vista desde
la perspectiva del gran diario, el gran hermano a cuyo ojo cósmico nada se
escapa. Ni al Clonista, a través de él. Abrir las amplias páginas efímeras y
delebles supone encaramarse a un poder desde el que el relato de lo real acaba
viéndose como el espectáculo banal que nos entretiene y que sólo en muy
contadísimas ocasiones nos conmueve y en ninguna nos mueve a la acción. Las
virtudes anestésicas de la prensa están fuera de toda duda. La vida minúscula,
la infinitesimal parte de la realidad que constituye la tal, se desplaza por
una geografía de ambiciones, miserias, celos, envidias, orgullos, amores,
mezquindades, abnegaciones, lealtades, traiciones y demás accidentado
territorio, que, compartiéndolo todo con la realidad selecta y prensada, nos
acaba pareciendo cosa de otro mundo. La realidad del diario, que no es la realidad
diaria, nos abruma y nos empequeñece hasta tal punto que nuestra indiferencia
es, en el fondo, un simple mecanismo de defensa. Todo se somete al juicio del
lector y todo escapa a su acción. ¡Qué difícil es sobrevivir a esa
contradicción! Un ejemplo: la castillana reforma de la ESO. La realidad: el Clonista
lleva aplicando la Reforma más de diez años y nunca -insiste, nunca- ningún
responsable educativo se ha dirigido a él personalmente para decirle que había
cambiado el modelo educativo, cómo era el nuevo, qué debía enseñar, cómo debía
evaluar, y qué se supone que se esperaba de su acción profesional o qué ventajas y desventajas profesionales le
suponía tal cambio. La consecuencia de la realidad: la degradación de la
enseñanza media es un hecho; la escolarización obligatoria hasta los dieciséis
años, en las condiciones actuales, una aberración; las pérdidas profesionales,
incontables: desde la inseguridad en el puesto de trabajo hasta el aumento de
horas de trabajo encubiertas, pasando por la pérdida absoluta del
reconocimiento social y el lacerante deterioro del nivel de renta, así como la
desorientación más absoluta por lo que respecta al sentido de la formación
académica. En fin, cuento de nunca acabar y en el que tanto se juega una
sociedad moderna. Pues bien, con ese panorama, uno abre el diario y le llegan
unos cacareos pseudoprogresistas que ponen los pelos de punta. La duda es si la
política profesional supone hablar de lo humano y lo divino sin tener ni
repajolera idea de cuál sea la realidad concreta sobre la que se opina o la que
se dogmatiza, según y cómo. Casi se atrevería a decir, el Clonista, que
escandaliza oír tantos disparates bienintencionados en personas con tanta
responsabilidad representativa. Ahora toca la educación, de la que se habla con
la alegría tópica de quienes nunca han bajado a la arena del circo en que se
han convertido muchas aulas; pero puede inferirse que se obra igual respecto de
cualquier otra parcela de la existencia que caiga bajo el dominio político.
Quizás las personas que se declaran neciamente apolíticas lo que en realidad
van buscando es sustraerse a la devastadora acción política. ¡Cuesta tanto
hallar parcelas vitales donde la política no entre como Bush en Afganistán! Hoy
ha salido el Clonista del diario con cierto alivio, de tan insustancial como le
ha parecido la lectura. Lo real hoy ha sido la crítica a Cuaderno de sombras, de Luis Valdesueiro, poeta y sin embargo amigo
fraternal. Y de la realidad prensada, una ingenuidad: “España no es la tierra
prometida, es el infierno”, a juicio de un inmigrante sin papeles, como los
250.000 que intentan sobrevivir sin la cédula rácana que parece obrar la virtud
de conferirles la dignidad. ¿Y por qué se le queda al Clonista la estampa
pagada de sí misma del inefable Garzón, paradigma humano del rencor y del
despecho? Más debería quedársele la del trágico enfrentamiento de clanes en
Palestina, con una venganza por medio que tiene un aire bíblico inconfundible,
muy a su pesar. En fin, así están las cosas, casi quisicosas, casi cosquillas,
casi coscorrones, casi cuescos, casi concursos, que son a la televisión como el
estado a las estadísticas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario